Constanze Manziarly, la cocinera del búnker de Hitler

6 diciembre, 2020
Búnker de Hitler en 1947 Foto: Bundesarchiv Bild 183-V04744 Wikimedia CC BY-SA 3.0

La última comida de Adolf Hitler antes de suicidarse fueron unos espaguetis con tomate que cocinó Constanze Manziarly, la joven dietista austriaca que revela, en cartas ahora publicadas, los problemas digestivos del dictador, los hábitos alimenticios de los nazis, y su miedo.

Manziarly trabajó a la fuerza para el líder nazi y desapareció semanas después del suicidio del dictador; ahora, un libro recoge 18 cartas que la joven, prácticamente desconocida hasta ahora, escribió a su familia.

«Es interesante observar que hasta ahora sólo se ha podido obtener información limitada y fragmentaria sobre la joven del Tirol», explica el investigador y escritor del libro, Stefan Dietrich. «Ha sido un punto ciego en la literatura sobre Hitler», asegura.

Las cartas que el autor austríaco recoge en «Constanze Manziarly: la última dietista de Hitler», que acaba de publicar la editorial Berlin Story Verlag, estaban destinadas a su familia. En concreto, a su padre y a su hermana.

Fechadas desde el 3 de abril de 1943 hasta diciembre de 1944, en ellas la joven explica los «muy específicos» hábitos alimenticios de los nazis, los problemas crónicos de digestión del dictador, las situaciones de estrés que vivía a diario y que, sobre todo al principio, sentía mucho miedo.

En la primera de las cartas recuperadas por Dietrich ya se observa que Constanze no se siente nada cómoda en su trabajo y que lo realiza por obligación.

«La gente sigue diciéndome que es un privilegio esta misión, uno que miles de personas me envidian. ¡Oh, si supieran lo que hay en todo esto! Con qué gusto le entregaría todo a alguien con experiencia, alguien más apropiado, y recuperaría mi paz mental en su lugar», escribe la joven austriaca.

En las primeras cartas, además, ya advierte de la censura a la que serán sometidas: «Por favor, tengan cuidado al escribir. Sin críticas, el correo es controlado de manera ordinaria».

INTERESADA EN LA NUTRICIÓN DESDE JOVEN

Constanze Manziarly nació el 14 de abril de 1920 en Innsbruck (Austria), en una familia de clase media acomodada, con interés por la cultura y, en especial, por la música. La propia Constanze tocaba el piano y, de hecho, según explica Dietrich, debe su nombre a la que fue esposa de Mozart.

El escritor indica que, según su hermana -gracias a quien consiguió las cartas-, Constanze era tranquila, atenta, concienzuda, interesada en una gran variedad de cosas y bien educada. También, que desde muy pronto había mostrado interés en una vida sana y natural, centrada particularmente en el campo de la nutrición.

Después de asistir al instituto femenino del convento de las Ursulinas y posteriormente pasar tres años en el Instituto Estatal de Profesiones Económicas de Innsbruck, con el objetivo de especializarse en el área de la cocina dietética, consiguió unas prácticas en el «Biologisches Kurheim» del Profesor Werner Zabel.

Era un hospital privado de Bischofswiesen cerca de Berchtesgaden, una localidad alemana próxima a Austria donde Hitler tenía su residencia de montaña.

Como señala Dietrich, el ingreso de Manziarly en la clínica del profesor Zabel supuso el comienzo de una cadena de acontecimientos que la catapultó, «desprevenida», al entorno de Hitler.

REEMPLAZO DE LA DIETISTA JUDÍA

El dictador conoció a Constanze cuando estaba en la clínica de Berchtesgaden. Según explica el investigador, Hitler acababa de despedir a su dietista tras descubrir que la ascendencia de su abuela era «cuestionable» y contenía «sangre judía».

Esto ocurrió cuando el dictador y su comitiva se estaban trasladando de la «Guarida del Lobo», su cuartel general cerca de Rastenburg en Prusia Oriental, al Berghof en la zona de Berchtesgaden el 25 de marzo de 1944.

Como Dietrich indica, «lo más obvio» era recurrir al «Kurheim» (centro de reposo) del profesor Zabel. Este fue quien le asignó a Constanze Manziarly la preparación de la dieta y las comidas a Hitler.

Al poco de empezar este trabajo, escribe en una carta del 3 de abril de 1944, que lo que más «le desgasta» es la enorme carga de responsabilidad que tiene que llevar.

«Usaré esta pausa para almorzar para desahogar mi corazón. Las cosas han resultado similares a lo que había sospechado todo el tiempo la semana pasada pero no creía que pasaría: debido a las instrucciones de ‘allá arriba’ para el profesor Zabel y para mí, tendré que quedarme y llevar a cabo mis deberes, ya sabes lo que quiero decir, mientras él esté aquí. Esto puede ser 14 días, o algunos meses, o medio año, nadie lo sabe», escribe Constanze.

Según señala el escritor, fue a principios de julio de 1944 -cuando el cuartel general estaba a punto de volver a trasladarse a la «Guarida del Lobo»- cuando se le preguntó a Constanze si estaba dispuesta a unirse al personal.

OBLIGADA A SERVIR

En esa primera carta ya se comenta que Manziarly no tuvo libertad de elección para rechazar el puesto al servicio de Hitler.

«Cualquier objeción sería completamente inútil y, en el peor de los casos, podría terminar en un tribunal (…). Por el momento, lo único que hay que hacer es aceptar la situación; esto no es fácil para mí».

Aunque la joven austriaca tenía la «esperanza» de trabajar solo hasta otoño para Hitler, en la carta del 27 de julio -que ya envía desde la «Guarida del Lobo»- les confirma que se tendrá que quedar indefinidamente.

«¡Mis queridos! Ahora se ha decidido definitivamente que me quedaré aquí. El Führer lo ha querido así y todas las demás consideraciones se han vuelto irrelevantes. No se imaginan lo difícil que es para mí informarles de que no podré ir a verlos en un futuro próximo», explica Constanze.

Desde esa fecha hasta la muerte del dictador, Dietrich explica que Constanze Manziarly formó parte del exclusivo círculo íntimo en torno Hitler. Se convirtió en su dietista y se dedicó a prepararle los menús, compartió sus comidas, participó en sus sesiones nocturnas de té, le felicitó en su último cumpleaños y en su boda y, finalmente, estuvo en el búnker durante su suicidio.

LA ÚLTIMA COMIDA

Según explica Dietrich, el 30 de abril se le ordenó que, como de costumbre, preparara el almuerzo. Lo que Constanze cocinó fueron unos espaguetis «con una ligera salsa de tomate» que Hitler comió junto a ella y sus dos secretarias.

El escritor explica que una de ellas, Traudl Junge, escribió en su diario que se le indicó a Constanze que, después del suicidio, preparara una cena como si fuera para Hitler con la intención de ocultar la muerte de este.

«Con los ojos llenos de lágrimas, la joven Fräulein Manziarly está sentada en un rincón. Tuvo que preparar la cena para el Führer este 30 de abril, como de costumbre, para que su muerte se mantuviera en secreto. Pero nadie se comió los huevos fritos y el puré de patatas», se puede leer en las memorias de Junge.

Sin embargo, Dietrich indica que, según sus investigaciones, debe tratarse de un error. Explica que, desde fuera, nadie habría notado si Constanze estaba preparando puré de patatas o no.

EL FINAL DE CONSTANZE

Horas después del suicidio de Adolf Hitler y su mujer, el investigador señala que un sentimiento de incertidumbre y de «no saber qué hacer» se instaló en el búnker. Aunque no hay cartas de esa época, Dietrich afirma que la última vez que se vio a Constanze Manziarly fue el 2 de mayo de 1945 y que en los siguientes años no aparecieron pistas sobre su paradero.

Explica que, según su investigación, las suposiciones sobre su destino se reducen a dos posibilidades: o suicidio, o asesinato al haberse encontrado con soldados rusos. No obstante, señala que hay autores que apuestan por que escapó a Latinoamérica. EFE

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