¿El mundo año cero? La mirada de Rossellini    

6 junio, 2020 ,
Walter Benjamín - Foto: Wikipedia - Dominio Público

¿Se puede decir de un sujeto y un cuerpo como propios después de lo acaecido en Auschwitz?

Alemania año cero, filme de Roberto Rossellini (1947), pone a un niño a deambular por una nueva geografía: un paisaje destruido y un estado mental atolondrado. Ahora lo único que importa, para esta criatura, es la sobrevivencia. No sólo la del cuerpo sino cómo reubicar al sujeto en este nuevo paisaje mental, la de esa ruptura abrupta y traumática con lo familiar, lo conocido desde siempre entonces, cómo sintomatizar con ese resto, no sólo con el a como operación de la constitución del sujeto, sino con los escombros, tanto edilicios, familiares, corporales y mentales.

Rossellini dice en su filme de una “moral sin rumbo”. En parte porque los antiguos verdugos del nazismo se reinstalaron en lo cotidiano sin puniciones, pero lo que es peor aún, es que marcaron el paradigma de una nueva orientación político-social: la del crimen sin castigo dando un nuevo valor a la impunidad como condición jurídica y de intercambio social. La ética del buen hacer y del bien decir junto a una moral como un uso de lazo social dejaron de estar en vigencia según la máxima kantiana.

El cuerpo en los campos de concentración pasa a ser así un pedazo de carne, pura carne de experimentación sin el hombre como poseedor de un cuerpo. El discurso se banaliza con eufemismos y la economía se orienta en hacer del cadáver un resto ya no entendido como un muerto a enterrar, sino como una ganancia con sus dividendos usufructuando vía el comercio de sus partes (jabón humano, huesos, piel, veladores con pantallas de piel humana especialmente si portaba tatuajes, etc).

Ya no estamos frente a una Antígona que reclama los derechos del ciudadano por el entierro de su hermano muerto, ni de una Medea que mata a sus hijos por amor a un hombre. Hoy nos enfrentamos con una política feroz donde la biopolítica y sus consecuencias económicas hacen a la orientación de un mundo nuevo.  Foucault es el que nos va a  introducir en el concepto de biopolítica y somatopoder como la nueva modalidad de los gobierno cual insipientes  soberanos, junto a  sus lacayos que los representan con sus métodos punitivos y represores, siendo ellos la policía y su forma de maltrato, especialmente a los marginados, desclasados , homeless, o sea, los que quedaron fuera del sistema acorde a las leyes del mercado de consumo y de producción, junto a los médicos, dueños del diagnóstico, determinando quién está enfermo y quién no, suministrando toda una batería de psicofármacos al servicio de los laboratorios farmacológicos y sus desmedidas ganancias. Como se podrá inferir, para esta modalidad de tratamiento no se precisa del reconocimiento de que hay un inconsciente que trabaja más allá de la voluntad y la razón de cada sujeto y que para llegar a él, su develamiento, se precisa de un trabajo casi artesanal, decidido y “deseante” de un psicoanalista a cargo, no precisando éste ningún fármaco que lo ayude en su labor.

Los niños, los pobres y los viejos no valen por su signo humano. Niños y pobres son los nuevos cobayos de la maquinaria capitalista, carne de trasplante, robos de órganos en pos de suturar la falta y carencia de los ricos. Se paga con el cuerpo para poder comer, ya no con la libra de carne según Shakespeare como deuda simbólica unida a lo real que compete a todos los humanos, sino carne y sangre como una mercancía vendida para sobrevivir. Es el hambre que pide al cuerpo que pague con la parte para poder comer.

En cuanto a los viejos, éstos son desechables, desatendidos, robados, invertir en ellos no da ganancias entonces, un desperdicio. Igual política se implementó en los campos de concentración, ni una hogaza de pan se apostó en todos aquellos que no fueran redituables al sistema esclavo dentro de los Lagers.

Ya no se sostiene al padre del Edipo entonces, la función paterna queda inoperante. Imre Kertesz escribía “para mí la palabra padre y Auschwitz son lo mismo”, pues debido al amor al padre los hijos iban rumbo a las cámaras de gas. Amar al padre, obedecerlo costó la vida a toda una generación. Amén de que ningún padre frente a los nazis pudo salvar a sus hijos de ser enviados a las cámaras de gas, y los SS se encargaban muy bien de humillar a los padres frente a sus hijos, de hacer su presencia inoperante pues ya no se podía acudir a ellos.

Entonces el niño humano queda así en estado de errancia. Hoy todos somos niños desprotegidos en cuanto a una justicia que no existe, un trabajo sin leyes sociales, un mundo sin valores. El vagabundeo y la desorientación caracteriza a esta nueva generación de jóvenes, sin padre, sin trabajo, sin ideales, y lo que es peor, sin deseos. Emerge de esta manera el vacío, pero no como el punto inicial y necesario para toda creación, sino como un puro vacío que anonada, que empuja a lo absoluto, a la falta de lazos y a veces a la propia muerte como resolución.

Ya no hay lugar en el mundo. Hoy somos todos homeless, expulsados de la metáfora como signo de amor, del discurso como lazo con el otro y del tiempo como un gusto a ser usado éste en un deseo propio. Lo rápido, la máquina humana, la aceleración, expulsa cada vez más al sujeto de su relación con el otro, el semejante. El cuerpo ha devenido entonces una máquina productiva con medidas perfectas que captura por la imagen y tiende sus trampas al otro. Reality Shows son el modo de hacer monótona la vida, tedio y automaton captan y embaucan a la mirada para realizar la pulsión de muerte sin ninguna poética como salida. Y cuanto menos se piensa menos se crea y más se esclaviza al deseo en aras de sostener al mandato de un Amo anónimo, sin caras ni rostros, pues son las grandes corporaciones anónimas las que comandan, orientan y devastan a nuestra pobre humanidad.

Pero esta ausencia de orientación y el tedio como su paradigma ya fue estudiado por Walter Benjamín en su libro que atesoró hasta el momento de su muerte, nos referimos a Tesis de filosofía de la historia, (Taurus 1973).

Allí hace un análisis de la sociedad parisina, de su burguesía, que en 1893 se paseaba con sus tortugas por las calles de París. Señala el aburrimiento de los ricos y lo decadente de sus gustos. Y dado que la repetición se caracteriza por más de lo mismo, nos llega en este siglo XXl la máxima degeneración en cuanto al culto por ese gusto banal, se homenajea entonces a la nada, al tedio y a la oquedad .

Walter Benjamín descansa en el cementerio de Port Bou, frontera que no pudo atravesar en su huída del nazismo, que está entre España y Francia. En su lápida recita su propio pensamiento y dado que él no se puede leer a sí mismo, tomamos nosotros, sus lectores, la enseñanza y el legado que dejó a la humanidad. Dice “no existe ningún documento de cultura que no lo sea al mismo tiempo de la barbarie”.

Todo progreso encierra en sí mismo su propio antagonismo, sabe decir, su destrucción. Y nos viene justamente de la Ciudad Luz en el análisis de Benjamin su contra cara, o sea, lo oscuro, la apatía, la destrucción del deseo.

Quedamos así a la espera de que se nos develen los nuevos vientos, y las ansias de una mejor orientación para el tiempo aún por venir.

En estas épocas del Coronavirus, paises como la Argentina con pocos insumos y una politica sanitaria deprimente, vemos como el paradigma de no cuidar a los ancianos tal como en la era nazi se repite lamentablemente, donde a la falta de insumos se opta por defender la vida de los jóvenes y deshacerse de los viejos, cual trastos inservibles. Encontré estas palabras sensibles de alguien que las escribió en Facebook y que me las apropio, dicen: “Perdón, se mueren los abuelos…. se está muriendo lo mejor de las generaciones, la que sin estudios educó a sus hijos, la que sin recursos los ayudó durante las crisis, se están muriendo los que más sufrieron, los que trabajaron como bestias, los que emigraron después de la guerra buscando un nuevo horizonte. Se mueren los que pasaron tanta necesidad, los que levantaron el país, los que ahora sólo se merecen disfrutar a sus nietos. Se están muriendo solos y asustados, apurando el último aliento sin la ayuda de un mísero respirador. Se van sin molestar. Se van sin un adiós, los que menos merecen irse. En nombre de todos ellos les pido perdón”.

Con estas pocas palabras queremos recordar que el 8 de mayo se cumplió un nuevo año de finalizada la guerra, del fin de una guerra sin antecedentes en la historia de la humanidad, una barbarie que pasará como un testimonio con la sola y simple mención de la palabra: auschwitz, escrito en minúscula, adjetivo entonces que denota, con su sola mención, la máxima potencia del Mal.

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