El mejor deseo para el año que comienza

25 septiembre, 2020 , ,
Benjamín Netanyahu Foto: Amos ben Gershom GPO vía Facebook

Las fiestas del calendario judío en Israel, pero en especial la celebración del Año Nuevo y de Iom Kipur (el Día del Perdón), están siempre envueltas en un clima de tranquilidad, de serenidad y de recogimiento, que se acentúa por la escasa (o nula) circulación de vehículos y del cierre de toda actividad y que imprimen a esos días un carácter ceremonial especial, aún para aquellas numerosas personas alejados de los rituales que acompañan a esas fechas.

Este año no es una excepción, aunque estas fechas estén marcadas por la pandemia del Coronavirus y el clima de serenidad y de recogimiento en la celebración de estas fiestas está fuertemente influenciado por las directivas de encierro y aislamiento dictadas por las autoridades (quizás será más correcto decir “balbuceadas” por las autoridades, porque pocas veces unas directivas gubernamentales han tenido -y siguen teniendo- tantas idas y vueltas). Pero este año, a diferencia de lo que estamos acostumbrados, ese clima de recogimiento, de tranquilidad y de seguridad, lejos de ser el preludio de un retorno gozoso a la actividad cotidiana, se parece más bien a la calma que precede a la tormenta. Y no sabemos qué tormentas esperar y cómo prepararnos para ellas.

Porque ese es el ambiente que se ha ido creando, más allá de la pandemia y más acá de las dudosas directivas que se han ido acumulando (y contradiciéndose una y otra vez). Porque la orgullosa sociedad que en abril se jactaba de atravesar la pandemia prácticamente incólume y ofrecía consejos al resto del mundo, se encuentra hoy desorientada, enojada, descreída y por sobre todo carente -o al menos así parece- de una perspectiva clara de futuro. Y es que junto con la pandemia, cuyos impactos sanitarios pero también económicos y sociales compartimos con el resto del mundo, nos encontramos caminando por la cuerda floja de un sistema que se proclama democrático pero que aprovecha todas las naturales imperfecciones de ese sistema para ir demoliendo sus bases de sustentación.

Así, el titular del Poder Ejecutivo, nuestro Primer Ministro durante los últimos 11 años (y aspira a más), es un maestro en el arte de aprovechar las oportunidades que presentan las estructuras legales para mantenerse en el poder, pese a los juicios penales a los que está sujeto, y un experto en la manipulación de la verdad, cuyos matices explota sabiamente. Pero no está solo en eso; cuenta con una base que parece aceptar ciegamente sus ataques al Poder Judicial y a todas aquellas instituciones que le molestan (y a las personas que las representan), y que está dispuesta a enfrentarse con quien sea. De hecho, es cada vez mayor la sensación de que un enfrentamiento civil interno es una posibilidad de ninguna manera descartable, y tanto la militancia del llamado “partido de los asentamientos” como la aureola ascendente de Naftali Bennet y sus seguidores -ambos portadores de una visión mesiánica que coexiste, curiosamente, con la de la “start up nation”- contribuyen a esa sensación.

En este contexto se hizo público el anuncio del establecimiento de relaciones -diplomáticas, económicas, culturales, de seguridad- entre Israel y la Unión de Emiratos Arabes (UEA), a lo que luego se agregó un acuerdo similar con Bahrain, otra nación árabe del Golfo Pérsico, gracias a los buenos oficios de los EEUU (pero seguramente motivados sobre todo por el interés de los EEUU por mostrar éxitos en el ámbito externo antes de las elecciones norteamericanas el próximo noviembre). Pero aun reconociendo la eventual importancia de estos acuerdos (en Israel sólo manifestaron su amargura los colonos de los asentamientos y Bennet y sus seguidores, cuya visión mesiánica los lleva a deplorar que no se haya aprovechado la oportunidad para anexar los territorios ocupados), es preciso reconocer que la opinión pública no ha salido tumultuosamente a festejarlos. Es más; el episodio de la frustrada intención del Primer Ministro de alquilar un avión particular para llevarlo a él y a su familia a la ceremonia de la firma de los acuerdos en Washington, tuvo en su momento tanta o más cobertura que los propios acuerdos.

Y es que el ambiente que caracteriza en estos días a la población es difícil de definir, aunque no se caracteriza por una disciplinada respuesta a las directivas gubernamentales que -es necesario repetirlo una y otra vez- no se destacan por su coherencia. Cómo repercutirá ese ambiente sobre la evolución de la pandemia, por un lado, y sobre sus efectos económicos y sociales, por el otro, constituye hasta ahora una incógnita. Pero las estimaciones sobre desempleo y caídas en la actividad económica que hace públicas el Banco de Israel apuntan hacia la gravedad de la situación, al mismo tiempo que destacan cómo la repercusión es mayor en los sectores de menores ingresos (ver al efecto la exposición del director del Dpto. de Investigaciones Económicas del Banco de Israel, Michael Strawczynski, en el Foro Macroeconómico de la Universidad Bar Ilán, el 17 de septiembre).

Ciertamente, el gobierno ha tomado medidas para paliar estas situaciones, y ha dispuesto aumentos en los recursos destinados a mantener en lo posible los puestos de trabajo y subsidios a la desocupación. Pero una muestra de la desconfianza generalizada que existe sobre la forma en que el gobierno maneja esos recursos, podría encontrarse en un comentario del presidente del Banco de Israel, en su intervención en la reunión de Gabinete del 21 de septiembre.

En esa ocasión, y haciendo referencia a los gastos votados en el marco del combate a la crisis económica suscitada a raíz de la pandemia, señaló que: “la experiencia desde el comienzo de la crisis muestra que el costo actual de algunos de los programas que han sido aprobados hasta ahora -en especial en el área de apoyo a empresas- ha sido menor de lo que se había presupuestado. La responsabilidad por la determinación de los costos esperados de los varios programas es del Ministerio de Hacienda, pero es importante, si resulta más adelante que los costos de los programas existentes y los presentados hoy son menores que lo esperado, que los montos sobrantes no sean asignados a otros propósitos sin una discusión en profundidad. Por su naturaleza, para las redes de seguridad se asignan recursos para cubrir riesgos que no necesariamente llegan a concretarse, y en la medida que ello ocurre, debemos actuar con prudencia con los recursos que no son utilizados.” A buen entendedor, pocas palabras bastan para vincular esta advertencia con la práctica, cada vez más generalizada en esta Administración, de asignar recursos para satisfacer intereses particulares más que en beneficio de toda población, saltándose los controles que todo proceso democrático requiere.

De todo esto comienza a tomar conciencia una parte cada vez mayor de la sociedad. Las manifestaciones en Jerusalén, en Cesárea, en los principales puentes y cruces del país, son un reflejo de ello; su persistencia abre esperanzas en esta sociedad hoy desorientada, enojada, descreída. Quizás no haya mejor deseo que éste en el nuevo año que comienza.

Compartir
Subscribirse
Notificarme de
guest
0 Comentarios
Inline Feedbacks
Ver todos los comentarios