Benny Gantz y Benjamín Netanyahu. Foto: Abir Sultan/Pool via REUTERS

En los próximos días Israel debe tomar posición y anunciar la aplicación de la Ley de Soberanía israelí sobre áreas de Cisjordania.  Probablemente, en los primeros días de julio de 2020.

En varias ocasiones, se han explicado los pro y contra de esta decisión.  Ajustada a la realidad histórica y a los acontecimientos sobre el terreno.  Con el apoyo de la administración Trump, un hecho de especial significación y que ocurre por primera vez desde la fundación del estado.  Con la negativa de los sectores árabes y palestinos que no aceptan negociar con Israel, y con la negativa de quienes no reconocen el derecho de los judíos a un estado independiente, cualesquiera sean sus eventuales fronteras.  Con la negativa de países y gobiernos que temen molestar, enfurecer, a países y gobiernos árabes.

Israel está también en una encrucijada.  Si Donald Trump estuviera punteando cómodamente las encuestas para su reelección en noviembre de 2020, y los efectos de la pandemia estuvieran controlados, Israel, quizás, pudiera darse el lujo de tomarse su tiempo.  Pero no.  Israel tiene el mismo tiempo que Donald Trump, o menos, para capitalizar la posición americana.

En la víspera de cualquier decisión israelí, ya la opinión pública atina a condenar la eventual aplicación de la Ley de Soberanía.  Reuniones en la ONU, visitas de diplomáticos a Israel.  Movimientos de opinión y amenazas de distinta índole con un mismo propósito.

Estamos acostumbrados.

Hubiera extrañado, y también complacido, llamados de atención a la Autoridad Nacional Palestina y a HAMAS, para establecer un gobierno palestino único, y no seguir con dos estados para un pueblo con milicias disfrazadas de fuerzas de seguridad.  Hubiera extrañado, y también complacido, llamados de la ONU y de gobiernos serios de cualquier parte del mundo, a los sectores representativos del mundo árabe y palestino, a negociar con Israel sobre la base de reconocimiento y respeto.

Pero lo que ocurre, no extraña y, como siempre defrauda.

La ONU y sus distintas salas, condenarán a Israel.  Ello molestará al Estado Judío, pero en nada aliviará la situación de millones de palestinos que esperan por algo más que declaraciones de principios poco edificantes.

Varios países expresarán consternación y preocupación.  Más allá de eso, nada.  Amanecerá el pueblo palestino en su drama, el pueblo de Israel en su acción.

Trump tendrá otro frente abierto, por apoyar a su aliado natural, Israel. En la muy poco ética campaña electoral americana, este será uno de los puntos álgidos entre republicanos y demócratas, quienes de forma algo irresponsable han logrado convertir el tema de Israel y del Medio Oriente en un tema doméstico para captación de votos.

Israel está acostumbrado a decisiones unilaterales, por simple falta de contrapartes negociadoras.  Declaró Jerusalén su capital durante el gobierno de Menahem Begin, destruyó el reactor nuclear de Osirak en 1981, se retiró del Líbano en el 2000, se fue de Gaza en 2005. Afuera y adentro, se recibieron críticas por estas acciones.

Muchas veces, a pesar de tener la razón en las acciones ejecutadas, Israel se encuentra solo frente al mundo.

Mejor solo y con razón, que acompañado en la sinrazón.

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