Parashat Koraj: La singularidad del Pueblo Judío

Foto ilustración Wikipedia

En nuestra parashá leemos: “Koraj… y Datan y Aviram hijos de Eliav, y On
hijo de Pelet, de los hijos de Reuvén… tomaron gente, y se levantaron
contra Moshé y les dijeron (a Moshé y a Aarón) ¡Basta ya de vosotros!
Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos
está .A.” (Bemidbar 16:1).

Pocas veces coincidí más con el profesor Yeshayahu Leibowitz que
cuando planteaba sus puntos de vista acerca de la singularidad del pueblo
judío. También con reservas… como sucede cuando llevamos a cabo
estudios judíos.

«Y los hijos de Koraj no murieron»(Bemidbar 26:11) reconvenía Leibowitz
que la filosofía de Koraj no desapareció con su muerte, sino que grandes
pensadores judíos aceptaron su pensamiento, como si fueran sus
continuadores ideológicos. Daba como ejemplo, siguiendo su estilo
vocinglero y provocador, nada menos que a Rabí Yehuda Haleví (Kuzari),
el Maharal de Praga, el Rav Kuk y sus seguidores. En esto no estoy de
acuerdo.

Leibowitz deseaba destacar que "Dentro de la realidad humana no hay
unicidad absoluta. Los judíos son seres humanos como todos los demás,
y no pueden ser peculiares por naturaleza, ya que todos somos, judíos y
gentiles, hijos de Noaj”. Los judíos no podrían poseer aptitudes, que no
son inherentes al hombre como tal. La noción de que el judío está dotado
de características que los no judíos carecen (la facultad profética descrita
por Yehuda Haleví; el "alma de la nación" propuesta por el rabino Kuk, y similares) deroga la importancia del judaísmo”… Leibowitz fue más allá
diciendo que “el pueblo de Israel no fue elegido, sino que se le ordenó
serlo”. …”Su singularidad consiste más bien en la demanda que se le
impone y La gente puede o no atender esta demanda. Por lo tanto, su
destino no está garantizado” (Leibowitz, Yeshayahu, Judaism, Human
Values, and the Jewish State). En síntesis, la Kedushá es algo que se nos
exige y no se nos otorga.

Los judíos no nacen con la Kedushá – lo santo, bendito, divino, y sagrado-
sino que tienen la responsabilidad de luchar para lograrla. Aquí hago mía su idea, aunque creo que fuimos elegidos, por nuestra debilidad, fragilidad,
vacilación, inseguridad, y apocamiento.

Obviamente el Rav Kuk nunca afirmó que «todas las personas de la nación son santas», sino que Kneset Israel -el pueblo judío- como totalidad, es
una entidad sagrada, y condenó la filosofía de Koraj, diciendo que el
llamado según el cual: ‘Todos en la nación son santos y .A. está entre ellos’
fue una aclamación burlesca de la sustancia de Kedushá, como no
contamos con el espacio para desarrollar su ideario, lo resumiremos en el
versículo: «Este pueblo he creado para mí; mis alabanzas publicará» (Yeshayahu 43:21), y pese a la afirmación del filósofo, no hay contradicción entre ambas posiciones. Tampoco hay contradicción con la idea de la lucha individual por alcanzar la santidad con el pensamiento del Maharal que señala que la elección del pueblo judío es por lo que nos ha inculcado la
posibilidad de alcanzar esa santidad.

En la «Aldea Global» con sus consecuencias socioculturales de la
comunicación, inmediata y mundial de todo tipo de información, a partir de
aquello que posibilitan y estimulan los medios electrónicos, es muy
importante apreciar la igualdad en todas las áreas particularmente cuando
se consideran los derechos y privilegios de todos los seres humanos, y
nosotros, como judíos, debemos ser los primeros en abrazar esa igualdad.
Pero también es fundamental reconocer las incompatibilidades de nuestra
vocación con la ajena y nuestra visión y la de los demás.

Todos los seres humanos, sin distinción, sin importar donde nacieron ni en
qué condición vivieron tienen la posibilidad y obligación de ser seres de
bien y alcanzar sus objetivos personales, sean profesionales, educativos y
económico.

Nosotros como colectivo judío, no debemos ni podemos renunciar al gran
objetivo ético de luchar por la vida, pero, esa elección no es suficiente, si
cada individuo no elige simultáneamente encontrar su camino a la
perfección que le llevará a la santidad, que según Yeshayahu Leibowitz
consiste en el cumplimiento de todas las mitzvot de la Torá.

De allí nuestra unicidad.

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