Intenciones y equivocaciones

1 marzo, 2021 ,
Edificio del Ministerio de Salud en la calle Jaffa, Jerusalén - Foto: Wikipedia - CC BY-SA 3.0

En un país como Israel, o en cualquier país del mundo que tenga visos de democracia, la expresión libre de opiniones y afirmaciones es lo correcto. El deber ser. Sin embargo, con mucha preocupación uno atina a recibir los comentarios de los políticos y comunicadores respecto a las acciones de unos y otros. Impera un lenguaje y un tono que, lejos de realzar el carácter democrático de la sociedad, siembra la duda y la desconfianza. Con ello, la desesperanza.

El mundo entero está sometido a una pandemia sin igual.  Además de su mortalidad comprobada y de su alta tasa de contagio, están dos factores más que contribuyen a la preocupación.  En primer lugar, las comunicaciones instantáneas, en vez de calmar, terminan por asustar más, angustiar más. En tiempo real se saben de nuevos casos, nuevas cepas, cifras actualizadas. Y, en segundo lugar, no menos importante, en pleno siglo XXI, el más avanzado de la humanidad, en países desarrollados, con las empresas de bio tecnología y farmacia más avanzadas de la historia, el virus no se ha podido contener. La batalla se ha convertido en una larga guerra.

En todos los países se han cometido errores y, una vez cometidos y subsanados, es fácil concluir como se hubieran podido evitar.  Pero, en caliente, sin cifras estadísticas ni experiencia previa, se ha tenido que ir a una especie de “ensayo y error”, contando como principal recurso con el sentido común, y la mejor disposición de quienes ejercen el gobierno.

En Israel, con todas las críticas que se puedan hacer, hay varias situaciones que rescatar. La eficiencia del sistema de salud, tanto en la atención de pacientes y en las jornadas de vacunación. La entrega del personal de salud en esta pandemia es algo que abruma. No solo en Israel, es verdad. El personal que arriesga su salud y su vida para atender a otros, en condiciones además de mucho peligro y de tristes circunstancias.

En Israel parece no apreciarse en su justa dimensión, pero quienes viven en otros países, no necesariamente del mal llamado Tercer Mundo, sí entienden que la salida de esta pandemia pasa por la vacunación, por inmunizar a la

población y regresar a la brevedad a la normalidad. Cuando se ven los números de muchos países, números de vacunas necesarias, población a vacunar y la logística necesaria, el ánimo tiende a decaer. Ver que Israel va muy rápido en lo que respecta a vacunación y con expectativas optimistas de tener un país en funcionamiento casi como antes de la pandemia, es algo que raya en lo milagroso.

El ejecutivo de gobierno, el primer ministro, han sido diligentes en tener las vacunas a mano muy rápidamente. Ese mérito no debe minimizarse. En un país que funcione como debe, el carácter crítico y contralor de la oposición es un incentivo para que el gobierno proceda correctamente.  Así quisiéramos percibir la realidad israelí. La de cualquier país también.

Los ciudadanos decentes de un país, que son siempre la inmensa mayoría, basan su confianza y hasta su felicidad en la creencia cierta que los políticos de gobierno y oposición actúan con las mejores intenciones, y de buena fe.  Todos son susceptibles de equivocarse, de errar. Pero no de actuar premeditadamente en aras de un objetivo que no sea noble, que no sea en aras del electorado que representan o del cual pretenden su respaldo. El debate electoral israelí, muy agotado por cuatro campañas en menos de dos años, debe cuidar su lenguaje. El irrespeto y la siembra de dudas, con la intención de captar votos en la coyuntura, es contraproducente para todos y por mucho tiempo.

Existen intenciones y equivocaciones.  Deben evitarse las equivocaciones. Pero si dudamos de las intenciones, entonces se imponen las equivocaciones.

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