Parashat Lej Leja – Rav Yerahmiel Barylka

8 noviembre, 2019
Foto: Mark Neyman / GPO

PARASHAT LEJ LEJÁ – Cuando hay un llamado, aparece un objetivo que va más allá de lo geográfico

Al final de parashat Noaj leemos que: “Téraj salió de Ur de los caldeos rumbo a Canaán. Se fue con su hijo Avram, su nieto Lot y su nuera Saray, la esposa de Avram. Sin embargo, al llegar a la ciudad de Jarán, se quedaron a vivir en aquel lugar” (Bereshit 11:31). Allí, está más que claro, que Avram se dirige a Canaán llevado de la mano de su padre, y no por mandato divino, que no se dirigieron a una tierra que luego les iban a mostrar sino a un lugar muy definido. Pero, Teraj, no siguió su camino. Allí se quedó. Allí murió. No ingresó a Canaán, ni ningún miembro de su comitiva se adhirió.

Es difícil aceptar que Teraj, que había sido un importante funcionario en el régimen de Nimrod, y había aceptado sus normas, se dejó llevar por su hijo rebelde y lo condujo para cumplir lo que recién aparece en el versículo siguiente, tal como lo explica Redak [1] , y parece más lógica la interpretación de Jizkuni (Rabí Jizkiyáhu ben Janoj) [2], que Teraj fue hacia Canaán con su familia en búsqueda de las tierras que como descendiente de Shem le correspondían, y que habían estado en manos de descendientes de Jam.

Pero, que en esa caminata rumbo a la tierra no había ningún mandamiento espiritual. Pertenecía a los intereses del pasado y no del futuro.

Teraj pudo haber llegado a Canaán – Israel, sin darse cuenta que estaba en Tierra Santa.

También Avram hubiera podido llegar, sin saber qué superficie estaba pisando, si no hubiera oído el llamado de Lej Lejá.

Allí está toda la diferencia. Aquí está el contraste que vivimos todavía en nuestros días, entre quienes están en la tierra de Shem que les pertenece, por ser descendientes de Abraham y aquellos que están en su tierra por haber seguido el llamado de Lej Lejá, de cortar con el pasado, con creencias anteriores, con solidaridades caducas, con lazos familiares y con sus amistades, su cultura y su idioma.

El Salmista (45:10) nos deleita diciéndonos: “Escucha, hija, fíjate bien y presta atención: Olvídate de tu pueblo y de tu familia. El rey está cautivado por tu hermosura; él es tu señor: inclínate ante él”, describiendo la rebelión necesaria contra los padres y el lugar de nacimiento, para elegir seguir la senda de .A. que parece señalarnos el primer versículo de la lectura de esta semana. Sólo faltaría en él, el mandato de dirigirse a una tierra desconocida.

Cuando hay un Llamado, aparece un objetivo que va más allá de lo geográfico.
Sobre Teraj, no se hubiera podido aplicar el versículo que aparece poco más adelante: «Yo lo he elegido para que instruya a sus hijos y a su familia, a fin de que se mantengan en el camino de .A. y pongan en práctica lo que es justo y recto. Así .A. cumplirá lo que le ha prometido» (Bereshit 18:19), porque su viaje no tenía un mandato. No tenía nada que aleccionar a su familia más que en las artes de la subsistencia.

El llamado de Lej Lejá, resuena también para nosotros, estemos incluso residiendo en la Tierra de Israel.

Es una voz que no ha dejado de repicar en nuestros oídos y corazones desde entonces. Como que aún no hemos llegado a la heredad que no acabamos de descubrir porque todavía no se cumplió del todo el anuncio hecho a nuestro patriarca.

La diferencia parece estar marcada por lo que nos enseña el Sfat Emet [3], citando el Midrash que también Rashí nos presenta: “¿Por qué no le reveló (.A.) inmediatamente el lugar? – Para hacerlo amable a sus ojos y para poder retribuirle por cada paso, y el rav de Gur, nos da su respuesta: “Simplemente porque una de las características para llegar a Eretz Israel, es anular todos los sentimientos y deseos frente a la aspiración de .A.
De allí debemos aprender el principio según el cual debemos estar preparados para oír y para aceptar lo que no podemos, que debemos mirar y escuchar lo que está por encima de nuestras percepciones”.

Si Dios le hubiera dicho a Avram, “sube a Israel”, Avram hubiera seguido siendo el mismo ser. El hijo del aristocrático Teraj preocupado por poseer más territorios, fiel a su rey y a su lugar de nacimiento, con capacidad de liderazgo que había aprendido las artes de la negociación y la guerra que luego debería usar, sólo hubiera cambiado su lugar de residencia y su espacio vital. Pero, difícilmente hubiera cambiado lo suficiente para convertirse en el Patriarca del Pueblo de Israel, para ser Abraham.

Ir a la “Tierra que te voy a mostrar”, implicaba un cambio interior muy profundo. Una verdadera transformación en la persona, en el espíritu y en la fe. Un corte. Una nueva dinámica. Implicaba una revelación y un descubrimiento. Exigía una dosis muy grande de humildad y preparación, para abrir los ojos y exigirse para descubrir esa muestra. Tener todos los sentidos puestos en saber ¿dónde estoy? ¿A quién soy fiel? ¿Cuál es mi misión? Poder cruzar el río y dejar a todos del otro lado. Ser ivrí-hebreo.

Ser ivrí, -es estar del otro lado-, es ser capaz de vivir frente a todo el mundo luciendo unos valores que los demás o desprecian o ignoran o combaten.

Al llegar a Israel por el mandato divino, y no por orden del padre, Avram se comporta sin intereses. Puede pedir a Dios por los pecadores de Sdom, e intentar la paz con Avimelej el rey de los filisteos. Puede construir altares para un Dios invisible y lo que no es menos importante, poder litigar con Dios mismo, para intentar salvar las vidas de otros, que ni siquiera eran de su familia.

Avram puede ser el hombre de la fe total, por esa orden: “Como no me has dado ningún hijo, mi herencia la recibirá uno de mis criados. — ¡No! Ese hombre no ha de ser tu heredero —le contestó .A. Tu heredero será tu propio hijo. Luego .A. lo llevó afuera y le dijo: —Mira hacia el cielo y cuenta las estrellas, a ver si puedes. ¡Así de numerosa será tu descendencia! Avram creyó a .A., y el Señor lo reconoció a él como justo.” (15:3-6)

Cuando Avram recibió la orden Lej Lejá, pudo al fin liberarse de los dioses terrenales y poder mirar hacia las Alturas para descubrir allí, que lo que le anunciaban y que era absolutamente imposible por la lógica, sería real por la fe.

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[1] Redak (Rabí David Kimji), 1160 – 1235, nació y murió en Narbona, en el sur de Francia. Su padre Iosef y su hermano Moshé también fueron distinguidos estudiosos de la Torá y escribieron sus comentarios. Redak siguió a Maimónides a quien defendió contra quienes se oponían a su filosofía.

[2] Jizkuni (Jizkiyáhu ben Manoaj), fue un comentarista del S. XIII (1250-1310), pero las fechas exactas de su nacimiento y muerte no han sido confirmadas. Su comentario fue impreso por primera vez en Venecia, y luego en Cremona en 1559. En la introducción de su obra dice que buscó por naciones y comentaristas lo mejor para incluir en su trabajo. En sus escritos se encuentran las huellas de Rashí, Rashbam, y Rabí Iosef Bejor Shor, pero, Jizkuni no trae las fuentes.

[3] Rabí Iehuda Arié Leib Alter (1847-1905), es el segundo admu”r de la jasidut de Gur, que fue llamado Sfat Emet por los libros que escribió. Nació en Varsovia y quedó huérfano muy pequeño, por lo que pasó a vivir con su abuelo. Cuando le ofrecieron ser el rebe se negó y recién aceptó suceder a rav Janoj Henij Hacohen de Alexander cuando tenía sólo 23 años

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