Batalla del Valle de Lágrimas Foto: Portavoz de las Fuerzas de Defensa de Israel Wikimedia CC BY-SA 3.0

Expondré algunas reflexiones finales sobre שעת נעילה o Valley of Tears (“Valle de Lágrimas”), la serie de Kan que finalizó esta semana.

En primer lugar, reconozco cierto orgullo parroquial al ver las escenas del ejército, “mi” parte en la que se retratan momentos cruciales de suprema importancia nacional. El Comando del Norte de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), la División 36, el Cuerpo de Blindados, la Brigada 188 y los Altos del Golán son exactamente parte de las FDI que tan bien conozco y en cuyo marco serví como soldado regular y luego como soldado de reserva durante 18 años. En los conflictos asimetricos e irregulares que durante los últimos 30 años fueron la actividad principal de las FDI, las fuerzas blindadas no son “las estrellas del show” y los cuerpos sufrieron una consecuente pérdida de presupuesto, prestigio y centralidad. Por ende, a menudo parece que la particular historia de combate representada en esta serie ha sido objeto de preocupación o propiedad de unos pocos ciudadanos, entre los cuales me incluyo. Ya que siempre sentí que la postura de las Brigadas 7 y 188 del Golán en octubre de 1973 tiene cierta semejanza con la de la Batalla de las Termópilas (y, honestamente, cierto parecido con la de Masada, por lo menos en el caso de la Brigada 188), fue grandioso ver cómo se llegó al nivel de una historia reconocida nacionalmente, con determinadas características hasta épicas.

Sin embargo, otro punto muy importante tiene que ver con algunas ausencias en la historia que me parecen lamentables. No me gustaría ver que estos hechos estén retratados de manera cursi y melosa a lo Spielberg, y en efecto es bastante absurdo que la cultura o la mentalidad israelíes produjeran algo de ese estilo. Al mismo tiempo, es frustrante ver una vez más a la sociedad israelí y a la cultura militar muy claramente desde una especie de perspectiva izquierdista y post-sionista. No porque quiera ver propaganda nacionalista en pantalla (para nada), sino simplemente porque desde este punto de vista se omite de forma deliberada un elemento destacado de la experiencia judía-israelí que es bien visible para cualquier persona que habla hebreo y vive aquí: es el elemento judío-tradicional y movilizado que se basa en el sentido de los derechos nacionales judíos, la tradición judía y la incuestionabilidad de la causa israelí con relación a los intentos árabes-musulmanes por destruirla. Como todos saben, éste es el complejo de creencias que se encuentran en el núcleo de la sociedad judía israelí, que se refleja en los patrones de votación, en el producto y consumo cultural, en sus niveles de observancia religiosa y tradicional, etc. Éste es el costado de la sociedad israelí que, pese al renacimiento de las obras dramáticas en cine y televisión, raramente llega a mostrarse en la pantalla y casi nunca llega al público internacional. Entenderlo es crucial para comprender al país, sus decisiones y su rumbo.

Por supuesto, es admisible y está bien hacer películas de “pura acción” para aquellos que buscan eso. Pero Valley of Tears no es así. Una parte importante del programa aborda el debate social y político. En esta área, consumimos una gran porción de criticas anti-sionistas y de extrema izquierda sobre Israel, y hasta puede verse una escena en la cual un personaje serio y elocuente expone un caso nacionalista árabe contra el sionismo e Israel. Sin embargo, no hubo ni una sola frase que haya argumentado a favor de los derechos nacionales judíos y de la soberanía en Israel. Ésta es una situación más bien rara y decepcionante. El principal efecto nocivo, creo yo, es que termina siendo un retrato escabroso, bastante parcial y distorsionado de la sociedad israelí, tanto para el público local como para la audiencia internacional, no menos importante.

Fuente: JonathanSpyer.com

Traducción de Michelle Terdjman.

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