Parashat Vayigash

25 diciembre, 2020 , ,
José reconocido por sus hermanos (pintura de 1863 de Léon Pierre Urbain Bourgeois) - Foto: Wikipedia - Dominio Público

Yehudá el primer penitente de la Torá

Parashat Vayigash nos trae apuntes contrastantes sobre la personalidad de Yehudá el hijo de Yaakov, acerca del cual leyéramos ya en sidrot anteriores.

Vayigash comienza con la súplica apasionada de Yehudá al visir egipcio, que nosotros estamos al corriente que en realidad era Yosef, pero que su hermano no lo sabía, para que le permitiera a Binyamin regresar a casa con su padre, a pesar de que la copa real que había desaparecido «misteriosamente» se encontró en el costal de Binyamin, prueba más que suficiente de su supuesta autoría.

Sorprendentemente, Yehudá se ofreció a permanecer en Egipto como esclavo en lugar de Binyamin, expresando preocupación por su anciano padre, que –según él- moriría si Binyamin no regresaba. «Ahora, pues, que se quede tu siervo en vez del muchacho como esclavo de mi señor, y suba el muchacho con sus hermanos. Porque ¿cómo subo yo ahora a mi padre sin el muchacho conmigo? ¡No quiero ni ver la aflicción en que caerá mi padre!» (44:33-34).

La palabra «aví» – «mi padre» – aparece ¡siete veces! en el discurso de Yehudá a Yosef, mientras relata la indolencia inicial de Yaakov para permitir que Binyamin fuera a Egipto, y las consecuencias de que Binyamin no regresara. Este énfasis repetido en la relación de Yehudá con Yaakov se vuelve significativo a la luz del hecho de que Yaakov, por su parte, nunca usó la palabra «bení» – «mi hijo» – en referencia a sus hijos, excepto en referencia a Yosef (37:33, 35) y Binyamin (42:38), ambos hijos de su amada Rajel. Además, en la súplica de Yehudá, recuerda que Yaakov les dijo a sus hijos: «Ustedes saben que mi esposa me dio dos hijos; uno de ellos [Yosef] me dejó… y no lo he visto hasta ahora. Y si me quitas este [Binyamin] y la catástrofe le sobrevendrá… ” (44:29). Aunque no encontramos a Yaakov diciendo estas palabras, revelan que en la mente de Yehudá, Yaakov consideraba solo a Rajel como su esposa, y por lo tanto únicamente Yosef y Binyamin eran considerados por él como sus verdaderos hijos.

Esto indudablemente despertó resentimientos dentro de Yehudá (y los otros hermanos), y sin embargo, Yehudá ahora estaba preparado para comprometerse a una vida de esclavitud en nombre de Binyamin, y en su súplica repetidamente se refirió a Yaakov como «mi padre». Aunque no sentía que Yaakov lo considerara un hijo, Yehudá mantuvo su compromiso de respetar a Yaakov como padre, opina el Rav Amnón Bazak.

Hay mucho que aprender de la conducta de Yehudá a este respecto sobre la necesidad de actuar correctamente incluso cuando sentimos justificadamente que nos han hecho daño. Jaza»l notó el error de Yaakov al mostrar un trato preferencial a Yosef (Shabat 10b), pero Yehudá, a pesar de ser afectado directamente por este error, y después de cometer su propio error trágico, el de la venta de Yosef, finalmente se dio cuenta de la necesidad de superar los sentimientos duros y el resentimiento, y hacer lo correcto incluso si las personas a su alrededor no lo hubieran hecho.

Yehudá era lo suficientemente maduro como para reconocer que debía tratar a Yaakov como a su padre incluso si Yaakov no lo trataba, al menos en su imaginación y su sentimiento, como a un hijo.

No debemos hacer que nuestro trato con los demás dependa de lo que creemos que valen o no merecen. En cambio, debemos decidir el curso de acción sabio y apropiado, y dejar el juicio al único Juez verdadero del mundo.

Reconociendo su pecado, Yehudá también demuestra uno de los apotegmas fundamentales de la teshuvá: “En el lugar donde están los penitentes, incluso los justos de pleno derecho no pueden estar” (Berajot 34b).

Por muy grande que pueda ser un individuo en virtud de su carácter natural, aún más grande es aquel que es capaz de crecer y cambiar. Ese es el poder de la penitencia.

Yehudá pasó por experiencias muy duras durante su vida y fue endureciéndose para poder seguir adelante. Pero, la misma vida, contribuyó a que revise sus errores, los reconozca y los trate de enmendar.

Podemos tomarlo como ejemplo de verdadera teshuvá, la penitencia que hace que las personas suban en su nivel moral a alturas inconcebibles.

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