Benjamín Netanyahu y Donald Trump Foto: Kobi Gideon GPO

Ha transcurrido algo más de un mes desde el dramático torneo electoral que resultó formalmente en un empate entre el Likud y Azul- Blanco. El primer partido, sin embargo, con el liderazgo de Bibi, cuenta hoy con amplias posibilidades de negociar una coalición que probablemente se mantendrá en el poder en los próximos años a menos que una grave crisis -económica y/o militar- trastorne el país.

Juzgo que las tendencias que hoy se vislumbran -si algún acuerdo con los partidos de la derecha rabínica y kahanista cristaliza- no dan lugar al optimismo. Antes al contrario, éstas deben preocupar tanto a la ciudadanía como a las diásporas judía e israelí.

Si cristalizan estas ingratas circunstancias, anticipo tres desafíos que si no son resueltos con lucidez y equilibrio la democracia israelí -que hasta el presente acertó a superar conflictos bélicos y crisis financieras- habrá de encarar graves tensiones.

Una de ellas es cercana y conocida: la inclinación de Netanyahu a eludir con un alto precio político e institucional su aparición ante los tribunales. A pesar de que él insiste de que nada hay ni nada habrá en las denuncias que hasta la fecha se han elevado en su contra, su actitud lo conduce en estos días a negociar acuerdos que, si son aprobados por una mayoría parlamentaria, postergarán a una lejana fecha el esclarecimiento de sus supuestos delitos. Con esta abusiva conducta no sólo él se creerá beneficiado sino también no pocos de sus colaboradores parlamentarios que han violado repetidamente las leyes.

Pues no hay duda que si esta tendencia alcanza en días cercanos un trágico éxito sus repercusiones harán tambalear todo el sistema jurídico y policial de Israel, y, en particular, la autonomía de la suprema corte de justicia. Como bien se ha constatado en la historia del siglo XX, el sistema democrático se sustenta en la equilibrada división y autonomía de los poderes, incluyendo la libertad de prensa. Si este ordenamiento es suspendido o debilitado, el ágil y legítimo juego democrático pierde validez. Entonces un sistema autoritario regido por el caudillo empieza a ganar terreno. Pienso que si Bibi en verdad anhela tener en la historia de Israel un alto lugar -e incluso llegar a la presidencia del país cuando avancen sus años- debe frenar su actual inclinación a eludir los tribunales.

El segundo desafío apunta a la estructura y a las tendencias de una coalición gubernamental en la que elementos rabínicos y kahanistas tendrían importante papel. Si las aspiraciones de los primeros cristalizaran sin objeciones, el estilo de vida secular y democrático y las posibilidades que ofrece se verían rebajadas. No se trata solamente de un Shabat que obligatoriamente toda la ciudadanía, incluyendo el comercio, los marcos de entretenimiento popular, el transporte público y privado, deberán respetar. No pocos se preguntarán por qué y para qué servir en el ejército y defender el país, por qué y para qué estudiar medicina y ciencias naturales cuando domina una coalición gubernamental que desprecia estas vocaciones, por qué y para qué respetar a la mujer y a quienes tienen preferencias sexuales particulares cuando el poder rabínico objeta severamente tales inclinaciones y, en fin, por qué y para qué habitar un país que desaloja a quienes viven y aman la libertad y la consideración  al otro.

Por otra parte, si a los ministros kahanistas se les concede carteras como justicia, educación, salud, y/o asuntos policiales y civiles, el régimen democrático se verá gravemente amenazado. Un acceso a los asuntos jurídicos del Estado, por ejemplo, podría lesionar el equilibrio y la mesura indispensables de los jueces, así como un control cuasi fascista de las orientaciones y de los programas escolares lesionará la indispensable libertad intelectual.

Finalmente, si la futura política exterior de Israel se inclina a identificarse -sin reparos ni reservas- con regímenes de extrema derecha que se han tornado populares en Europa oriental y en América Latina, las diásporas judía e israelí que hoy se benefician con la democracia y el fluido juego de los mercados verán reducidos sus márgenes de libertad. Indudablemente, los daños serán mayores si el gobierno comandado por Netanyahu revelará un apoyo sin restricciones a Trump y a su equipo republicano. Ni la diáspora judía norteamericana ni la mayor parte de los países europeos, incluyendo a China, India y Japón, aceptarán pasivamente esta preferencia.

En suma: tres asuntos que serán definidos por la futura coalición gubernamental. Si ésta revelará un acertado equilibrio tanto régimen político israelí como los nexos con las diásporas mantendrán la necesaria vitalidad. Si cede a las pretensiones de Netanyahu y al fundamentalismo religioso y kahanista, la democracia en Israel y sus vínculos con las diásporas conocerán tensiones sin precedentes.

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