Parashat Behaalotjá: El valor de la humildad

5 junio, 2020
Foto: Pixabay

In Memoriam del rav Norman Lamm z”l

La Torá desarrolla una serie de temas humanos que muchas veces pasamos por alto. Encontramos un ejemplo en esta sidrá que nos presenta, incidentalmente, la anivut. “El hombre Moshé era muy humilde, más que hombre alguno sobre la haz de la tierra (Bemidbar 12: 3). Anivut significa humildad y modestia, la virtud pasar desapercibido, de no esforzarse por sobresalir.

La Torá quiere enseñarnos a reconocer que nuestros logros son triviales, y que debemos considerarlos en su justa proporción, tomando a Moshé como modelo. Si una persona de tanta trascendencia y poder podía ser un anav cuánto más nosotros, mortales comunes, debemos ser recatados, respetuosos, deferentes y afables.

Pero… también esa probidad tiene límites.

El rabino Naftali Tzvi Yehuda Berlin (1816 – 1893) conocido como El Netziv, nos ofrece otra definición de anivut (en su Haamek Davar). Dice que anivut no se refiere al auto descrédito sino a la autocontención. No implica una escasa apreciación de uno mismo y sus logros, sino propone rebajar la arrogancia y renunciar a buscar cavod, honor y reconocimiento.

Ser un anav significa reconocer el verdadero valor, pero sin proponer, ni proclamar ni imponer el reconocimiento de sus virtudes a los amigos y vecinos. Representa apreciar el talento, sin enfatizarlo ni subestimarlo, pero absteniéndose de presumirlo en todo momento. Anivut significa no exigir que las personas se inclinen ante ti debido a tus talentos, habilidades y logros. Anivut significa reconocer los dones que te otorgó Dios misericordioso, y que posiblemente no merecías. Denota no asumir que debido a que tienes más competencia te conviertes en un individuo que todos deben apreciar. Anivut marca un duro desafío, que permite mantenerse en silencio ante la injusticia que se sufre cuando no se obtiene reconocimiento, tener amabilidad al recibir honor, dignidad en la respuesta a la humillación, moderación ante la provocación, tolerancia y calma frente a la calumnia y a la crítica.

Y es esta la característica sobresaliente de Moshé como se revela en su relación con Aarón y Miriam, quienes no solo fueron ingratos con él sino que también se entrometieron en su vida personal. Otro ser humano, habría respondido brusca y rápidamente. Los habría confrontado con su afirmación difamatoria, o les habría respondido con una aguda réplica, o al menos les habría lanzado una mirada de molestia e irritación. Pero, «El hombre Moshé fue el más humilde, más que cualquier otro hombre sobre la faz de la tierra», y aunque consciente de sus logros espirituales, de su papel como líder de su pueblo, incluso de su importancia histórica para todas las generaciones, no mostró sentimientos de dolor o sensibilidad, de cavod herido. No había en su persona ningún resabio de orgullo, arrogancia, dureza ni hipersensibilidad. ¡Y fue capaz de escribir esas mismas palabras sin timidez!

La calidad de anivut, es entonces, una de las características más hermosas a las que podemos aspirar. No es necesario alimentar los sentimientos de inferioridad para ser un anav. De hecho, cuanto más maduro se es y asumen los méritos en su justa proporción, es mayor la anivut. El individuo que se siente seguro y que reconoce sus logros como reales puede permitirse ser humilde, ser un anav.

Porque es esta combinación de cualidades – grandeza interna y humildad externa – que aprendemos de nada menos que Dios mismo. El Talmud (Meguilá 31a) lo expresó de esta manera: «Dondequiera que encuentres una referencia en la Torá del poder del Santo, Bendito sea, también encontrarás una referencia a Su humildad adyacente. La evidencia de este hecho está escrita en la Torá, repetida en los Profetas y declarada por tercera vez en los Escritos. Está escrito en la Torá: «Porque el Señor tu Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores» (Deuteronomio 10:17), y está escrito inmediatamente después «que hace justicia al huérfano y a la viuda, y ama al forastero, a quien da pan y vestido»   (Íb. 10:18), mostrando su humildad al cuidar incluso a las partes más débiles de la sociedad. Se repite en los Profetas: «Que así dice el Excelso y Sublime, el que mora por siempre y cuyo nombre es Santo”. «En lo excelso y sagrado yo moro, y estoy también con el humillado y abatido de espíritu, para avivar el espíritu de los abatidos, para avivar el ánimo de los humillados.» (Isaías 57:15), Se declara por tercera vez en los Escritos, como está escrito: «Cantad a Dios, salmodiad a su nombre, abrid paso al que cabalga en las nubes, alegraos en .A., exultad ante su rostro” (Tehilim 68: 5 y 6). “Padre de los huérfanos y tutor de las viudas es Dios en su santa morada».

La anivut de Dios significa su suavidad, gentileza, amabilidad, su respeto. Aquí, entonces, hay una enseñanza del judaísmo que no podemos permitirnos prescindir. Cuando tratamos con el otro, debemos recordar que si hablamos con dureza y altivez, revelamos nuestra falta de seguridad, y si replicamos impacientemente, mostramos nuestra falta de autoestima y la poca valoración que tenemos de nosotros mismos y de nuestras capacidades.

Practiquemos anivut en todas nuestras relaciones humanas. Si esta anivut no logra de inmediato hacernos verdaderamente excelsos, al menos nos ofrecerá los dividendos de un mejor carácter, una vida más feliz, relaciones sociales más relajadas y el primer eslabón de la nobleza de carácter judía.

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