“Normalidad” estilo israelí

24 agosto, 2020 ,
Foto: Wikipedia - CC BY 4.0

Este es un momento tan bueno como cualquier otro para detenerse por un rato, mirar a nuestro alrededor y tratar de entender -o al menos tener una idea- de adonde  nos encontramos, qué sucede a nuestro alrededor y en qué entorno nos estamos moviendo en Israel (o mejor dicho nos están moviendo, porque es muy poco el margen de maniobra que tenemos, si es que nos queda alguno).

En lo inmediato, dos acontecimientos dominan todo el panorama: la pandemia del Coronavirus que se ha abatido sobre nosotros y la grave crisis económica que se ha desatado a partir de las acciones -especialmente la adopción de políticas de cerramiento que en su oportunidad paralizaron prácticamente la actividad-   que se han ido tomando para combatirla. Ambos acontecimientos están estrechamente asociados (uno deriva obviamente del otro) pero como su alcance es planetario, han llevado a tomar medidas que entre otras cosas han limitado severamente el tránsito y los intercambios internacionales, lo que ha contribuido decisivamente en extender y profundizar la crisis económica.

También en lo inmediato -y refiriéndonos siempre a Israel- el país continúa sumergido en una crisis que hace ya más de año y medio impide contar con un gobierno estable, pese a que la población fuera convocada en tres ocasiones, durante ese período, a sendas elecciones. Lo curioso de esta crisis -aunque quizás haya que decir su lado trágico- es que ésta no es el producto de confrontaciones ideológicas o de situaciones sociales extremas o fuertes discrepancias políticas (que sí las hay, y a las que me refiero más adelante). Es más bien el resultado de una tozuda actitud del Primer Ministro -respaldada, es cierto, por una parte de la clase política y de la población- por mantenerse en el poder y de no hacerse a un lado, con tal de no enfrentar las acusaciones y juicios penales pendientes. Es así que estamos siendo testigos -y protagonistas- de una peligrosa inclinación a desconocer cada vez más los principios que definen el funcionamiento de una verdadera democracia, pese a la insistente proclamación de Israel como “la única democracia en el Medio Oriente”.

Pero todas estas vivencias y crisis actuales se proyectan sobre un telón de fondo que desde hace ya tiempo se cierne sobre la sociedad israelí, y en el que es posible distinguir al menos tres ejes permanentes de conflictos no resueltos, a pesar de las amenazas que representan cada uno de ellos o todos en su conjunto. Se trata, en un orden aleatorio: del inacabado conflicto entre Israel y los palestinos, en el que la ocupación de Cisjordania y el cerco de Gaza juegan un papel central y en que la ausencia de negociaciones de paz con su vecindad inmediata prolonga un estatus quo inadmisible;  de la carencia de separación entre el Estado y la religión, con la aplicación de las regulaciones halájicas (conjunto de regulaciones religiosas judías) a aspectos centrales de la vida civil y con la creciente influencia de los grupos ultrareligiosos  y religiosos nacionalistas (que se manifiesta entre otras cosas en el sistema educativo y en sus orientaciones), a pesar de constituir una minoría dentro de la población; de la persistencia de un modelo de funcionamiento económico y social que acentúa y profundiza las diferencias en la calidad de vida en vastos sectores y mantiene niveles inaceptables de pobreza, y todo ello en una economía que se precia de formar parte del mundo desarrollado y se jacta de sus avances en la más moderna tecnología.

No, la situación y la conflictividad en Israel no es un caso único en el mundo. Muchas naciones experimentan situaciones extremas, incluso con guerras civiles abiertas o encubiertas que impiden un funcionamiento normal y ponen en riesgo el destino de poblaciones enteras. En otros casos, conflictos étnicos internos han dado lugar a aberraciones cercanas al genocidio, si es que no a genocidios directamente, y las injusticias sociales y económicas son en el mundo, desgraciadamente, más la regla que la excepción. Pero bien dicen que todas las comparaciones son odiosas, por lo que ésta muy sintética enumeración de conflictos y de crisis que se abaten sobre Israel -sin dejar de mencionar la ineludible necesidad de protegerse de amenazas externas- no tiene como propósito participar en un concurso de lamentaciones; se trata más bien de señalar la complejidad de los problemas que aquejaban a esta sociedad antes de la crisis de la pandemia y continúan aquejándola, y de la alta probabilidad que continúen presentes una vez que la pandemia y sus efectos vayan siendo superados. Y esto último, pese a que se ha convertido ya en un lugar común afirmar que después de la pandemia el mundo conocerá una “nueva normalidad”, diferente a la que estábamos acostumbrados (o resignados).

Recapitulemos. La pandemia del Coronavirus y la crisis económica sobreviniente, debida a las medidas tomadas para combatirla -vertiginosa caída del Producto Bruto Interno, muy altos niveles de desocupación, una creciente deuda pública- ocupan el centro de las preocupaciones de la población, y es de esperar también del gobierno (aunque la imposibilidad de aprobar el tan necesario presupuesto público, por razones políticas deleznables, hace dudar sobre cuales son las verdaderas preocupaciones del gobierno). Pero previo a la pandemia y arrastrándose desde largo tiempo atrás, se mantienen graves conflictos -políticos, étnico/religiosos, económicos, sociales-   cada uno de los cuales puede atentar por sí contra la estabilidad misma del Estado, además de socavar los valores éticos de esta sociedad.  Esos conflictos, mencionados anteriormente, continúan activos a un lado de la crisis pandémica, aunque a ratos parecería que la población se ha habituado tanto a ellos que en ocasiones llega a ignorarlos, lo que es peor.

La crisis sanitaria y la crisis económica se superarán en algún momento, pero la solución de los conflictos que caracterizan a esta sociedad no parece estar en el programa de ninguna agrupación o partido político, salvo que se considere que el mantenimiento del estatus quo es la solución apropiada (y es de temer que para una parte significativa de la población eso sea así). En esa “normalidad” estamos inmersos hace tiempo. Lo poco que las brumas de futuro parecen dejar entrever es un avance hacia un Estado cada vez más alejado de una democracia liberal, en el sentido político del término, con un fuerte componente religioso-nacionalista y reacio a cualquier acuerdo que implique la creación de dos Estados. ¿Será esa la “nueva normalidad” a la que aspira esta sociedad?

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