Costumbre y normalidad

13 octubre, 2020
Foto: Wikipedia - CC BY 4.0

Termina la temporada de fiestas judías. Año Nuevo, Día del Perdón y Fiesta de las Cabañas quedan atrás. Las celebraciones de todas las semanas se reducen ahora al Shabat tradicional en todas las comunidades del mundo, y el mes siguiente a este, Jeshvan, es el único mes del calendario hebreo que no tiene ninguna festividad.

Para muchos, esto constituye una vuelta a la normalidad, la rutina cotidiana de los días y semanas. En tiempos de pandemia, la distinción entre normalidad y costumbre requiere de cierta reflexión.

En Israel, se ejecuta el segundo aislamiento en lo que va de pandemia. La primera vez que se aplicó la cuarentena radical, una vuelta apresurada a la normalidad originó una segunda ola de infecciones. Israel se convirtió así en el país cuya actitud y acción da luces de lo que debe hacerse y lo que no debe hacerse. Parece una costumbre ya eso de aplicar la cuarentena, desactivarla en fases y volverla a activar. No por ser costumbre es normal.

Desde hace más de un año, se vive en Israel una crisis de gobierno que no se ha resuelto en forma definitiva. Tres elecciones, con temas de campaña que se alejan de temas trascendentales a veces, tocando aquellos de naturaleza poco edificante. Es ya una costumbre las descalificaciones de unos y otros en todo el espectro político. Acusaciones, intromisiones en la vida privada.

Manifestaciones de unos, desacatos a la autoridad por parte de otros en reuniones de carácter religioso o secular, poniendo en peligro la salud de todos. Y minando la autoridad de las instituciones. No por acostumbrarnos a ello se puede considerar normal.

La vuelta al calendario sin celebraciones que nos saquen de nuestra rutina, nos lleva también a las elecciones de los Estados Unidos. Algunos la califican como de las más importantes en la historia del país, y por su influencia en el resto del mundo, es también muy importante para todos. En la primera potencia del mundo, se ha hecho costumbre la descalificación de los políticos entre ellos, irrespeto a la investidura de cargos y de personas, banalización de temas. De nuevo, no por irnos acostumbrarnos a tal nivel de debate e intercambio de ideas podemos considerar esto normal.

2020 y ahora 5781 exigen de todos algo más de seriedad y compromiso. La pandemia ha demostrado que los gobernantes de turno no tienen el control, y sus respectivas oposiciones tampoco. Los efectos del virus, su prevención, no son sujetos de la voluntad de los políticos, ni de la popularidad de sus medidas. Enfrentar la situación requiere de una dosis fuerte de disciplina, constancia y seriedad. A juzgar por lo que se ve, y por los resultados en muchas partes del mundo, muchas veces nos hemos acostumbrado a la desfachatez, la palabrería vacía y malos resultados. No por ser costumbre ha de considerarse normal.

La vuelta a la normalidad que el calendario judío obliga se hace desde una perspectiva de reflexión, enmienda y rectificación. No se puede estar en celebraciones toda la vida. Las tareas que nos permiten subsistir y desarrollarnos como personas, familias, sociedades y países deben ejecutarse, y ello constituye la normalidad de la vida humana. Así como una vez al año, las festividades del mes de Tisheri obligan a los judíos a hacer un balance de lo realizado y enmendar, esta larga temporada de pandemia debe obligar a todos a corregir. A retomar la normalidad en forma inteligente.
Costumbre y normalidad no son lo mismo. Costumbres sanas ayudan a la normalidad. Costumbres perniciosas nos sumen en la anormalidad. En aquello que no es normal y no es bueno.

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