Naftali Fürst era un niño cuando fue deportado con toda su familia al campo de concentración nazi de Auschwitz en 1944 y desde allí trasladado con su hermano a Buchenwald. Han pasado 80 años desde su liberación y él quiere que el antisemitismo “no vuelva a crecer” en el mundo.
“Siento la obligación de contarlo todo y de contribuir a que el antisemitismo no vuelva a crecer” en el mundo, dijo el superviviente del Holocausto en un breve encuentro en el lugar donde vivió con solo 12 años tantos horrores cuando era un niño.
Al acudir de nuevo al antiguo campo de concentración nazi de Auschwitz, Naftali revive el recuerdo.
Relata cómo los soldados de las SS gritaban a los prisioneros; a los perros doberman, y las filas de las que Josef Mengele, conocido como “el ángel de la muerte” o como el “médico de Auschwitz separaba a los niños de sus familias.
La supervivencia de Fürst, que nació en 1932 en Bratislava (la actual capital de Eslovaquia), fue milagrosa. Llegó a Auschwitz un día después de que el jefe de las SS, Heinrich Himmler, ordenara el cese del uso de las cámaras de gas.
Tras sobrevivir a una “marcha de la muerte” y un traslad forzosos en un vagón de tren para ganado con temperaturas de 25 grados bajo cero, él y su hermano Shmuel, solo un año mayor que él, llegan al bloque 66, denominado “bloque de los niños” en el extremo inferior del “pequeño campo” de Buchenwald.
Una fotografía testigo del horror y de Naftali
En el momento de la liberación por el Ejército soviético del campo de concentración en abril de 1945 se encontraba gravemente enfermo.
Corresponsales de guerra estadounidenses fotografiaron poco después de la liberación, entre otros, prisioneros demacrados en uno de los barracones el campo, una de las imágenes que sirven de prueba del horror cometido por la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial. Más tarde, Naftali se reconoció a sí mismo en la foto.
Junto a Naftali Fürst también Haim Gar Or, de 84 años, quiere que no vuelva a ocurrir la Shoá (el Holocausto) nunca más.
Nacido en Rumanía en 1940 en un ambiente “muy antisemita”, sostuvo en su reciente visita al campo de concentración de Auschwitz a EFE que el pueblo judío aún “es odiado en demasiados países”.
Teme que el antisemitismo “nunca desaparecerá del todo”, por lo que cree que los judíos “no tienen que depender de nadie, solo de nosotros mismos”.
Durante la Segunda Guerra Mundial, su padre fue llevado a un campo de trabajo y su familia fue expulsada de su casa, que fue entregada a gentiles.
Después de un sinfín de vicisitudes, al terminar la guerra la familia pudo reunirse de nuevo, pero el padre de Haim estaba “destrozado física y mentalmente”.
En 1950, Haim emigró a Israel junto a sus padres y hermana, y hoy se siente orgulloso de haber sobrevivido al Holocausto, haber fundado una familia y haberse establecido en un país que puede llamar suyo.
Nombres y libros
En el bloque 27 de Auschwitz, donde coinciden recientemente Naftali Fürst y Haim para participar en la Marcha de los Vivos, se encuentra el Libro de los Nombres, una lista creada por Yad Vashem, la institución israelí para la memoria del Holocausto.
Es el fruto de un trabajo meticuloso para recuperar las identidades de los más de seis millones de judíos asesinados durante la II Guerra Mundial.
Esta organización ha logrado documentar aproximadamente 4,8 millones de nombres hasta la fecha y, más que un simple registro, el libro busca disipar el anonimato del “número inconcebible” de víctimas, describiendo brevemente sus vidas en miles de páginas que alcanzan el metro de altura.
Llenan una habitación a la que acuden descendientes de las víctimas para pasar los dedos sobre el nombre escrito que al menos así pervivirá para siempre.
Las últimas páginas vacías del libro son un símbolo desgarrador de los nombres que nunca serán recuperados.
La superviviente Ella Katz, que siendo una niña sobrevivió sola escondiéndose en los bosques durante tres años y cuya abuela fue asesinada en Auschwitz, cuenta cómo “lloró desconsoladamente” al encontrar el nombre de su familiar en el libro.
A su alrededor, otros expresaban con llantos o con lágrimas silenciosas el choque emocional de tener ante sí el nombre de alguien que desapareció en este lugar pero sigue vivo en su recuerdo.
Miguel Blanco de Efe colaboró con este artículo.