Entre Agnón y Amós Oz

29 diciembre, 2019 ,
Foto: Wikipedia - CC BY 3.0

En los próximos días conoceremos -así imagino- notas y personajes que señalarán múltiples dimensiones en la vida y obra de Amós Oz. El recuerdo de su muerte dirá lo que en su vida produjo y difundió no sólo a través de su novelística; también con artículos y ensayos que revelaron una crítica mirada del historial israelí.

Anticipo que me conduce a transcurridas décadas cuando inicié mis primeras lecturas en hebreo. A contracorriente de no pocos amigos con quienes entonces interactué en diferentes escenarios, mi tenaz preferencia literaria en aquellos días era Shmuel Joseph Agnón. En particular su novela Tmol Shilshon (Ayer y anteayer) obra que leí en dos volúmenes impresos en Palestina en 1945, que hoy miro con nostalgia en mi biblioteca.

El itinerario de Itzhak Komer desde el país donde nació a la Tierra bendita y los ajetreos de su imaginación para inventar lo que allí no veía me impulsó sin frenos a incursionar en no pocas de sus páginas. Al leer la equilibrada biografía que le consagró Dan Laor y enterarme de sus incursiones desde alguna aislada aldea en Europa oriental a Jaffa -entonces la hoy bulliciosa Tel Aviv apenas tomaba forma- y de aquí a Alemania para retornar en los años veinte después del incendio de su rica biblioteca a fin de domiciliarse en el suburbio jerosolimitano de Talpiot, se acentuaron mis tempranas afinidades. Todas sus páginas -y en particular Shira donde vibra su mal disimulado erotismo- se empecinan desde entonces a cobijarse en mi memoria.

Como estudiante en Jerusalén escuché algunos de sus laicos sermones articulados en un hebreo detrás del cual el idish protestaba. Festivo en la ironía y penetrante en la observación, Agnón posaba entonces una fina mirada al escenario político israelí de los sesenta.

Experiencias que me formaron y enriquecieron en mi ulterior encuentro con Amós Oz. Como no pocos, admiraba a Agnón pero acertó a liberarse de su estilo para cultivar el propio. Tal vez me topé con él en los sesenta en alguna sala universitaria escuchando las finas ironías de Yaakov Talmón aludiendo sin discontinuidades a Voltaire y a Ben Gurión, o en las clases del sociólogo Shmuel Eisenstadt que describían las tensiones étnicas y religiosas en el país. Encuentros accidentales, sin palabras, que se repitieron en el curso de los años y que apenas condujeron a un diálogo formal.

Llevaban sin embargo algunos gérmenes que muy pronto encendieron mi curiosidad no sólo por sus ensayos y novelas; también por su vertical actitud en favor de alguna sostenible convivencia con los vecinos y los ciudadanos no judíos de Israel.

Tengo muy cerca el texto Siaj Lojamim que ayudó a redactar en octubre 1967 después de la guerra de Los Seis Días. Lleva el prólogo de Miki Tzur (a quien recuerdo balbuceando palabras en castellano cuando su padre era embajador en Buenos Aires) y contiene páginas que devolvieron entonces el equilibrio emocional a no pocos y alentará después la formación del movimiento Paz Ahora.

Intensamente me emocionó su Mi Michael (1968). Las calles jerosolimitanas “donde nadie puede extraviarse”, los altibajos de su clima, las intrigas en los recintos académicos, el ánimo cambiante de Michael que Hannah acierta a describir: semillas que produjeron en mí un obstinado interés. Más tarde, La Caja Negra, y en particular la autobiografía Historia de Amor y Oscuridad, me convirtieron en un celoso observador de su itinerario y en un entregado lector de sus páginas.

Hasta el ingreso del Shabat -hace un año- cuando se alejó de esta humana vida dejando a los que aún aquí estamos una aventura literaria que nutre los días y la memoria.

En suma: cabe no sólo hoy ensayar un brinco entre Agnón y Amós Oz. Es un íntimo privilegio de no pocos. Pero una pregunta me oprime: ¿se mantendrá en el devenir?… ■

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