Con el futuro por delante

23 diciembre, 2019 ,
Foto: Wikipedia - CC BY-SA 2.0 fr

En poco más de dos meses se llevarán a cabo nuevamente elecciones nacionales en Israel, después de un par de intentos fallidos para conformar un nuevo gobierno y cuando viene transcurriendo más de un año en que el país se maneja con un gobierno temporal. Y no caben dudas de que en estas próximas elecciones se juegan alternativas encontradas respecto al futuro de Israel, especialmente en términos de la continuidad o la revisión del carácter de su democracia.

En estas circunstancias, se multiplican las interrogantes sobre el funcionamiento de esta sociedad y sobre las causas que lo condicionan. Una pregunta recurrente que muchos nos hacemos en el Israel actual, por ejemplo, es cómo y porqué este país, marcado desde sus orígenes por un proyecto fuertemente influido por ideales socialistas y solidarios, ha pasado a funcionar bajo las reglas de un modelo caracterizado en lo económico como neoliberal. Y ese modelo es en gran medida responsable por el avance de un deterioro social marcado por altos niveles de pobreza y una desigual distribución del ingreso. A esa pregunta se agregan otras: ¿Por qué gran parte de la población israelí, quizás hasta mayoritaria si se toman en cuenta los resultados electorales recientes, pero que en buena medida está siendo afectada por ese deterioro social, se inclina por partidos políticos que defienden explícita o implícitamente la aplicación y la continuidad de ese modelo? ¿Y porqué la presentación y difusión públicas de serias denuncias sobre la existencia y persistencia de múltiples formas de connivencia entre el capital y el gobierno, y sus efectos sobre el nivel y calidad de vida de las mayorías, han tenido y tienen tan escasa repercusión real en la población?

Las respuestas que se pueden dar a la primera pregunta son al mismo tiempo complejas e incompletas. Algunos atribuyen ese cambio a la subida al poder, a finales de la década de los 70, del partido Likud, autodefinido como de derecha y apoyado electoralmente por un creciente sector de la población de origen mizrají (oriental), con reclamos y agravios -justificados o no- contra el partido laborista, por largos años en el poder en Israel y caracterizado como “ashkenazí”. Pero es preciso también tener muy en cuenta cómo se ha ido comportando el entorno internacional y su importancia para la economía israelí. La década de los 70 fue testigo de la creciente transformación del orden económico internacional, que fue dejando atrás las “3 décadas doradas” que siguieron a la segunda Guerra Mundial, con su estabilidad y crecimiento económico y el auge de los Estados de Bienestar (entre los años 50 y 70).

Con la crisis del petróleo en 1973 (a raíz del embargo que declararan los países de la OPEP ante la guerra de Iom Kipur) comenzó a tomar fuerza la reacción neoliberal contra las políticas keynesianas que habían caracterizado a la inmediata postguerra; esa reacción se consolidó con los gobiernos de R. Reagan en EEUU y M. Thatcher en Inglaterra y en poco tiempo, a partir de la década de los 80, se expandió internacionalmente. Es en esa década que Israel sufrió su peor crisis bancaria y, de manera similar a lo que venía sucediendo en gran parte de los países latinoamericanos, experimentó sus mayores niveles de inflación. La salida de esa crisis en Israel (como en muchos otros países), se gestionó adoptando los lemas del libre mercado, de la privatización y del achicamiento del Estado. Los costos sociales de ese modelo se están pagando ahora, aunque eso forma parte de otra historia.
Esa otra historia es precisamente la que nos lleva a la siguiente pregunta: ¿Porqué la sociedad israelí continúa apoyando, en gran medida, a partidos políticos que defienden, explícita o implícitamente, el modelo neoliberal actualmente vigente, pese a que esa misma sociedad sufre sus efectos? Las respuestas a esta interrogante se ubican más allá del ámbito de la economía. Se encuentran más bien en una mezcla de motivaciones de orden externo -no está demás insistir que Israel está inmerso en el entorno internacional y en consecuencia lo que sucede en el país refleja en buena medida las tendencias presentes en ese entorno, que se debate todavía entre las virtudes y los defectos de la globalización y donde los gobiernos de derecha florecen- y de especificidades propias, vinculadas entre otras cosas a una estructura societaria construida sobre diferentes aluviones migratorios, al mantenimiento de un estado bélico latente con las inseguridades que lo acompañan y a una repetición constante de los peligros que se ciernen sobre esta sociedad en un mundo que -así se insiste y machaca noche y día- nos es cada vez más hostil.

En cuanto a la escasa repercusión o reacción que se constata en la opinión pública, frente a la difusión de denuncias documentadas sobre serias fallas en las conductas de esta sociedad, que afectan de manera significativa el nivel y la calidad de vida de las mayorías, sería preciso conocer de manera más precisa el funcionamiento de los mecanismos de información (o de desinformación) y de su manipulación, así como profundizar en el conocimiento y los orígenes de las prioridades de esta sociedad. Llama la atención, por ejemplo, la suerte corrida por la serie documental “La Bandeja de Plata”, de Doron Tsabari y Amir Ben-David, presentada en tres capítulos en el año 2015 en el canal 8 de TV (con la presencia de Guy Rolnik, Yaron Zelekha y Daniel Gutwein en cada uno de ellos), centrada en temas económicos y sociales de Israel, con fuertes denuncias sobre sus formas de funcionar y sus consecuencias, y que habría sido vista por alrededor de un millón de personas en su oportunidad. Pero son pocas las huellas que ha dejado, como lo señala Yael Munk en un ensayo reciente (“The Catastrophic Horizon: Contemporary Israeli Cinema’s Critique of Neo-Liberal Israel.”): “Aunque el documental de Tsabari y Ben David fue planeado para despertar una reacción similar a la protesta civil de julio del 2011, no tuvo éxito en crear el milagro de justicia social al que esa protesta aspiraba”. Y esa indiferencia -o al menos su apariencia- persiste hasta el día de hoy.

El panorama que se dibuja en el horizonte cuando pretendemos responder a este tipo de interrogantes no es demasiado optimista. Sin embargo, la reiteración de lo que viene sucediendo nos ha de llevar, lenta pero seguramente, a la convicción de que el estado de cosas actual no puede continuar así, que la suerte de todo un pueblo no puede depender de la voluntad obcecada de una persona por encumbrada que ésta sea, que la democracia bien entendida debe poder liberarse de las manipulaciones que la distorsionan. Aceptemos, pues, que el futuro aún está por delante.■

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