El controvertido y siempre polémico Holocausto polaco

Ha arrancado desde sus raíces a una de las comunidades más importantes de Europa y también del mundo.


Polonia fue el país ocupado por los nazis donde más judíos murieron y donde la tristemente conocida como «solución final» fue llevada hasta sus más drásticas consecuencias. Más de seis millones de polacos murieron durante la ocupación nazi (1939-1944) de Polonia, de los cuales tres millones eran de origen judío. La vida hebrea de este país desapareció para siempre y hoy sólo nos quedan en pie sus tumbas, mudos testigos de un pasado que no volverá y un presente que se empecina en repetir los mismos errores con una fatalidad maldita.


Desde la ocupación nazi de Polonia, en septiembre de 1939 después de un ataque relámpago que provocó la Segunda Guerra Mundial, los judíos sufrieron en sus carnes la persecución. Nada más llegar las nuevas autoridades de la Alemania de Hitler, en 1939, se decretaron las primeras medidas contra las poblaciones hebreas en todo el país. Tres millones de judíos polacos, casi la mitad de toda la población judía que vivía en Europa del Este, quedaron atrapados en una gran cárcel sin posibilidad de escapar.


“Antes del estallido de la guerra, la de Polonia era la segunda mayor aglomeración de judíos del mundo, por detrás sólo de Norteamérica. Casi el 10% de los ciudadanos polacos que había antes de la guerra se definían a sí mismos como judíos, ya fuera por religión mosaica o porque declaraban que su lengua materna era el idish. Casi un tercio de la población urbana de Polonia era judía y, sin embargo, el Holocausto de los judíos polacos ha sido encasillado por los historiadores como un tema de estudio aparte, especial, que sólo afectaría al resto de la sociedad polaca de modo tangencial”, escribía sobre este asunto el profesor Jan T.Gross.


Los judíos polacos murieron, mayoritariamente, en los campos de concentración abiertos por los nazis en Treblinka, Auschwitz, Sobibor, Chelmo y Belzec, en las acciones llevadas contra las poblaciones hebreas a cargo de los «Einsatzgruppen» -escuadrones salvajes que llevaban a cabo grandes matanzas sin miramientos de ningún tipo- y en los guetos abiertos por los alemanes en las ciudades y pueblos de Polonia. Más de 400.000 judíos vivían en Varsovia antes de la guerra y la mayor parte de esa población fue recluida en el gueto del mismo nombre, un espacio superpoblado de apenas unos kilómetros cuadrados donde la vida no valía nada y reinaba el hambre y la miseria más espeluznante.


Las matanzas, pero no las persecuciones que habían comenzado en 1939 nada más ocupar los alemanes Polonia, comenzarían en 1941, tal como relatan las páginas del Museo Yad Vashem de Israel: «En diciembre de 1941 se inició el asesinato de los judíos de Lodz en Chelmno. En marzo de 1942 Auschwitz comenzó a funcionar como centro de exterminio de judíos. Después de la conferencia de Wannsee se establecieron, entre marzo y julio de 1942, tres campos de exterminio en lugares cercanos a líneas principales de ferrocarril: Belzec, Sobibor y Treblinka. En esos campos no se realizaron selecciones y las víctimas, hombres, mujeres y niños, eran conducidos directamente a las cámaras de gas inmediatamente tras su arribo».


La responsabilidad polaca en el Holocausto

Según cuentan algunas fuentes bien documentadas, algunos miles de polacos participaron en esas matanzas y colaboraron con los nazis en el exterminio de los judíos. «Muchas de las masacres alentadas por los alemanes fueron llevadas a cabo con la ayuda, o incluso la participación directa, de los mismos polacos. El caso paradigmático es la Masacre de Jedwabne, en la que entre 300 y 1600 judíos fueron torturados hasta la muerte, cuando no quemados vivos por una parte de los habitantes católicos de Jedwabne», señala una enciclopedia judaica sobre este asunto.


El mismo diario El País, al referirse a esta matanza, aseguraba tajante: «Jan T. Gross, profesor de la universidad estadounidense de Princeton de origen polaco, desveló en 2001 uno de los últimos secretos de la Segunda Guerra Mundial, y uno de los más oscuros: la matanza el 10 de julio de 1941 de los judíos del pueblo de Jedwabne, en Polonia. Los autores no fueron los nazis, sino sus propios vecinos polacos, que tras someterlos a todo tipo de torturas y vejaciones públicas quemaron vivos a los supervivientes en un pajar». Gross escribió hace casi veinte años el libro Vecinos, que causó entonces un impacto tremendo en Polonia, un país que este historiador y sociólogo abandonó en 1968. En el libro, Gross denuncia el colaboracionismo sin mácula de duda de los polacos de entonces con el Holocausto, un secreto a voces nunca negado por casi nadie, incluidos los polacos de bien. Ahora el Gobierno Polaco, cuyas medias autoritarias con respecto al Holocausto y otros asuntos están causando una honda preocupación en la UE, ha lanzado una cruzada contra este investigador.


Al reseñar este libro el director de Gazeta Wyborcza, Adam Michnik, uno de los más importantes intelectuales polacos, escribió: «Es difícil valorar la dimensión de ese choque. El libro de Gross ha provocado reacciones que pueden ser comparadas con las que motivó el libro de Hannah Arendt Eichmann en Jerusalén«. El filósofo George Steiner aseguró entonces que «el relato de Gross de las atrocidades durante la guerra ha despertado a una nación que ha escondido sistemáticamente su pasado». Para muchos polacos, sin embargo, Gross se ha convertido en un traidor, como tantos otros que han «traicionado» a Polonia hablando del Holocausto, un asunto embarazoso todavía para la mayoría de los ciudadanos de este país y que sigue durmiendo en los desvanes de la historia.


Aun así, el tema sobre el colaboracionismo es muy controvertido y no se conoce totalmente el grado de participación de los polacos católicos en las matanzas de judíos, en parte porque los líderes judíos se niegan por razones religiosas a una hipotética exhumación de los restos de las víctimas que ayudaría a establecer las causas de su muerte e incluso podría esclarecer quiénes fueron los responsables.

El Instituto Nacional Polaco por la Memoria señala 22 poblaciones más en las que sucedieron pogromos similares al de Jedwabne. Las razones de estas masacres se siguen debatiendo hoy en día, aunque entre ellas se incluyen el antisemitismo, el resentimiento de muchos polacos debido a la cooperación judía con los soviéticos que habían invadido el este de Polonia en el año 1939, el deseo de robar las pertenencias de los judíos (aunque antes de la guerra la mayoría de los judíos polacos eran pobres) y, por supuesto, el impulso, cuando no instigación, que dieron los nazis a la participación en estas masacres.

El mismo autor del libro Vecinos –un documento imprescindible para conocer la verdadera historia del Holocausto en Polonia-, Jan T.Gross, asegura tajante: «Esta llamada cuestión de las relaciones judeo-polacas durante la guerra es como un hilo suelto en la historiografía de la época. Si cogemos y tiramos de él, se deshace toda la compleja trama urdida. En mi opinión, el antisemitismo ha contaminado parcelas enteras de la historia de Polonia del siglo XX y las ha convertido en temas de estudios prohibidos, dando lugar a interpretaciones estilizadas cuyo papel era ocultar, como si de hojas de higuera se tratara, lo que sucedió realmente”.

El balance del Holocausto polaco

Pese a todo lo que significó el Holocausto y el final de la vida judía en Polonia, hay que reseñar que hubo momentos para la gloria y la esperanza aun en tiempos de terror, muerte, persecución y miseria, cuando miles de judíos se levantaron, en 1943, en la gran revuelta del gueto de Varsovia contra sus torturadores nazis. Miles de judíos se inmolaron luchando en condiciones de absoluta inferioridad contra la maquinaría nazi y otros centenares prefirieron suicidarse antes que rendirse arrojándose desde los destruidos edificios de Varsovia, tal como nos han dejado numerosos testimonios gráficos para la historia. Más de 56.000 judíos fueron capturados en el aniquilado gueto tras la lucha, 13.000 murieron en los heroicos combates y más de 37.000 tuvieron la fatal suerte de ser enviados a los campos de la muerte.

«En vísperas de la ocupación alemana de Polonia en 1939 vivían en este país 3.300.000 judíos. Al terminar la guerra, quedaban con vida aproximadamente 380.000. El resto había sido asesinado, la mayoría en los guetos y en los seis campos de exterminio: Chelmo, Belzec, Sobibor, Treblinka, Majdanek y Auschwitz-Birkenau», señalaban las páginas del Museo Yad Vashem de Israel al referirse al balance del Holocausto polaco.

Quiero reseñar esta breve nota que hay una numerosa bibliografía sobre el Holocausto en Polonia y que dos autores españoles, Sofia Casanova y Casimiro Granzow de la Cerda, fueron testigos en primera persona de los sucesos que acontecieron en Polonia a partir del año 1939 y que documentaron la tragedia de millones de judíos durante la ocupación nazi del país. Las obras son El martirio de Polonia y El drama de Varsovia, más explícita que la primera citada y mucho más documentada acerca de la participación alemana, tanto militar como institucional, en el Holocausto en Polonia.

Una vez concluida la Segunda Guerra Mundial, a partir de 1946, sobre todo debido a la oleada migratoria de judíos hacia Israel y los países occidentales tras la llegada de los comunistas al poder, la población judía comienza a decaer y en ese año la comunidad se sitúa en 230.000 miembros; en 1951, 70.000; en 1960, 30.000 y en 1970, apenas 9.000. La población judía perdía cada década casi el 50% de su censo y en 1990, tras la llegada de la democracia y las libertades a Polonia, quedaban solamente 3.800 hebreos, cifra que se redujo hasta los 3.200 de 2010 y los 4.000 actuales, ya que llegaron algunos de la extinta Unión Soviética y se instalaron en territorio polaco, provocando un leve crecimiento de la población hebrea.

Termino esta breve reseña sobre el Holocausto polaco con unas reflexiones generales del profesor Ian Kershaw sobre la responsabilidad colectiva en estos hechos relatados -muy oportuna para el caso polaco- y, en general, en todos los acontecidos durante la Segunda Guerra Mundial: “La disculpa de que la gente desconocía el destino de los judíos puede excluirse rápidamente (…) La falta de interés o de preocupación por el destino de un grupo minoritario racial, étnico o religioso, marca a nivel social, diría yo, un requisito previo importante para el proceso genocida, permitiendo que inercia generada por el odio ideológico de una franja de la población cobre velocidad, especialmente, por supuesto, cuando está apoyado por el poder del Estado”.

Fotos: Museo de la historia de los judíos de Polonia y del autor

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