Moisés en el Monte Sinaí. Óleo de Jean-Léon Gérôme, c. 1895. - Foto Wikipedia - Dominio Público

Elaboración de la pérdida

Es al grado que se ha convertido en una estadística sobre la que se escribe diariamente.

La muerte que es la única certeza humana que poseemos desde el mismo nacimiento, no resulta fácil para nadie. Cuando durante una guerra o una epidemia muchas muertes se producen en un lapso muy breve de tiempo, el sentimiento humano no deja de tener tiempo para elaborar las pérdidas y a veces busca respuestas no racionales para poder manejar mejor sus sentimientos.

La lectura de la Torá de esta semana establece algunos principios de los cuales hemos podido aprender para relacionarnos mejor a cada duelo, mucho antes del desarrollo de la tanatología.

Podríamos sintetizar el pensamiento en la siguiente frase: Cuando surge la muerte, lo mejor que nos queda es contar la vida.

Ya en Bereshit 50: 10-11, leemos de qué manera Yosef observó un período de duelo de siete días por su padre Yaakov, lamentándose amargamente. Cuando los cananitas lo presenciaron, descubrieron que la gente estaba celebrando «una solemne ceremonia de duelo». Después de que terminó el período de duelo, Yosef y los dolientes regresaron a Egipto para reanudar su vida diaria.

En Jukat, la parashá de esta semana, leemos que Moshé desnudó a Aarón de sus vestiduras, y se las vistió a Eleazar su hijo; y Aarón murió allí en la cumbre del monte, y Moshé y Eleazar descendieron del monte. Y viendo toda la congregación que Aarón había muerto, le hicieron duelo por treinta días todas las familias de Israel (Bemidbar 20:29). Eleazar, el hijo de Aarón, se convierte en el Cohen Gadol, el Sumo Sacerdote y el viaje continúa. Más tarde, cuando muere Moshé “…lloraron los hijos de Israel a Moshé en los campos de Moab treinta días; y así se cumplieron los días del lloro y del luto de Moshé” (Deuteronomio 34: 8). Yehoshúa, el sucesor de Moshé, asume la tarea de entrar y conquistar la Tierra Prometida.

También nos enteramos esta semana que  «llegaron los hijos de Israel, toda la congregación, al desierto de Zin, en el mes primero, y acampó el pueblo en Cadesh; y allí murió Miriam, y allí fue sepultada» (Ibíd. 20:1). Pero en este caso, no hay ceremonia, y no hay ninguna persona que asuma las funciones no oficiales de Miriam.

Hay un detalle que por lo general se pasa por alto y es que cada uno de los tres hermanos, Aarón, Moshé y Miriam fueron sepultados en distintos lugares y no reunidos en un mausoleo ni en una cueva. Miriam murió primero y fue enterrada en Cadesh (Ibíd. 20:1), Aarón murió en el monte Hor que se encuentra en el borde de la tierra de la Edom (Ibíd. 33:37), y Moshé en el valle, en la tierra de Moab, enfrente de Bet-Peor; en un lugar desconocido (Devarim 35).

De estas muertes aprendemos la práctica de shloshim, el período de treinta días en el que continuamos nuestro duelo, pero menos que durante la shivá, la primera semana después del fallecimiento.

¿Qué asimilamos de estos relatos? En primer lugar es que la vida continúa, pese al dolor. En segundo, que las personas reaccionen de manera diferente a las mismas circunstancias en otros momentos. Incluso circunstancias tan familiares para nosotros como la pérdida de una persona importante en nuestras vidas. En tercero, que las sepulturas se llevan a cabo sin esperar más que lo indispensable. En cuarto que el lugar del entierro quizás tenga algún simbolismo para el futuro –como señalan algunos exégetas- pero no mucho más que ello. Quinto, que el ocultamiento del lugar de sepultura de Moshé es ignorado para evitar el culto a los muertos.

Nuestra religión basándose en estos casos nos brinda un marco para afrontar la pérdida. Reconoce las diferentes etapas por las que atraviesan las personas después de perder a alguien cercano y, como una capa protectora, nos da la seguridad adicional para resurgir gradualmente en la realidad de vivir nuestra vida cotidiana ahora cambiada. Pero nuestra religión también es práctica. Reconoce que somos humanos, por lo tanto, extravagantes. Podríamos perder a alguien importante y debido a nuestra falibilidad no podemos llorar «adecuadamente». Quizás tengamos miedo, quizás la pérdida sea demasiado grande para comprenderla de inmediato o nunca. Pero, que en todos los casos   la vida debe continuar.

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