La otra orilla, el teatro de la libertad

5 abril, 2021
Jorge Luis Borges - Foto: Wikipedia - Dominio Público

Ya con Lacan nos viene el gusto y la interrogación por el teatro, la escena sobre la escena, con esa magnífica obra de Shakespeare Hamlet, donde representando el asesinato de un rey, Hamlet intenta conmover e inculpar a su tío Claudio por la muerte de su padre, el rey de Dinamarca. Con Borges y su poema lo recordamos:

Claudio, rey de una tarde, rey soñado
No sintió que era un sueño hasta aquel día
En que un actor mimó su felonía
Con arte silencioso, en un tablado.

Hasta aquí tenemos un teatro argumental donde cada cual entendía el sentido de la obra acorde a su propia cultura junto a los avatares del nudo en la propia represión. Entonces, de alguna forma el argumento de la obra tranquilizaba o no al espectador según si podía seguir el hilo del sentido.

En otra ocasión hube de escribir un pensamiento acerca del teatro, del actor y el espectador, palabras que voy a tomar nuevamente para este escrito. En esa oportunidad se dijo (del libro Borges con Lacan un pase discursivo): … el actor con su representación hace al espejo de lo que el ser aún no puede ver. Es así entonces, cómo actor y arte se conjugan siempre en futuro. Invitan al espectador a que le retorne, por la puesta en escena del actor, la asunción de su acto, ese espejo-fantasma, morada anticipada de su alma.

Si el teatro es la puesta en escena de “la otra escena” entonces, le anticipa al espectador lo que es para él aún futuro: la finitud de cada sujeto, el extremo de la vida, o sea, la salida de la escena.

El teatro es entonces, el lugar donde se le hace posible al sujeto dejar caer sus máscaras, semblantes ilusorios que debe encarnar para soportar la tragedia, que es la vida, siendo el teatro el instante donde la muerte puede ser burlada ya que es el otro el que debe cargar con la responsabilidad de la máscara y el sujeto entonces, es un mero espectador de ella.

Con el teatro moderno se da una ruptura en cuanto a lo arriba mencionado en relación a la secuencia discursiva, ya no existen telones ni escenas lineales y el argumento deja de ser de una estética tranquilizadora para el sujeto.

Siendo así, sobre este trasfondo, fuimos espectadores, o más bien testigos silenciosos de la última puesta en escena del director teatral Omar Pacheco con su obra titulada Del Otro Lado del Mar. Realización dada a ver en el teatro independiente La Otra Orilla, que con ese sólo nombre ya nos dispone a enfrentarnos con la otra orilla de nosotros mismos, no sólo la de los actores en escena, sino con ese borde íntimo, desconocido y a veces rechazado de nosotros mismos. De esta manera, este director nos arrima a ese costado y nos convoca a toparnos con él, la otra orilla del mar, y con ese doble horizonte, tejido möbiano, enfrentarnos con el envés del espejo.

Nos ofrece una estética de la mirada poco tranquilizadora, apunta al nudo tensándolo hasta sus máximas consecuencias, o sea, nos desafía a que veamos su obra con el cuerpo, angustia entonces, fuera del intelecto y despojados de la razón.

No se puede poner por escrito ningún argumento, tan sólo puras sensaciones, como cuando se intenta apresar lo improferible de lo Real. Obra ominosa entonces, de una estética indescriptible, hecha cuadro por cuadro, escena por escena, con un mensaje circular dado que comienza y finaliza con las mismas palabras en off que dicen “el futuro es mi propio deseo…lo que comulgue con mi propia pasión”.

El creador sabe así que el deseo es un movimiento como apuesta a lo que aún no es, la historia en futuro, distinto de la nostalgia por lo que ya fue. Y con ese tejido va construyendo su camino pasional, sendero del goce hecho con el cuerpo, pero liberado de los mandatos del Otro. Siendo así, pensamos que con ese despojo se llega a la creación como inaugural e inédita, rasgo del estilo que convoca a la mirada por lo que encierra como enigma.

En medio de una oscuridad inquietante nos vimos atrapados en un espacio casi atemporal, con cuerpos en movimiento, a veces desnudos, que no evocaban una erótica sino más bien una estética y una sensación de desgarro por el máximo despojo que evoca un cuerpo al desnudo.

Escenas que recordaban desde figuras medievales con pociones venenosas al modo de los Borgia, al cáliz de Cristo ya que su imagen bordeaba efímeramente por allí, hasta llegar a un objeto en forma de medallón que circulaba de mano en mano invitando éste a ser poseído, provocación entonces a la codicia, el deseo y la muerte del semejante.

Este director logra armar un nuevo nudo no sólo hecho de sexualidad y muerte, sino que le agrega un tercer término que es el de la locura dado que, cuando cunde el desenfreno éste desarma y desanuda todo límite permitido entonces, se pasa así al otro lado del espejo.

Irrumpe un sonido de voces fuera del discurso conocido pues está hecho de palabras ilegibles pero que no dejan de ser humanas. Una nueva modulación en un idioma no conocido, gutural, visceral y horroroso. Y con ello se llega así al límite de lo humano, pero mostrando su contracara, lo que se ve cuando caen todas las máscaras. Surge así la pura animalidad del sujeto con personajes salidos de las entrañas de la tierra al modo de los escritos de un Howard P. Lovecraft. Tomamos algunas líneas de su cuento El llamado de Cthulhu, del año 1925, para dar cuenta de la inventiva de este autor. Dice, Una furia anima y una licencia orgiástica se exacerbaban allí hasta alcanzar alturas demoníacas con gritos y aullidos extáticos que reverberaban en los bosques tenebrosos como ráfagas pestilentes surgidas de los abismos del infierno. De vez en cuando cesaban los gritos y lo que parecía un coro de voces roncas entonaban la odiosa melopea:
Ph´inglui mglw´nafh Cthulhu
R´lyeh wgah´nagl fhtagn.

Como se podrá observar, también Lovecraft utiliza un idioma ilegible y desesperado para mostrar al humano en el límite, en ese borde efímero que hace al hombre cuando irrumpe su animalidad, despojado de sus máscaras.

La palabra engaña dado el uso que se hizo de ella durante el nazismo siendo Josef Goebbels el responsable de su mal uso por el implemento que hizo de ella como herramienta de propaganda.

Hoy con las palabras oficiales se manipula la información entonces, Harold Pinter, flamante Premio Nobel, desde hace ya dos décadas apuesta a un teatro gestual, silencioso, donde se le da poco crédito a la palabra. Utiliza el monólogo más que el diálogo, o sea, a la relación del sujeto con lo otro de si. Usa la reverberación especular pues el monólogo hace a la vuelta y a la inflexión de la imagen por la torsión del nudo entonces, a la asunción del propio reflejo sin los embauques de un Otro tanto mediático como político.

Habrá que esperar entonces las consecuencias de este nuevo discurso en el sujeto, que otros lazos habrá de entablar con él, o si es el pánico el que se hará sentir, donde cada cual se realimentará de sus propios dichos, siendo éstos circulares y autogestivos, y quizás allí el psicoanálisis no tenga, en esa orientación, la del descrédito de la palabra, mucha posibilidad de operar.

Harold Pinter piensa que sólo en silencio nos comunicamos. ¿Es así, o es el paradigma de una humanidad abandonada a su propia suerte, descrédito del Otro, de la función paterna y la decadencia de todas las instituciones? Con su dramaturgia silenciosa, hace uso del cuerpo sintomal, orientado en la angustia, intranquilizando al espectador e intentando despertarlo de un discurso aletargado y oficialista, de frases hechas y pensamientos manipuladores.

Desde esta perspectiva podemos aunar el teatro de Harold Pinter con el de Omar Pacheco, y con esa mirada sensible que descubrimos en ambos, diremos que no hay fronteras discursivas sino comunidad de horizontes.

Siguiendo con la obra de Omar Pacheco vemos cuerpos encadenados como esas sombras cavernarias en las escenas de Platón. Canibalismo, vampirismo, espejos y dobles aunados en una danza diabólica. Y la mujer, con su goce femenino abierto, sin medida y demoníaco, con su “risa loca”, donde nuevamente lo femenino está mostrado al máximo, al borde de la locura, sin compasión ni ambages.

Y en una lateralidad anamorfósica, dada como un estribillo por los cuerpos que se repiten en su andar desorientado y mudo, nos muestran a esos zombis salidos de las entrañas de la tierra, los muertos-vivos, y nuestra deuda para con ellos. Son los sacrificados inútiles de la humanidad, cargando con la historia de la maldad del Otro, pero ahora expuesta para aquel que la quiera ver y enjuiciar.

En ellos rendimos homenaje a los anulados de los campos de concentración, a esos muertos vivos, los de la nuda vida llamados musulmanes, seres silenciosos, puros organismos que se desplazan sin reclamos. También a los desaparecidos de todos los Procesos, a los hijos sacrificados de esta Tierra.

Imre Kertész dirá de ese saldo concentracionario que, en su sistema el sobreviviente constituye una especie aparte, como un tipo de animal (…) Todos somos sobrevivientes, lo cual condiciona nuestro mundo intelectual perverso y atrofiado. Auschwitz.

Y la obra continúa y vemos al hombre puesto en la escena que da a ver en cada uno de sus despojos como se desliga de los mandatos del Otro, libera su alma y queda cual un pájaro desatado, solitario, por la elección de su deseo y en esa posición intenta barajar y dar de vuelta en un nuevo renacer.

Se rearma el nudo siendo éste testigo del paso del tiempo y sus incesantes cruces y avatares.

Nos apropiamos de la cita que en el programa dice:

Del Otro Lado del Mar es el intento de vuelo como metáfora de libertad… Es el ritual de nuestra estética de lo esencial.

Debido a Omar Pacheco pudimos compartir su deseo de creación, responsabilizándonos ahora por lo que hemos recibido de hacerlo nuestro, entonces lo damos a conocer para compartirlo con todo aquél que esté dispuesto a pasar por lo inquietante de la Otra Orilla para volver de ella de otra manera por la torsión que hubo de acontecer.

Con el poeta español Justo Jorge Padrón, de su poema Ritual de esclavos, con el espíritu de su pensamiento decimos:

Dame lo que no tienes, pero que es tu esencia,
acaso ese deseo tan íntimo y prohibido,
lo más tuyo: tu entrega y tu renuncia.
Todo lo que has de ser cuando tu plenitud
alcance el porvenir que ha madurado
como un dorado fruto por la luz del otoño.

Tal vez la noche tersa nos reúna
para que conozcamos el mal de lo difícil,
el daño indivisible del amor,
en donde al fin podamos existir
en el tenue esplendor con que la vida
nos elige y nos mezcla fatalmente. 

Por eso yo te pido que con firmeza cumplas
el acerbo ritual de los esclavos:
cambiar la libertad de la esperanza
por el ansia que juntos nos apresa.

Y quizás lo que nos apresa es el deseo de libertad y con él convocar a la mirada para aprehender el acto creador y poder reconocerlo, a pesar de que es solitario, sin ambages, desposeído, generoso, pero, por sobremanera verdadero.

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