VOX: La extrema derecha pro-Israel

Members of Spain's far-right party VOX put up a campaign poster, while main candidates for Spanish general elections debate during a live televised debate ahead of general elections in Madrid, outside a polling station in Ronda, southern Spain April 22, 2019. REUTERS/Jon Nazca

De todos los partidos que concurren a las elecciones el próximo domingo en España, el partido de extrema derecha VOX, es posiblemente la formación que se declara más abiertamente entusiasta y solidaria con el Estado de Israel. En un decálogo publicado en su web, titulado VOX, Israel y Oriente Medio, se elogia la democracia israelí, su lucha contra el fundamentalismo islámico, y su carácter de “laboratorio tecnológico de cuyos avances se beneficia todo el mundo”. El texto también condena las campañas de boicot del movimiento BDS y señala que “los lazos con Israel deben profundizarse en todos lo ámbitos”.

¿Una extrema derecha pro-judía? Esta sería una conclusión apresurada. En VOX el proisraelismo coexiste con las señales distintivas de otros partidos de la extrema derecha en Europa: nacionalismo exacerbado, crítica al multiculturalismo, islamofobia, euroescepticismo. A ello se suman una serie de elementos autóctonos: un centralismo militante negador de la diversidad territorial española, y la reivindicación de tradiciones historias y mitos –la Semana Santa, la conquista de Granada, la Hispanidad – que parecen sacados de un manual escolar del período franquista. El partido entiende su misión como “Reconquista”, y en un acto cargado de simbolismo decidió dar comienzo a la campaña electoral el pasado 12 de abril en Covadonga, el paraje asturiano en el que don Pelayo derrotó a las tropas musulmanas en el año 722. El éxtasis patriótico que envuelve los mítines de los lideres de VOX ha hecho que la formación ya afronte una querella por un delito de incitación al odio contra la población musulmana, que está actualmente siendo investigado por la Fiscalía de Valencia.

A la par de otras formaciones de extrema derecha europeas, Vox se ha servido de teorías conspirativas, y ha recurrido también a la figura demonizada del filántropo judío húngaro George Soros, a quien acusan de apoyar al separatismo catalán y de financiar la inmigración irregular en España. “Ahí está Soros redoblando sus esfuerzos para favorecer la islamización de Europa y el caos en el continente”, escribió en un tweet de junio de 2018 el presidente de VOX Santiago Abascal, “y el presidente Sánchez ya se pone a sus órdenes”.

En marzo, sin embargo, VOX cruzó una línea roja. Presentó como cabeza de lista electoral por la ciudad de Albacete al periodista e historiador Fernando Paz, quien relativizó el alcance de la Shoá y cuyo libro sobre los juicios de Nuremberg presentó en la sede madrileña de La Falange, un partido de ideología fascista y abiertamente antisemita. Después de que la Federación de Comunidades Judías de España emitiera un comunicado al respecto, VOX se vio obligado a dar marcha atrás y prescindir de este candidato.

VOX sigue la misma estrategia que otros partidos de extrema derecha en Europa, que han conseguido entrar con fuerza a los parlamentos gracias a un lavado de cara. Ello implica soltar lastre del pasado (nazi o filonazi, y franquista en este caso) y sus expresiones mas inequívocas. Por ejemplo, Marine Le Pen logró hacer presentables las tesis de su padre, paradójicamente, expulsando a éste del Frente Nacional en 2015, después de que hiciera unas declaraciones que cuestionaban la magnitud del Holocausto. VOX, al hacerse eco del malestar que provocó el caso Fernando Paz, marcaba distancias con formaciones extremistas como Falange, Democracia Nacional o los grupúsculos neonazis.

En este nuevo escenario, la admiración por el Estado Israel suma a la apuesta de modernización. Por un lado se desprenden del sambenito de antisemitas. Por otro, barren para casa con una idea -hiperbólica- de un Israel implacable con el Islam y que señalan como modelo a seguir.

La pregunta que se presenta es en qué medida las comunidades y organizaciones judías europeas están dispuestas a avalar – aunque sea con sus silencios – el blanqueamiento de los partidos de extrema derecha. El contexto ha cambiado porque el fantasma del antisemitismo se ha desplazado hacia la izquierda del espectro político, al menos en lo que respecta a las percepciones de los judíos europeos. En la medida que las críticas más duras a las acciones del Estado de Israel (en las que puede anidar o no una motivación anti-judía) son percibidas como antisemitas, también las actitudes pro-israelíes de otras formaciones son vistas como un indicador positivo.

En un artículo en el semanario alemán Jüdische Allgemeine el sociólogo israelí Natan Sznaider señalaba la disyuntiva que enfrentan los judíos europeos. Estos están escindidos entre la lealtad a Israel, cuya soberanía se traduce también en la protección de las instituciones judías ante los ataques antisemitas, y su condición de minorías culturales y religiosas en sus países de residencia. Lo primero los alinea con quien defiende al Estado judío. Lo segundo, les empuja a unirse a quienes defienden una sociedad abierta y multicultural frente al la ofensiva xenófoba y nacionalista. Pero lo segundo implica asumir que en ese campo están también quienes condenan con frecuencia, con o sin razón, las acciones del Estado de Israel.

Este dilema en el que se debaten los judíos en la diáspora se agudiza precisamente en el contexto de una ola de “nuevo” antisemitismo (principalmente de origen islamista y de extrema izquierda), que hace que Israel, el conflicto y las opiniones que suscita se sobredimensionen ocupando un protagonismo inédito en la vida judía. Esta “israelización”, sin embargo, puede conducir a una miopía preocupante cuando los planteamientos y discursos incendiarios y excluyentes de la extrema derecha son minimizados, o relegados a un segundo plano de prioridades y preocupaciones.

En España nadie duda ya que VOX entrará con fuerza en el parlamento el domingo. Incluso es probable que tenga la llave para la formación de gobierno y por tanto el poder de influir en sus políticas. No sabemos si esto será bueno para Israel. Pero sí que será malo para los judíos, para la convivencia y para la democracia en España.

 

Alejandro Baer

Profesor de sociología y director del Center for Holocaust and Genocide Studies en la Universidad de Minnesota.

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