Parashat Jukat: los dilemas vitales de esta Sidrá

26 junio, 2020 , , ,
Foto: Pixabay

Fuimos educados en el altruismo y enseñamos a estimar el bien de los demás como un fin en sí mismo. Sentimos que el compromiso que asumimos con la nación, el pueblo y la comunidad, tiene prioridad sobre las necesidades propias. Ese objetivo se va filtrando en mensajes subliminales de los que no siempre somos conscientes.

Igualmente cada uno de nosotros pasó por la disyuntiva de si ¿es más importante dedicarse al desarrollo personal y espiritual o trabajar por el bien de la comunidad, el pueblo o del otro?

Una de las fuentes de este pensamiento es un Midrash (Shemot Raba 2:80), que une, usando un sistema de hermenéutica talmúdica, dos clases de sacrificios de animales, por el uso de una palabra común de la Torá: –Jukat-. El Midrash empalma el sacrificio del cordero pascual del Éxodo (Korbán Pesaj) y el ritual paradójico de la vaca roja (Pará Adumá), que purifica al contaminado y profana ritualmente al puro que participa en su preparación, que leemos en esta sidrá Jukat: «Habló .A. a Moshé y a Aarón y les dijo: «Este es uno de los preceptos legales (Jukat), prescrito por .A. con estas palabras: Diles a los hijos de Israel que te traigan una vaca roja, sin defecto, que no tenga manchas, y que no haya llevado yugo» (Bemidbar 19:1-2).  También aparece el mismo término Jukat en el texto del sacrificio pascual: «Esta es la ordenanza (Jukat) del Pesaj, ningún extraño comerá de él» (Shemot 12:43).

Las ordenanzas de la Torá ubicadas bajo el título Jok (regla, ley, lineamiento, pauta) no tienen una explicación racional que conozcamos. Esencialmente un Jok es diferente de los mandamientos que son comprendidos racionalmente, como las proscripciones del robo, el crimen, la violación, el incesto, etc. y son la clave para la supervivencia de una sociedad.

El Midrash, se centra en dos enfoques distintos a la vida y la práctica judía, cuando trata de los jukim (plural de jok) del cordero pascual y de la vaca roja, por interpretar el versículo, «Sea mi corazón perfecto en tus jukim-preceptos, para que no sea confundido» (Salmo 119: 80).

El Midrash explica que se refiere a la ordenanza (Jok) del sacrificio pascual y la ordenanza (Jok) de la vaca roja. En cuanto a la primera leemos: “Zot Jukat Hapesaj» (Shemot 12:43), Y en relación con la segunda leemos “Zot Jukat Hatorá” (Bemidbar 19:2). Ante esta aparente igualación, el análisis lleva a una forma de analogía. Se pregunta: ¿cómo podemos saber cuál de dos personas que van juntas y son muy parecidas es la más importante? Y se contesta (en mis palabras) aquella que no se apura por desbrozar el camino en el que ambas caminan es más importante que quien se adelanta a hacerlo. El Midrash nos guía al caso de los jukim idénticos y la pregunta es: si ambos están unidas por el concepto de Jok, ¿Cuál es la mitzvá más importante, el sacrificio pascual o el de la vaca roja? Obviamente, es la que a pesar de parecer similar, recibe el servicio y el respeto de la otra. La vaca roja nos prepara el camino purificándonos para el korbán Pesaj.

El rabino Joseph B. Soloveitchik, de bendita memoria, lleva a esta concepción midráshica un paso más allá. La vaca roja permite a una persona a participar en el ritual y en la ceremonia y ese es un mandamiento que vincula al individuo con Dios. La vaca roja representa la pureza espiritual individual, por otra parte, el sacrificio pascual representa el compromiso nacional del pueblo judío. El mandamiento de tomar el ‘Pesaj’ se dio justo cuando los israelitas surgimos como una nación que lucha, aún hoy, por escapar de la garra de la esclavitud.

El sacrificio pascual no es un mandato para el individuo, sino que debe ser comido dentro de un contexto familiar y nacional.

El sacrificio pascual es la meta, la vaca roja es el medio. De hecho hay incluso una halajá que establece que si toda la comunidad es ritualmente impura, y si no se puede encontrar una vaca roja, se permite a las personas a participar en el sacrificio pascual, que simboliza a la nación de que nuestra unidad nacional y el bienestar trasciende la pureza individual.

En consecuencia, vemos cómo el propio desarrollo espiritual es sólo un medio para la experiencia común de la nación. Clal Israel –el conjunto del pueblo- es lo primero.

Si nos fijamos en la oración, vemos cómo nos enseña algo único acerca de nuestras prioridades. La plegaria está estrechamente ligada a un estadio público. La oración individual es considerada dueña de un potencial espiritual más bajo que cuando la elevamos en un grupo de al menos diez, -un minián-, que representa simbólicamente a toda la nación judía. Y, aun cuando oramos solos, percibimos que nuestra oración está redactada en plural, para toda la nación. A solas no podemos recitar las tefilot más importantes.

Esto no quiere decir que la auto-realización de un individuo deba sacrificarse o postergarse siempre por el bien de la totalidad. Existe una dialéctica y una tensión entre ser un pueblo orientado a uno mismo o un pueblo orientado al colectivo.

A veces, uno debe ser celoso, e incluso egoísta, porque ello nos prepara para un mejor servicio a la comunidad, y para salir al paso de las necesidades de la humanidad toda.

El Covid-19 nos ilustra como principios que ni se ven a primera vista, se aplican ante nuestros ojos: nos cuidamos del contagio para no contagiar al otro, los médicos y los agentes de la salud, se exponen al infección y trabajan mucho más que siempre, para salvar la salud del otro.

Nuestras plegarias son dichas en plural, también cuando no podamos concurrir a la sinagoga: “Retórnanos, padre nuestro, a tu Torá y restitúyenos, rey nuestro, a tu culto. Haznos volver a ti con sincero arrepentimiento. Perdónanos… que hemos pecado, absuélvenos… que hemos trasgredido… «Cúranos, Señor, y seremos sanados; sálvanos y seremos salvados…».

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