Secretario de la OCDE: “La globalización pide un cambio en profundidad”

16 octubre, 2017 ,
Foto: Pixabay

Ángel Gurría, Secretario General de la OCDE

En la novela «El Gatopardo», de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, el personaje Tancredi Falconeri pronuncia una conocida frase: «Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie». La aristocracia siciliana que él representa solo tiene una forma de conservar sus privilegios ante el Risorgimento de Garibaldi: cambiar las cosas en la superficie para que, en la práctica, todo siga igual.
Durante los últimos meses, muchas voces, incluida la OCDE, han expresado su determinación de «arreglar» la globalización ante el movimiento de rechazo que se vive en todo el mundo. Comprensiblemente, estos llamamientos están siendo acogidos con desconfianza. Se sospecha que las «élites globales» han hecho suya la tesis de Tancredi: hacer cambios cosméticos para evitar la subversión del orden que tanto beneficia a algunos.
No podemos culpar a quienes muestran recelo. Para las instituciones que tradicionalmente han abogado por la apertura de los mercados y la liberalización que sostiene la globalización, podría ser tentador «arreglar» las cosas como quien repara un viejo motor averiado: modular el lenguaje y retocar las políticas lo justo hasta que pase la ola actual de proteccionismo, aislacionismo y populismo y volver a hacer las cosas como siempre.
Pero lo cierto es que así no va a funcionar. Ya no bastan los arreglos rápidos para abordar el descontento de los ciudadanos. No se puede volver al pasado. Para demasiada gente son muchas las cosas que no funcionan como debieran. El único camino posible no es parchear la globalización, sino revisarla en profundidad y hacer que funcione para todos.
A menos que los gobiernos acometan, tanto individual como colectivamente, cambios profundos en el funcionamiento de nuestras economías, sociedades y sistemas políticos, todos nuestros esfuerzos solo servirán para avivar el fuego de futuras crisis. Veremos cómo declinan la paz y el progreso que durante décadas han brindado la apertura y la cooperación multilateral.
Es perentorio abordar los principales problemas: el aumento de las desigualdades en materia de renta, riqueza y oportunidades; la cada vez mayor desconexión entre las finanzas y la economía real; las crecientes divergencias de productividad entre trabajadores, empresas y regiones; la concentración en los mercados y el progresivo freno a la competencia; la escasa progresividad de nuestros sistemas tributarios; la corrupción y el secuestro de la política y las instituciones por intereses particulares; la falta de transparencia y participación de los ciudadanos de a pie en la toma de decisiones; y la solidez de la educación y los valores que transmitimos a las generaciones futuras.
En la OCDE, hemos estado sentando las bases para un tipo de crecimiento diferente: un crecimiento inclusivo, sostenible y que fomente la igualdad de raíz. Hemos intentado ir más allá del pensamiento convencional y promover nuevos enfoques para los desafíos económicos que enfaticen el bienestar de las personas, más allá del PIB y los agregados económicos. Pero con eso no será suficiente. Debe diseñarse un nuevo contrato social intergeneracional que restaure la confianza de los ciudadanos en sus instituciones. Para ello, los Estados deben poner en marcha políticas que permitan prosperar a todos y cada uno de sus ciudadanos.
Aunque las respuestas pasan por acciones concretas a escala nacional, no se podrá encontrar ninguna solución desde la autarquía y el proteccionismo. Las mismas dinámicas internacionales que suscitan un sentimiento de vulnerabilidad e incertidumbre pueden dar respuestas a los desafíos que enfrentamos. Tenemos el ejemplo del envejecimiento poblacional en las economías de la OCDE, frente al cual la inmigración puede ser una aliada. O la inversión y el comercio transnacionales, que pueden movilizar recursos en pos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Y ahí están los progresos sin precedentes que se han conseguido en la lucha contra los paraísos fiscales o el cambio climático cuando la comunidad internacional trabaja al unísono. Incluso hoy, la colaboración científica transfronteriza cabalga a lomos de una revolución digital y tecnológica que muchos temen, pero que también puede propiciar una transformación positiva de la producción, el consumo, el mundo laboral y el funcionamiento general de nuestras sociedades.
El dilema «globalización sí o globalización no» quedó superado hace mucho tiempo. La pregunta que debemos hacernos hoy es qué tipo de globalización queremos. No tiene por qué ser la que hemos visto hasta ahora. Debemos colocar de nuevo el bienestar de las personas en el centro de nuestros esfuerzos y asegurarnos de que los beneficios de una mayor interconexión de nuestras economías, sociedades, instituciones y culturas se comparten de forma más igualitaria. Para ello, la globalización política no puede seguir yendo por detrás de la globalización económica. Necesitamos perfeccionar las reglas del juego y los mecanismos de gobernanza global para mejorar nuestras acciones coordinadas en contextos transfronterizos. Necesitamos normas internacionales que aseguren la igualdad de condiciones y fomenten las mejores políticas. Y necesitamos garantizar más transparencia, democracia y participación cívica no sólo a nivel local, sino global.
Vivimos en un momento trascendental de la historia, en el que las decisiones que tomemos determinarán el futuro de la humanidad. En momentos así, no sirven parches ni soluciones parciales; hay que abordar la raíz de los problemas de fondo que afectan a nuestras economías y sociedades. Sólo con audacia, innovación y acción podremos crear un futuro justo y próspero para todos. EFE

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