Sublime internacional, ridículo doméstico

Benjamín Netanyahu Foto: Kobi Gideon GPO vía Facebook

Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, se dirige, mientras se escribe esta nota, a Washington.  El propósito es el anuncio del establecimiento de relaciones entre Bahréin e Israel.  Realmente un acontecimiento histórico, precedido por el reciente acuerdo con los Emiratos Árabes Unidos, y algo que hubiera parecido imposible unos años antes. Por no decir hace tan solo unas semanas.

Antes de emprender viaje, el Primer Ministro tiene en sus manos la renuncia de un ministro importante, porque es un miembro de la coalición gobernante, del sector más afín y leal a su bloque dentro de la coalición. Presenta la renuncia por no compartir el criterio de cierre estricto previsto para el lapso de Año Nuevo y Iom Kipur.

Sí, el tema de cómo enfrentar la pandemia genera muchas discrepancias en Israel.  El daño a la economía es muy severo con los cierres y cuarentenas. En verano, hubo cierta permisividad. La misma que ha de evitarse en las festividades porque sencillamente la tasa de contagio y la capacidad de atención médica presentan cifras muy comprometidas. En el estado judío, ése que vive el calendario de acuerdo precisamente a la religión y tradiciones judías, el debate no podría estar ausente y las posiciones encontradas lo hacen con fuerza y hasta violencia. Si fue posible cierta laxitud en verano, la misma es reclamada para los días de celebraciones religiosas. Pero si la vida de los ciudadanos corre peligro inminente, el gobierno ha de actuar en consecuencia.

Así, llegamos al punto que un tema doméstico como lo es la coyuntura que obliga a tomar medidas de salubridad, en consenso y armonía pues afectan a todos los ciudadanos por igual, estalla en una crisis de proporciones que no se compara a las de ninguna parte del mundo. La coalición de gobierno muestra las costuras, y la oposición trata de ganar puntos a costa del triste panorama que se presenta. Y, a decir verdad, todos saben que la situación requiere de medidas duras y que la comisión de errores en el pasado no significa un permiso para repetirlos en el presente o futuro inmediato.

En el plano internacional, el mundo entero se asombra de los avances que significan para Israel, el Medio Oriente y el mundo en general, los entendimientos diplomáticos con países como los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin.  El primer ministro israelí calza los zapatos de un estadista, el presidente Donald Trump

asombra con sus iniciativas y un protagonismo que le otorga a Estados Unidos esa preponderancia de país más influyente del mundo.

Israel logra, con un primer ministro de derecha y un proceso de paz con los palestinos algo más que estancado, acuerdos diplomáticos impensables. En medio de una crisis de salud importante y la economía en serios problemas por la pandemia.  Cuando muchos pronosticaban un aislamiento de Israel, viene ocurriendo todo lo contrario.  Se multiplican los lazos con otros países, incluso con aquellos tradicionalmente poco amigables, por utilizar un término algo amable.

La situación recuerda en algo a Shimon Peres. Un político israelí de dimensiones internacionales, pero no lo suficientemente apreciado en su país.  Lo que se vive estos días en Israel es, sencillamente, sublime… y ridículo a la vez.

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