El próximo gobierno israelí haría bien en presentar sus propias propuestas para mejorar la vida de los palestinos, tanto para mejorar aún más su propia posición regional como para satisfacer (algunas de las) expectativas de la administración, en el diálogo y la asociación.

Una de las primeras tareas de política exterior del próximo gobierno israelí que, con suerte, surgirá de las elecciones del 23 de marzo, será construir una relación de trabajo con la administración Biden. Si bien el enfoque de la administración en el Medio Oriente será el acuerdo nuclear con Irán, no ignorará el problema palestino. Habiendo archivado el «Acuerdo del siglo» de Donald Trump, el presidente Biden eventualmente propondrá ideas para lidiar con el prolongado conflicto palestino-israelí. Israel debería estar listo para delinear sus posiciones políticas con respecto al futuro de la Ribera Occidental (Judea y Samaria) y la Franja de Gaza.

La administración Biden ha designado a ex «procesadores de la paz» (como John Kerry y Robert Malley) a posiciones de influencia, pero es poco probable que desperdicie demasiado capital político en el nudo gordiano israelo-palestino. Kerry (que intentó sin éxito forzar un acuerdo israelo-palestino en 2014) ahora está a cargo del cambio climático. Malley (quien minimizó infamemente la responsabilidad de Arafat por la fallida cumbre de Camp David en 2000) fue nombrado enviado de Biden en Irán.

En conversaciones privadas, los funcionarios de la administración Biden admiten tener pocas expectativas sobre el proceso de paz entre Israel y los palestinos, pero esperan, sin embargo, que Israel proponga ideas prácticas para mejorar la vida cotidiana en las áreas palestinas.

La administración Biden está formalmente comprometida con la solución de dos Estados. Para la mayoría de los israelíes, esta «solución» puede funcionar en teoría, pero ha fracasado en la práctica. El rechazo de Yasir Arafat en 2000 de la propuesta de Ehud Barak en Camp David y de los parámetros de Clinton, así como la sangrienta segunda intifada lanzada por Arafat, han dejado manchas duraderas de desilusión y escepticismo en la sociedad israelí sobre la posibilidad de paz con los palestinos.

Mientras tanto, la implosión política en los últimos años de Estados árabes como Libia, Irak, Siria y Líbano (que ha provocado guerras civiles y la propagación del islamismo radical) ha hecho que muchos israelíes se pregunten porqué es tan urgente el establecimiento de otro país, con posibilidades de ser otro fallido Estado árabe, a pocos kilómetros de Tel Aviv, Jerusalén y el único aeropuerto internacional de Israel.

Los recientes acuerdos de normalización entre Israel, los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos y Sudán también han puesto de manifiesto la debilidad del argumento de que no puede haber normalización entre Israel y el mundo árabe sin establecer un Estado palestino. Todo lo contrario es aparentemente cierto. Existe un amplio consenso en Israel de que la resolución de la disputa israelo-palestina está actualmente fuera de alcance (tal como otros conflictos en Nagorno-Karabaj, Chipre, el Sahara occidental y el este de Ucrania), mientras que la paz entre Israel y los Estados árabes es factible y está al alcance de la mano.

El próximo gobierno israelí debería tratar de restablecer las buenas relaciones con Jordania, algo que esté de acuerdo tanto con el interés nacional de Israel como con las expectativas de la administración Biden. Jordania siente que ha sido marginada por los Acuerdos de Abraham, a pesar de ser el «amortiguador estratégico» de Israel frente a Siria e Irak. Israel no debería avergonzar al rey Abdullah hablando de una «opción jordana» (es decir, el restablecimiento de la contigüidad política entre Jordania y la Ribera Occidental, que fue formalmente cortada por el rey Hussein en 1988). Israel debe fomentar la cooperación económica y la integración entre el Reino Hachemita y la Autoridad Palestina (AP). Un buen punto de partida sería el relanzamiento del moribundo proyecto Read Sea-Dead Sea Water Conveyance [Canal Mar Rojo-Mar Muerto].

Hay formas adicionales de restablecer la cooperación entre Israel, Jordania y la Autoridad Palestina. La agricultura palestina podría ampliarse en partes del Área C. Las reglas de zonificación podrían ajustarse para permitir el crecimiento natural tanto de los bloques de asentamientos israelíes como de la ciudad palestina densamente poblada de Qalqilya. Israel y Jordania también tienen un interés común en frenar la influencia y las inversiones de Turquía en el este de Jerusalén.

Las relaciones de Israel con Egipto y la Franja de Gaza son aún más complicadas, pero se requieren cambios y quizás algunos podrían implementarse. Así como el rey Abdullah no está interesado en la integración política de Jordania con la Ribera Occidental [Cisjordania], el presidente Al-Sisi quiere mantener la Franja de Gaza dirigida por Hamas separada de Egipto. Sin embargo, es necesario abordar las presiones demográficas y la miseria económica de la Franja de Gaza.

El pésimo estado de la economía egipcia crea una oportunidad para incentivar al presidente egipcio a levantar parcialmente el cierre de la frontera entre Gaza y Egipto. Precisamente porque Al-Sisi ha concluido acuerdos con China y Rusia, EE.UU. tiene interés en mejorar sus relaciones económicas con Egipto. Sin embargo, la ayuda estadounidense debería ser concomitante con una estrategia económica para la Franja de Gaza en coordinación con Israel. Por ejemplo, se podrían establecer zonas industriales habilitadas para los habitantes de Gaza en el desierto del norte del Sinaí adyacente a Gaza, de conformidad con el acuerdo de paz entre Israel y Egipto.

Si bien el plan de paz de Trump está actualmente archivado, su idea central de invertir en la economía palestina debe perseguirse, junto con las reformas políticas y económicas en la Autoridad Palestina. Los Acuerdos de Abraham han abierto oportunidades económicas que se pueden canalizar para la inversión en la Ribera Occidental, con un adecuado seguimiento internacional.

Israel no debe escatimar esfuerzos para argumentar en contra de la renovación de la financiación estadounidense para la UNRWA. Al sostener y perpetuar el mito de un “derecho de retorno” palestino a Israel, esta organización constituye un importante obstáculo para un arreglo palestino-israelí. En lugar de renovar la financiación de la UNRWA, se debería convencer al gobierno de Biden de invertir sus recursos en la construcción de infraestructuras permanentes para los desplazados por las guerras árabes contra Israel de 1948 y 1967.

En resumen, si bien la administración Biden se centra principalmente en Irán (y con razón), eventualmente explorará formas de reforzar las alianzas regionales. Esto implicará una cooperación renovada entre Israel, Jordania y Egipto, así como medidas prácticas para mejorar la vida diaria de los palestinos. El próximo gobierno israelí haría bien en presentar sus propias propuestas, tanto para mejorar aún más su propia posición regional como para cumplir (algunas de) las expectativas de la administración, en el diálogo y la asociación.

Fuente: Jerusalem Institute for Strategy and Security

El Dr. Emmanuel Navon es experto en relaciones internacionales.

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