Tiempo y olvido.  Verdad y mentira

En Tel Aviv, la gente se detuvo para escuchar la sirena de recordación por la Shoá. Foto: REUTERS/Corinna Kern

El crimen más atroz de la historia de la humanidad, no solo por la cifra de víctimas, sino por otras circunstancias más.

Para llevar a cabo este crimen, se hizo uso de lo más avanzado que había en el momento en materia de ciencia, tecnología, organización y propaganda. Al servicio de la muerte hubo programas de lo que era la computación de ese entonces, ingeniería para construcción de campos de exterminio, químicos letales y paremos de contar. Sumado a ello, el silencio cómplice de un mundo exterior que apostaba a que las cosas no pasarían en sus predios, o que no sentía responsabilidad alguna por el destino de sus congéneres.

A más 76 años de finalizada la Segunda Guerra Mundial, los sobrevivientes de los campos de concentración fallecen por causas naturales, y también por efectos de la terrible pandemia que azota el planeta. Se pierde el testimonio vivencial, y el transcurrir del tiempo colabora con el olvido.

Con mucha preocupación, se analizan las cifras que indican que las nuevas generaciones de judíos, y también de no judíos, desconocen muchas cosas acerca de la Shoá. Ello es doblemente grave. Por un lado, es una afrenta a la identidad judía y a la memoria de quienes perecieron los mismos que cuentan sólo con el recuerdo como forma de influir en las presentes y futuras generaciones para que situaciones así, ni parecidas, puedan volver a darse. Y ese desconocimiento, abona el camino para los detractores, negadores y antisemitas que banalizan el Holocausto, cuestionan su ocurrencia o afirman que sencillamente no sucedió.

La Shoá ocurrió por la maldad. Existe el Bien y el Mal. Y precisamente, la Shoá es la materialización del Mal en una dimensión que nos hace temblar.  La aliada del Mal es la Mentira. Y precisamente, es la Mentira el instrumento que permite la consolidación del Mal, la perpetración de crímenes, el sufrimiento y la impunidad.

En los inicios de este siglo XXI, el avance científico y tecnológico de la Humanidad es insospechado. Incapaz de detener un virus, pero sin miramientos para producir bombas, cohetes y tantos otros artefactos de destrucción masiva. ¿Hemos aprendido algo de la Shoá? ¿O solo lo mínimo y no indispensable? La respuesta a esta interrogante nos asusta.

Entre el tiempo y olvido, la verdad poco rescatada y rememorada, y la mentira que se propaga sin castigo, el panorama es poco alentador. Se necesita un esfuerzo mayor de educación, de identificación y compromiso. No es fácil, pero tampoco un imposible. La alternativa es un olvido cruel, que terminará pasando una factura muy alta en humillaciones, dolor y muerte. La historia da cuenta de esto.

En unos días, se celebra la Independencia del Estado de Israel. Hace escasos 73 años que se fundó el único ente que hubiera sido capaz de denunciar, minimizar o parar la barbarie nazi. En estos tiempos de olvido, donde la mentira oculta a la verdad, para los judíos de todo el mundo, el Estado Judío viene a significar una garantía real. De vida. Como nunca antes se tuvo en los últimos dos mil años.

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