Superar las contradicciones y combatir los temores (en memoria de Bernardino «Tito» Zajak z»l)

Foto: Comisión Central Electoral vía Facebook

Resulta difícil, a esta altura de los acontecimientos determinar qué tipo de sentimientos predominan frente al muy desprolijo funcionamiento de la política en Israel: ¿irritación?, ¡desconcierto?, ¿desaliento?, ¿impotencia?, ¿temor?  Porque la clase política con la que contamos se empeña en confundir lo importante con lo accesorio y eso en medio de una crisis sanitaria que no ceja. La nueva convocatoria a elecciones, la cuarta en menos de dos años, es un ejemplo de ello y ya ha comenzado la rutinaria formación, conformación, afiliación y desafiliación de partidos, movimientos, listas electorales, etc., que resulta a ratos jocosa, si no fuera tan patética.

Porque en estas nuevas elecciones, al igual que en las más recientes, no se vislumbra confrontación alguna de programas de gobierno, ni propuestas renovadoras para el funcionamiento de esta sociedad (y menos aún, para negociar la paz con los palestinos y terminar con la ocupación). Porque resulta cada vez más evidente -aunque no guste- que estas elecciones no responden más que a un enfrentamiento entre el actual Primer Ministro, bregando por alcanzar una mayoría que lo mantenga en el poder y le otorgue inmunidad frente a los cargos judiciales que enfrenta y una creciente oposición a su continuidad a la cabeza del gobierno.

Seamos claros. La posibilidad de que el resultado de las próximas elecciones conduzca a la formación de un gobierno que no esté presidido por Benjamín Netanyahu es real y sería bienvenida, aunque es también altamente posible que ese nuevo gobierno se sitúe más a la derecha aún que el actual, en vista de las inclinaciones y tendencias del electorado. Y aunque no es mucho más que un cambio en la posición de Primer Ministro lo que se puede esperar que suceda en el futuro inmediato, con ello se lograría al menos erradicar la fábula construida por y alrededor de Netanyahu -que hasta en sectores de la izquierda se ha internalizado- de que “no hay otro que pueda sustituirlo”. Porque esto último no sólo no es cierto, sino que constituye un insulto a la sociedad israelí, porque siendo capaz de destacar en los campos de la ciencia y la tecnología y de contar con una formidable estructura de defensa, se asume que sería al mismo tiempo incapaz de generar en su seno nuevos dirigentes políticos que conduzcan el país.

Pero lo que sí es cierto es que esa sociedad está fuertemente dividida, que los conflictos que la separan no disminuyen en intensidad, sino que por el contrario se exacerban, y las brechas entre las cuatro tribus -de las que hablara el presidente Rivlin en su tantas veces citada intervención en la 15ª. Conferencia Anual de Herzlia, en julio de 2015- continúan vigentes. Y en alguna medida, gran parte de las opciones electorales reflejan esas brechas. Así, en una muy esquemática (e imperfecta) interpretación de la constitución de los partidos en Israel, puede mencionarse el grupo de partidos que representan a la población ultraortodoxa judía (y distinguir dentro de ellos los “mizrajim” de los “ashkenazim”), y los partidos que responden a la población palestino-israelí, mientras el Likud acoge a gran parte de la población de origen “mizrají” y de los estratos más pobres, mientras que diversos partidos de centro o izquierda acogen mayoritariamente a la clase media de origen “ashkenazí”, y no faltan aquellas agrupaciones nacional-religiosas en las que se embanderan, entre otros, los pobladores de los asentamientos en Cisjordania. En esta aglomeración de partidos, la llamada izquierda llevaría aparentemente las de perder, al menos en lo inmediato; aunque no está demás recordar las diversas interpretaciones -algunas bastante insólitas- que el término de izquierda ha venido asumiendo en Israel (una buena exposición de lo anterior puede verse en el ensayo de Oz Aruch: “The crisis of Zionist left”, publicado por la Fundación Heinrich Böll en Israel en julio de 2020).

En estas circunstancias, no debería parecer extraño aceptar el que estas nuevas elecciones se caractericen por centrarse en la mantención o la exclusión de Benjamín Netanyahu en la jefatura del gobierno, al mismo tiempo que se admite que -quiérase o no- el gobierno que surja de ellas estará seguramente situado (muy) a la derecha del espectro político. Pero esos resultados no han de ser permanentes, de modo que a partir de ellos es necesario comenzar a rescatar para el futuro -para un futuro que visualizamos libre de la pandemia que hoy nos aflige- propuestas de programas y estrategias de acción centrados en el mantenimiento y reforzamiento de una verdadera democracia, sin avergonzarse de llamarla social, y sin avergonzarse de lo progresista (o si prefieren izquierdista) que esto parezca.

Porque de lo que se trata es de rescatar el carácter inclusivo de la democracia, y esa es la tarea política más importante y urgente. Porque a lo largo de esa tarea, que incluye una muy necesaria labor de educación en y para la democracia, se han de ir definiendo nuevos modelos de funcionamiento económico, más solidarios y por ende más democráticos, así como nuevas normas de convivencia, tanto internas como internacionales. Y no se trata de utopías. La sociedad israelí tiene el potencial necesario para desarrollarse socialmente, como lo ha tenido para situarse, en unas pocas décadas, en la posición de avances tecnológicos que ha alcanzado.

Pero mientras tanto, se agudizan las contradicciones que marcan el país. Israel es un país rico pero con una parte de su población asediada por la pobreza y con diferenciales de ingreso inaceptables. La sociedad israelí se siente fuerte y protegida, pero al mismo tiempo es presa de temores existenciales sabiamente manipulados, que distorsionan la solidaridad para con el prójimo. Israel se declara la única democracia en Medio Oriente, pero avanza peligrosamente hacia extremos opuestos, con instrumentos como la Ley del Estado-Nación y la amenaza de anexión de los territorios ocupados. El avance científico y el pensamiento racional que lo hace posible son centrales para el desarrollo de esta sociedad, que sin embargo se obstina en no mantener separados a la religión y al Estado,

Para ir superando esas contradicciones, es imprescindible la conformación de nuevas fuerzas políticas, unidas por una visión común de futuro e integradas por hombres y mujeres no contaminados por el actual ambiente político, que ayuden a la sociedad a sacudirse de encima esos sentimientos de irritación, de desconcierto, de desaliento, de impotencia y de miedo, exacerbados por la pandemia aunque presentes y actuantes antes de ella. Y aún si no es posible que sea en estas próximas elecciones que esto se concrete, es necesario desde ahora que esas nuevas fuerzas políticas comiencen a conformarse, a reconocerse, y a actuar.

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