Odisea de periodista sueca judía en Venezuela mientras cubría la lucha por entrada de ayuda humanitaria

Marchas de la sociedad civil en Caracas hacia las instalaciones militares para pedir que los militares permitan la entrada de la ayuda humanitaria. Foto: Juan Carlos López (Grupo TEI)

Annika H. Rothstein es una periodista sueca que marca con pines en un mapa los sitios de sus próximos viajes. Venezuela es su última marca en el mapa y lo muestra con orgullo en sus fotos publicadas en Twitter, donde nos entrega, en cápsulas, su espeluznante odisea al tratar de cubrir el paso de la ayuda humanitaria a Venezuela desde la vecina Colombia.

El 24 de febrero en la noche Annika finalmente anunció: “Estoy en Caracas”. Venía de la frontera occidental de Venezuela con Colombia. Entonces comienza su narración de las horas vividas en medio del ambiente de abuso e intimidación en los que nos hemos visto obligados a vivir durante veinte años quienes habitamos este país.

Luego de reposar de las fuertes emociones sentidas y del cansancio de un incierto y largo viaje por tierra de vuelta a la “seguridad” de la capital, Annika informa a ritmo de tuits.

A su arribo a San Antonio del Táchira, población fronteriza con Colombia y de alto tráfico binacional, Annika comienza a relatar que los locales les guían por el área, cuando de pronto aparecen los llamados y temidos “colectivos”.

Una de las estrategias del régimen chavista, heredada y magnificada por Maduro, es el reclutamiento y entrenamiento de grupos armados de choque que atacan a manifestantes y dirigentes de la oposición.  Ante la crueldad mostrada por los colectivos en los ataques contra mujeres, ancianos y adolescentes, algunos prefieren pensar que no se trata de venezolanos sino de agentes cubanos llegados al país bajo la cobertura de ayuda médica y deportiva.

Recientemente hemos podido ver en los medios supuestos reclusos alineados en formaciones de estilo militar jurando fidelidad al gobierno que los tiene privados de libertad. Supuestamente estos formarían parte de los grupos violentos pro-gubernamentales.

La periodista Annika Rothstein

Hace algunas horas el parlamentario estadounidense Marco Rubio denunció la presencia de mandos cubanos en la frontera entre Venezuela y Colombia. Estos mandos estarían ordenando el ataque a los voluntarios que participan en la entrada de la ayuda humanitaria a Venezuela, así como la emboscada e incendiado de los cargamentos de alimentos y medicinas.

Fue, precisamente, en ese conflictivo lugar donde Annika conoció los colectivos. Nos cuenta en tramos de 140 caracteres que se trataba de un grupo de 10 o 15 enmascarados fuertemente armados. Los jalaron fuera del vehículo en el que transitaban. Les gritaban “periodistas”, profesión peligrosa en estos últimos tiempos en Venezuela, en especial si no eres parte de una comitiva oficial o no trabajas para un medio aliado del régimen.

Los colectivos, según cuenta Annika, los asían del chaleco antibalas. El chaleco antibalas se ha convertido en un equipo de uso obligado para la prensa en Venezuela, aunque el país no atraviesa un conflicto bélico… oficialmente.

A pesar de que su acompañante de seguridad indicó a los atacantes que se trataba de una ciudadana suiza con credenciales de prensa iraní, a pesar de la proclamada hermandad de Chávez y Maduro —y sus beneficiosos negocios— con la teocracia persa, esto no evitó que fueran víctimas del acostumbrado tratamiento de abuso y agresión que caracteriza a los colectivos.

En sus propias palabras Annika informa: “Sacaron sus armas y nos dijeron que nos tiráramos al suelo. Nos pusieron las pistolas en la nuca y escuché cómo las cargaban. Estoy en silencio. Congelada. Mientras tanto, abrieron nuestras bolsas y tiraron todo al suelo. Encuentran mis cámaras y empiezan a gritar de nuevo”.

Desde el inicio de la llamada Revolución Bolivariana la presencia de la prensa no alineada con el régimen ha sido un estorbo para sus fines.

Cuando Chávez muere se acaba el encantador personaje que, a decir de algunos periodistas internacionales, “[…] te hacía sentir como la persona más importante del mundo” y que finalmente atrapaba con su carisma la atención internacional.

A la muerte del pintoresco caudillo del siglo XXI, uno de sus más acérrimos defensores y parte de su equipo en el poder, Diosdado Cabello, advirtió a la oposición venezolana: “Chávez era quien tenía amarrados a los locos”. Y los “locos” quedaron por su cuenta desde entonces. Annika tuvo la oportunidad de confirmarlo en carne propia.

El lamentable relato de Annika prosigue con las acostumbradas pausas de cada tuit, pero con la angustia visible en sus palabras:

“Me gritan que me estoy infiltrando en Venezuela y que estoy tratando de destruir el país y que lo que estoy haciendo es ilegal. Tengo miedo y todo lo que puedo decir es ‘Ok’. Uno de ellos, obviamente alto en algo [muy drogado], a juzgar por sus ojos, quiere mi chaleco.

Tira de él [chaleco] pero no se sale porque tengo una camisa encima. Se enoja y me golpea la cara. No dije nada. Solo me quité la camisa y me quité el chaleco. Pero no ha terminado. Él sonríe y gesticula hacia mi camisa, él también la quiere. Solo porque puede”.

Los maleantes entonces los hacen permanecer en el piso y cuando ya les han robado la cámara y todas las pertenencias, Annika piensa que ya los van a dejar ir.

Pero, de pronto, comienza de nuevo el frenesí de la jauría de criminales y se renuevan las amenazas. Han encontrado el permiso de porte de armas del acompañante de seguridad de Annika y los colectivos comienzan a presionarlos, apuntándoles a la cabeza, para que le entreguen un arma que en realidad nunca estuvo a bordo con ellos. Desde hace muchos años, el régimen Chavista decidió reducir la amenaza de la oposición a sus fines de opresión a la fuerza y comenzó una prohibición del porte de armas que los ciudadanos usaban para protección personal, de modo que la sociedad quedó sencillamente sin medios para su defensa en contra de los embates de cualquier individuo o grupo violento.

“Ahora estaba segura de que todos moriríamos. El que era obviamente el jefe le dijo a los más enloquecidos que no dispararan. Luego hubo un breve silencio. No puedo respirar. De repente, uno de ellos nos dice que nos levantemos y grita «tienen cinco segundos y luego mueren» y grita UNO… DOS…”.

En una sádica maniobra de liberación en la que les gritaban, disparaban al aire y hacia los lados, los colectivos permiten que Annika y su equipo corran hacia el vehículo para huir del sitio. Pero esto aún no terminaba.

Foto: Juan Carlos López (Grupo TEI)

En medio de la huida a terreno seguro, a escasos cinco minutos de carrera, algunas personas de la localidad los detuvieron y les avisaron que otro grupo de colectivos se encuentra más adelante en el camino. Los “gochos”, que es la denominación venezolana para los habitantes de esa región montañosa del país, siempre se han destacado por su arrojo y logran dar refugio y salvar la vida a los periodistas, tal como lo informa Annika. Los esconden casi una hora durante la cual los disparos se escuchan por doquier.

Finalmente, el 24 de febrero, a las 21:37, Annika reporta desde Caracas: “Ha sido un largo día conduciendo desde Táchira hasta Caracas y ahora estoy sentada con las emociones de lo que pasó. Como terapia me gustaría contártelo, así que prepárate para un hilo Venezuela”.

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