Monte Sinai - Foto: Wikipedia - CC BY-SA 3.0

No sólo de pan vive el hombre

La lectura de esta semana contiene una de las frases más notables de la Torá: «Te humilló, te hizo pasar hambre, te dio a comer el maná que ni tú ni tus padres habíais conocido, para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de .A.» (Devarim 8: 3).

Este texto nos da mucho material para reflexionar.

La generación del desierto tuvo satisfechas las necesidades básicas que todo ser necesita: los alimentos, pero, sus vidas no fueron significativas. El largo recorrido por el desierto nos muestra cuánto vacío había en ella, cuánta amargura. Cuanto dolor y desesperanza.

Si necesitábamos demostración de ese proceso al que normalmente no le prestamos atención, la tenemos en estos días de pandemia, durante los cuales, muchos tienen satisfechas sus insuficiencias alimentarias e incluso han llenado las alacenas y las casas con alimentos y enseres que durarán muchos meses. En su momento, deberán arrojar al cubo de la basura parte de ese acopio porque vencerán sus fechas antes que alcancen a consumirlos.

Junto a ellos, otros muchos sienten la angustia provocada por la pérdida de los trabajos, y por la reducción de los ingresos que lleva a sus familias a un estado cercano al hambre. Son los carenciados, los que no encuentran manera de adquirir alimentos para sus familias y corren el riesgo de perder los techos sobre sus cabezas; que descubren que la asistencia social de los gobiernos apenas alcanza como medio de distracción y que la caridad de las personas no siempre se cristaliza para satisfacer las necesidades de los hambrientos. Otros son víctimas de la «reducción de personal» de las empresas o quitas a los salarios o ven cerrados quizás definitivamente las fuentes del trabajo.

Quienes gozan de la abundancia no se sienten completos porque han tenido que renunciar a muchos viajes que lo más probable no hubieran realizado. Se sienten vacíos, porque la nueva rutina les impide distraer su tiempo girando alrededor de sí mismos para no ver la futilidad de ese movimiento, particularmente cuando ya tienen los bienes materiales que fueron el objetivo de su vida. Están paralizados y quienes pueden huyen de sus hogares a lejanas playas prolongando vacaciones que no se pensaban tomar. Ahora descubren el sinsentido de muchas de sus actividades cotidianas, y la dificultad, casi nunca encarada, de poder experimentar la presencia de Dios en cualquier circunstancia que «Dios decrete» para nosotros en nuestras vidas.

El desafío en los días de la pandemia es descubrir el carácter espiritual que poseemos. Y con un poco de esfuerzo podremos darnos cuenta de que si tenemos suficiente fe en nuestro propio ser espiritual, cada uno de nosotros tiene la capacidad de pasar todas las pruebas que la vida nos ofrece.

Tuvo razón León Trotsky cuando afirmó, obviamente en otro contexto que: «La profundidad y fuerza de un carácter humano es definido por sus reservas morales. La gente se revela a sí misma completamente solo cuando es lanzada fuera de las condiciones de costumbre de sus vidas, pues solo entonces tienen que recurrir totalmente a sus reservas».

Nuestros dolores, nuestras penas, nuestras pérdidas, los anhelos y los sueños destrozados, yacen en su mayoría escondidos en los recodos difíciles de recorrer en nuestras vidas. Es ilusorio mirar a los demás, y encandilarnos con su belleza externa imaginándonos que todo debe ser perfecto en sus vidas.

La pandemia permite percibir más que en otros momentos que amistades se alejan, seres queridos mueren, y que nos encontramos luchando contra una enfermedad grave e incierta, Es notable la rapidez con que incluso las personas más positivas pueden verse repentinamente atormentadas por preguntas de «¿Por qué yo?» ya que sus vidas parecen sufrir un golpe tras otro.

En la lectura de la Torá de esta semana, Moshé nos dice que los cuarenta años en que sufrimos y deambulamos por el desierto buscando la tierra de la leche y la miel, fue una prueba divina. «Y te acordarás de todo el camino por donde el SEÑOR tu Dios te ha traído por el desierto durante estos cuarenta años, para humillarte, probándote, a fin de saber lo que había en tu corazón, si guardarías o no Sus mandamientos» (Devarim 8:2).

Para la Torá, la vida misma es una prueba de fe, una prueba de nuestra voluntad de continuar a pesar de todas las dificultades, y descubrir lo que es verdaderamente valioso.

Ese es el desafío, y ahí es donde se descubre el carácter espiritual. Cuando nos damos cuenta de que si tenemos suficiente fe en nuestro propio ser espiritual superior, cada uno de nosotros tiene la capacidad de pasar todas las pruebas que la vida tiene para ofrecer.

Rabí Najman nos enseña que la brecha de tiempo entre: «A ti miran los ojos de todos», y «a su tiempo tú les das su alimento», y «abres tu mano, y sacias el deseo de todo ser viviente», frases de Tehilim que decimos todos los días en Ashrey, crea un vacío en el tiempo dentro del cual estamos invitados a reflexionar. La dilación, el tiempo, la espera, -nos enseñó rabí Najman, tienen valor-. La respuesta a nuestra angustia «antes que me llamen, yo responderé; aún estarán hablando, y yo les escucharé.» de Yeshayahu 65:24, nos impide esa reflexión indispensable. No nos invita a observar por nosotros mismos y descubrir nuestro potencial para salir de todos los problemas, que la parashá nos invita también en nuestros días.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.