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La parashá que nos relata la revelación en el pequeño monte Sinaí y nos presenta los Diez Mandamientos, viene acompañada por importantes testimonios. Lleva el nombre de una persona, honor que sólo tienen seis de los cincuenta y cuatro fragmentos en los que dividimos la lectura semanal y que esa persona es Itró un sacerdote midianita.

Cuando Itró eleva una propuesta de racionalización del trabajo de Moshé, este lo acepta sin hesitar e implementa lo que su suegro le indica inmediatamente. ¿Acaso porque el suegro estaba preocupado por la falta de participación de su yerno en la vida familiar y de esa manera le acercaría? ¿Itró parte de regreso a su casa, cuando ve aplicado el nuevo sistema procesal porque había cumplido su deseo respecto a su hija y nietos?

Podemos encontrar una pista en el texto: “Moshé salió a recibir a su suegro, se inclinó ante él y lo saludó de beso. Cuando los dos se habían saludado, entraron en la carpa”, pero la Torá no nos dice si también recibió con el mismo afecto a su mujer y a sus hijos.

A diferencia de su hermano Aarón, Moshé es destacado por no formar una dinastía y por estar separado de su esposa e hijos.

¿Qué produce que una figura tan única sea un maestro y líder que no concierne a ninguna familia sino que pertenece a todas las ramas y linajes? ¿Un protagonista que no puede ser identificado por sus sucesores?

Si seguimos el razonamiento deteniéndonos en la humildad de Moshé, quizás sea más fácil responder cómo nuestro querido Maestro, que trae al pueblo a los pies del montecillo de Sinaí y quien alcanza la posibilidad del diálogo sin intermediación con el propio Dios, que es un poco el padre de todo el pueblo, deja a todos sus descendientes directos y personales fuera de la historia del pueblo. Como que Moshé tenía solo un compromiso, por el que pagó un precio muy alto, pero al parecer necesario para transmitir una idea que esté libre de cualquier defecto, libre de cualquier interés personal, para que pueda ser aceptado por todas las personas.

Tenemos entonces en la familia de Moshé señales de tensión, no únicamente con Miriam, su hermana preocupada por la soledad de su cuñada, sino también con su suegro turbado lógicamente por lo que siente debe ser el bienestar de su familia, que hace que intente interferir la dinámica de la vida que Moshé eligió para dedicarse a los asuntos públicos.

Sin embargo, pese a las diferencias que tiene con su suegro, implementa sus consejos y acepta quedarse únicamente con la gestión por excepción de los temas fundamentales mientras que la rutina será ahora cubierta por procedimientos operativos estándar, dejando los casos difíciles para una atención especial. Moshé acepta y nos enseña que debe elegir “hombres buenos, dignos de confianza, que respeten a Dios, que no se dejen sobornar… y les encarga “juzgar al pueblo en todo momento. Los casos más graves te los llevarán a ti, pero los casos menores los juzgarán ellos”. Es el método que permitirá que “todo el pueblo se vaya en paz a sus hogares”.

Según un Midrash (Shemot Raba 1:26), Itró, cuidó a Moshé cuando era un pequeño en el palacio de Faraón y fue quien lo salvó cuando los magos y asesores desearon matarlo cuando, jugando con la corona del soberano, se la puso sobre su cabeza. Itró convenció a todos que ese niño no comprendía y que no lo hacía por delirios de grandeza o aspiraciones al poder. Ahora repite esa relación protegiéndole de otros peligros que la burocracia crea.

Moshé demuestra su humildad cuando acepta el consejo sin importarle reconocer el crédito de su autor un sacerdote midianita.

La misma humildad que se puede apreciar en el montecillo de Sinaí elegido para el espacio sagrado desplazando a los montes imponentes y majestuosos. Fue en el anonimato del desierto donde recibimos la Torá, para enseñarnos que el conocimiento se puede encontrar en cualquier lugar, se puede localizar en todas partes y con todos. Ello si somos lo suficientemente permeables a escuchar las muchas fuentes de aprendizaje e inspiración que nos rodean.

El Gaón de Vilna, talmudista del siglo XVIII enseñó: “Nadie puede [por sí mismo] observar todos los mandamientos, ya que algunos están dirigidos a cohanim, otros a mujeres, a dueños de campos y casas, y así sucesivamente. Solo todo Israel junto y unido puede hacer la voluntad de Dios por completo, por lo tanto [leemos], ‘todas las personas respondieron como una sola’ (Shemot 19:8). En esas condiciones era previsible que todo el pueblo respondiera unánimemente, haremos y escucharemos (Ibíd. 24:7).

Nuestra parashá nos brinda nuevas facetas del liderato que podemos aprender también en nuestro tiempo. El valor de la humildad, la capacidad de escuchar y estudiar, la preparación minuciosa antes de cada acción tal cual como nuestros ancestros no recibieron la Torá inmediatamente a la salida de Egipto ni cuando llegaron a los pies del Sinaí.

La Torá fue enseñada a Moshé por Dios (Shemot 24:12), para proporcionar conocimiento, orientación, inspiración, asombro y reverencia, consejo, ley, consuelo, y más y para que nosotros apliquemos sus principios en nuestra vida privada y pública.

Shabat Shalom!

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