“Un silencio poblado de sombras fraternales”

Foto: Wikipedia - CC BY-SA 3.0

El nacionalismo tomó en serio como nadie el desafío de la eternidad judía, oponiéndole una sentencia de muerte. (Gerard Bensussan)

Jorge Semprún siempre  presenta una escritura enigmática donde abunda la disyunción como “la escritura o la vida”, y ahora “el silencio poblado de sombras”, otra vez de las palabras no dichas pero que no obstante pesan, mortifican dado que no hay mayor estridencia que el silencio cargado de sombras, la mudez de lo improferible, de lo incomunicable, y en caso de poder decir, igual el otro, ese que no padeció la tortura del nazismo, ese no “fraternal” igual no comprendería el sentido de sus palabras. Y él refuerza la apuesta diciendo de la “abominable soledad del sufrimiento”.

Para quienes no hayan oído acerca de Jorge Semprún, un poco de biografía. Nace en Madrid en 1923 y fallece en París en 2011. Fue miembro de la Resistencia durante la ocupación alemana en Francia y en 1943 es descubierto y enviado al campo de concentración de Buchenwald.

Entre los años 1988 y 1991 fue ministro de Cultura en España. Ha sido un ferviente opositor tanto de Hitler como de Franco, el caudillo español. Una vez finalizada la guerra renuncia al partido comunista dado que siente que éste ha sido un fracaso, una estafa y un gran movimiento burocrático donde los únicos que se beneficiaban de sus supuestas teorías igualitarias eran sus dirigentes, funcionarios y presidentes, al igual como acontece hoy en día con los presidentes de Bolivia, Cuba, Venezuela, y el rumbo que empieza a tomar la Argentina con esta nueva conducción, que amasaron fortunas a costa de hambrear a su pueblo y exprimir a la clase media.

Su descripción de la decadencia del comunismo es la siguiente “Praga me ofrecía, al margen de su belleza, anticuada y política, el espectáculo de la grisura del socialismo real: grisura de la ropa, de los escaparates, de las caras, de las mentalidades, del discurso oficial”. Excelente esta descripción de un régimen obsoleto y decadente.

En lo que a mi respecta como hija de sobrevivientes, donde no puedo hablar de la experiencia directa de lo que ha sido un padecer en cuanto a la persecución nazi, ni el hacinamiento en campos de concentración, no obstante, hay un sufrimiento en soledad, improferible, distante en cuanto a la comprensión de cualquier otro no hijo de sobrevivientes. Y está ese doble borde del silencio, uno el que acontece en el seno de lo íntimo, el de mis padres, de lo no relatado, de no hablar de sus familiares muertos en Auschwitz, de no saber nada yo de sus orígenes y menos aún de lo que aconteció con ellos en esos seis años de hacinamiento en un campo de concentración ruso. Otro el mío, un silencio no mudo sino cargado de miedo, de horror y desconfianza, pero sobre todo de soledad, una soledad que compartía en presencia incluso de ellos, mis padres. Entonces, Jorge Semprún escribe, testimonia todo el tiempo acerca de su paso por Buchenwald, de cómo fue torturado. Del silencio como decisión y que después de cuarenta años pone al decir, empieza a escribir y decide salir de la disyunción entre defender la vida silenciando ese horror y ahora escribir con un recuerdo ya atemperado por el tiempo: cuarenta años de distancia.

El poeta Aragón dirá “canción para olvidar Dachau”,¿es eso posible? Por más cánticos y poemas, ¿es posible olvidar ese horror?

Cuando los nazis comienzan a evacuar Auschwitz y se da esa impensable marcha de la muerte durante ese crudo invierno de enero de 1945, apostando a que los últimos sobrevivientes murieran en ese intento, regando el camino con sus cadáveres, y los que sobrevivieran, los nazis redoblaban su ya extrema maldad diciéndoles “aunque relaten lo que les hemos hecho igualmente quién va a creerles?”. O sea, su obrar no fue ningún acto ingenuo sino perfectamente calculado, sabían acerca de la magnitud de su maldad, de la implementación de ese horror, imperdonable, debido a ello ese acto de criminalidad es considerado de lesa humanidad, no perime ni con la muerte del culpable, es una mancha oscura en la historia del hombre, digo oscura porque ha dejado un precedente, un nuevo modelo de ejercer el Mal y de ahí en más, cualquiera puede emularlo, mejorarlo, pues una vez dado ese permiso humano de desatar las pasiones más ominosas y oscuras al servicio de la pulsión de muerte con ningún castigo a cambio, da letra a los villanos del presente para autorizarse a copiar lo que una vez ya fue realizado por el sujeto nazi, responsable de sus actos y que no aceptamos el argumento ni la excusa de que cumplían ordenes , la tan mentada frase de “obediencia debida”, dado que hubieron muchos que dijeron no, pudiendo elegir otro destino en el cumplimiento de sus obligaciones como soldados en la Segunda Guerra Mundial, fuera de tener que ser los verdugos de Auschwitz.

Y aquel que no era Entlassen (despachado), eufemismo que los alemanes usaban para no nombrar la palabra muerte, entonces pasaría a la categoría de sobreviviente. Siendo así el sobreviviente es el que “encarna la ausencia” y a los ausentes, esos muertos vivos sin sepultura, idos cual el humo camino al cielo. Y Jorge Semprún se consolida con la comunidad de los sobrevivientes mancomunados en ese extraño júbilo de ser distinto del resto de los mortales, de compartir ese oscuro secreto de la tortura y el horror acontecido en los campos de concentración, el recuerdo improferible de la tortura, del trato bestial de un hombre hacia otro pero no visto como tal, sino un simple desecho, un pedazo de carne, una nada para nadie.

La experiencia de la Shoá marca un antes y un después de Auschwitz. La presencia de este horror hace vacilar el concepto de límite y de ética, o sea, hasta dónde es capaz de llegar con sus maldades un ser humano cuando traspasa esa barrera y se toma el permiso de aplicar un Mal sin precedentes históricos sobre hombres, mujeres y niños por el sólo hecho de ser judíos, eslavos o discapacitados. Entonces, sobre el trasfondo de ese Mal barbárico nos cuestionamos el concepto de perdón y reconciliación frente a tal magnitud de horror. En alemán Iom Kipur se dice Tag der Versöhnung, Día de la Reconciliación. Si hay un antes y un después de la Shoá ¿se puede pretender del pueblo judío un perdón, una reconciliación con ese otro barbárico? donde no merece perdón alguno, ni humano ni divino. Se puede seguir sosteniendo el amor incondicional al prójimo cuando éste me resulta no confiable, cuando los propios amigos y vecinos “arios” delataban a “sus judíos” como un ejercicio de pura liviandad sin medir sus consecuencias que no eran otras que deportación en el mejor de los casos, y la muerte como destino extremo y último en las cámaras de gas.

En Buchenwald Jorge Semprún se mantenía vivo y sostenía su dignidad humana recitando de memoria poemas o recordando su cuadro dilecto del Museo del Prado, El paso de la laguna Estigna, del pintor flamenco Joachin Potinir, siendo su último esfuerzo para no quedar reducido a la animalidad que pretendían lograr los nazis con cada cautivo en los campos de concentración.

Ahora, el 27 de enero se celebra un año más de Iom Hashoá, el número 75 de la liberación de Auschwitz. Este es nuestro recuerdo y nuestro más sentido homenaje. ■

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