Shabat Vayakhel-Pekudey: El aporte incomparable de las mujeres

20 marzo, 2020 ,
Foto: Pixabay

En la descripción de la construcción del Tabernáculo en el desierto, se mencionan las contribuciones hechas específicamente por las mujeres: “Todas las damas sabias de corazón hilaban con sus manos, y traían lo que habían hilado: azul, púrpura, carmesí o lino fino. Y todas las mujeres cuyo corazón las impulsó en sabiduría hilaron pelo de cabra” (Shemot 35: 25-26). Y, pocas columnas más abajo: “De los espejos de las mujeres que velaban a la puerta del Tabernáculo de Reunión… También hizo la fuente de bronce y su base de bronce” (Shemot 38:8).

Ya previamente, le dijo el Santo Bendito a Moshé.. “Estos son los espejos que tomaron estas tropas en Egipto, tómalas, y haz la fuente de bronce y su base de bronce para los cohanim, y que ellos se santifiquen de ellas.” Tal como ya fue previsto que “de ella [la fuente] se lavarán Aarón y sus hijos las manos y los pies, cuando entren en el tabernáculo de reunión, se lavarán con agua” (Shemot 30:19-20).

Gracias a las mujeres, que en nuestra parashá son catalogadas como “sabias de corazón”, el mismo Moshé fue traído al mundo, cuando, -según el midrash-, las mujeres se acicalaban para que los esclavos hebreos se sintieran atraídos por ellas, ya que no regresaban a dormir a sus hogares y deseaban evitar entrar en contacto con sus mujeres, obedeciendo la orden de Faraón.

Abraham Ibn Ezra, el sabio nacido en Tudela, España, escribe que la donación de los espejos señaló un «colectivo de mujeres» que venía regularmente a la Tienda de Reunión para rezar y escuchar las palabras de la Torá. Sin renunciar a otras características de género, asumieron su sabiduría de corazón para estudiar y elevar sus plegarias, acercándose a la fe y a Dios. El sabio hace aquí un aporte inusual, comprendiendo que los espejos no deben considerarse herramientas de vanidad, sino objetos santificados por su papel en garantizar la supervivencia judía. Y que las mujeres, aspiraban a acercarse a Dios, no menos que los hombres.

Encontramos en la Torá, que la Sotá – mujer sospechada por su esposo de adulterio–, debía presentarse frente a la fuente de bronce, para lograr restaurar la paz en las relaciones familiares, demostrando que su conducta no se juzga por las joyas y que la presunción sobre su conducta debe ser la pureza. Por ello la Sotá, debía presentarse allí en la fuente donada por las mujeres venerables. Es ésta la antítesis de los pensamientos estereotipados acerca de las mujeres que nos acompañan hasta el presente.

La presencia de la fuente de bronce en el santuario era un llamado a las mujeres para vivenciar la más alta emoción del estudio y de la plegaria después de “elegir por la libertad ética de la aspiración a la santidad”.

También las mujeres de hoy lo pueden lograr fácilmente porque están dotadas de corazones impulsados por la sabiduría. Y también los varones.

Tantos años después, necesitamos volver a oír la voz de Abraham Ibn Ezra, para no olvidarlo.

En la misma lectura de este Shabat encontramos que “no encenderéis fuego en día de sábado en ninguna de vuestras moradas” (Shemot 35:3), y deseo compartir con los lectores de Aurora, la reflexión que hiciera Filón de Alejandría, uno de los filósofos más renombrados del judaísmo durante el período helenístico (c. 20 a.e.c. – c. 50 d.e.c.), a propósito de la dificultad que tienen quienes deben permanecer aislados con sus familias por haber sido expuestos al contagio del Coronavirus. Del versículo citado ilustra: «No encienda el fuego de la ira en ninguna de sus viviendas en el día de reposo».

Nunca mejor que en estos tiempos, tratar de aplicar el versículo con sus interpretaciones tradicionales y con el comentario de Filón el Judío todos los días del año, mientras pedimos por la salud de los enfermos y el fin de la pandemia.

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