Los desafíos postergados

Elecciones en Israel - Foto: Comisión Central Electoral vía Facebook

En la víspera de las próximas elecciones na­cionales, que tendrán lu­gar dentro de poco más de cuatro semanas, vuelven a repetirse los mismos te­mas que vienen acompa­ñando a la política local en los últimos años, construi­dos sobre una vaga (y dis­torsionada) distinción en­tre izquierdas y derechas, con una generalizada eva­sión de pronunciamientos claros sobre el futuro del estatus quo político, reli­gioso, económico y social y que se centran, en última instancia, en el endiosa­miento o la satanización del actual Primer Minis­tro. En ese marco, su per­manencia o su defenestra­ción tienden a constituirse en la motivación principal de estas elecciones.

La aparente disposición de la sociedad israelí a aceptar este estado de co­sas parece derivar de una convicción generalizada, que sostiene que supera­da esa instancia electoral -caracterizada por la con­tinuidad o la terminación del gobierno encabezado por Benjamín Netanyahu-todo volverá a los cauces normales, porque más allá de las disputas electorales la economía florece, la se­guridad está garantizada, las brechas sociales están siendo superadas, tenemos todo el futuro por delante. ¿O no? ¿O es que esa con­vicción no coincide con los datos de la realidad, aun cuando éstos estén delante de nosotros?

Y la realidad es que esta sociedad se enfrenta al menos a dos conjuntos de desafíos, estrechamen­te vinculados: uno en el ámbito político o geopolí­tico y el otro en la esfera socioeconómica. Los de­safíos políticos o geopo­líticos giran alrededor de la aceptación o el rechazo de una reanudación de las negociaciones de paz con los palestinos, con base en el principio de dos Esta­dos para dos naciones. La alternativa a este principio es, como mínimo, la ten­sión permanente y el con­flicto bélico como estilos de vida.

La iniciativa de paz pro­puesta por la Liga Arabe en el año 2002 y ratificada desde entonces en varias ocasiones, bien podría ser un punto de partida para las negociaciones, aun cuando sea necesario re­visarla a fondo, así como sería positivo conside­rar también los términos de la llamada Iniciativa de Ginebra. Pero ambas iniciativas -y otras simi­lares- parecen no existir para la opinión pública en Israel, gracias al silencio de la clase política y de la inmensa mayoría de los medios de comunicación. En consecuencia, esos de­safíos, por importantes y vitales que sean, no figu­ran en ningún sitial pro­minente en el calendario electoral, como tampoco destacan las posiciones a adoptar frente a temas tan candentes como la legis­lación que crea, de hecho ciudadanos de primera y de segunda clase.

Por su parte, la temática socioeconómica no parece incidir en esta campaña electoral, como no lo ha hecho en las anteriores. En este sentido, viene a la memoria aquella famosa canción donde se asegu­raba a la señora marque­sa que todo andaba bien. Y no todo anda bien. Por ejemplo, hace varios años que desde el Banco de Is­rael, y también desde otras instancias, se ha venido insistiendo en la necesi­dad de tomar medidas para elevar la productividad de la economía, que se sitúa en los niveles bajos entre los países de la OECD (para el año 2017, el Pro­ducto Interno Bruto por hora trabajada se situaba en 37,7 dólares, compara­do con 48,2 dólares como promedio de la OECD, según datos de esa organi­zación). Esa baja produc­tividad, persistente en el tiempo, se vincula de ma­nera directa con deficien­cias, persistentes también, en el sistema educativo, denunciadas en múltiples oportunidades pero cuya corrección está lejos de haberse emprendido.

Ahora bien, la baja pro­ductividad promedio de la economía contrasta con la alta productividad en las actividades de alta tecno­logía, aunque éstas ocu­pen sólo el 8% de la fuerza de trabajo. Esto está pro­moviendo una economía de la que podría decirse que funciona a dos velo­cidades, como ya se ha comentado en otras notas, y entre sus consecuencias sociales más agudas está la conformación de grupos elitistas, acentuando dife­renciaciones que atentan contra los procesos de­mocráticos. A lo anterior se agregan problemáticas tales como los de la pro­visión de viviendas -y el difícil acceso a las mismas por parte de los nuevos de­mandantes, en función del aumento de sus precios-así como las dificultades crecientes para movilizar­se que genera la conges­tión del transporte.

El modelo de prestación de servicios de salud, con su cobertura universal, mantiene aún sus rasgos positivos, pero en su fun­cionamiento se vienen acumulando deficiencias que ponen en duda su comportamiento futuro. La participación pública en el financiamiento de los servicios de salud para toda la población viene disminuyendo sistemáti­camente y se sitúa actual­mente en un 63% del gasto total en salud, frente a un 72% como promedio en la OECD; por su parte el gas­to en salud en Israel cons­tituye el 7,3% del PIB, que contrasta con un 9% de promedio en la OECD. Como comenta el periódi­co Globes, “esta tendencia ha conducido a descui­dar las inversiones en in­fraestructura y en personal en el sistema de salud en los años recientes, lo que llevado a un aumento en el uso de la medicina pri­vada. Esto significa que algunos de los logros del sistema de salud en Israel son el resultado del dine­ro privado, una tendencia que contribuye a ampliar las brechas sociales y so­cava los fundamentos del sistema público de salud en Israel.”

En los párrafos prece­dentes se condensan al­gunos de los importantes desafíos que enfrenta la sociedad israelí, y que un observador que viniera de Marte esperaría que cons­tituyeran el núcleo de las propuestas electorales. Pues no. Parecería que la clase política es incapaz -o quizás no siente la necesi­dad- de elaborar y presen­tar un proyecto nacional, entendido éste como el conjunto de acciones y de estrategias multisectoria­les y coordinadas, tendien­tes a mejorar, hacia el fu­turo, el bienestar de todos los habitantes. La caren­cia de un proyecto nacio­nal, al menos de un pro­yecto nacional cuyos ras­gos principales pudieran ser consensuados por la sociedad, es reemplazada por políticas caracteriza­das por el cortoplacismo y el mantenimiento del estatus quo, con una ima­gen miope del futuro. Y así, los desafíos centrales que confronta esta socie­dad son postergados una y otra vez, porque todo está bien en el mejor de los mundos.■

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