En la víspera de las próximas elecciones nacionales, que tendrán lugar dentro de poco más de cuatro semanas, vuelven a repetirse los mismos temas que vienen acompañando a la política local en los últimos años, construidos sobre una vaga (y distorsionada) distinción entre izquierdas y derechas, con una generalizada evasión de pronunciamientos claros sobre el futuro del estatus quo político, religioso, económico y social y que se centran, en última instancia, en el endiosamiento o la satanización del actual Primer Ministro. En ese marco, su permanencia o su defenestración tienden a constituirse en la motivación principal de estas elecciones.
La aparente disposición de la sociedad israelí a aceptar este estado de cosas parece derivar de una convicción generalizada, que sostiene que superada esa instancia electoral -caracterizada por la continuidad o la terminación del gobierno encabezado por Benjamín Netanyahu-todo volverá a los cauces normales, porque más allá de las disputas electorales la economía florece, la seguridad está garantizada, las brechas sociales están siendo superadas, tenemos todo el futuro por delante. ¿O no? ¿O es que esa convicción no coincide con los datos de la realidad, aun cuando éstos estén delante de nosotros?
Y la realidad es que esta sociedad se enfrenta al menos a dos conjuntos de desafíos, estrechamente vinculados: uno en el ámbito político o geopolítico y el otro en la esfera socioeconómica. Los desafíos políticos o geopolíticos giran alrededor de la aceptación o el rechazo de una reanudación de las negociaciones de paz con los palestinos, con base en el principio de dos Estados para dos naciones. La alternativa a este principio es, como mínimo, la tensión permanente y el conflicto bélico como estilos de vida.
La iniciativa de paz propuesta por la Liga Arabe en el año 2002 y ratificada desde entonces en varias ocasiones, bien podría ser un punto de partida para las negociaciones, aun cuando sea necesario revisarla a fondo, así como sería positivo considerar también los términos de la llamada Iniciativa de Ginebra. Pero ambas iniciativas -y otras similares- parecen no existir para la opinión pública en Israel, gracias al silencio de la clase política y de la inmensa mayoría de los medios de comunicación. En consecuencia, esos desafíos, por importantes y vitales que sean, no figuran en ningún sitial prominente en el calendario electoral, como tampoco destacan las posiciones a adoptar frente a temas tan candentes como la legislación que crea, de hecho ciudadanos de primera y de segunda clase.
Por su parte, la temática socioeconómica no parece incidir en esta campaña electoral, como no lo ha hecho en las anteriores. En este sentido, viene a la memoria aquella famosa canción donde se aseguraba a la señora marquesa que todo andaba bien. Y no todo anda bien. Por ejemplo, hace varios años que desde el Banco de Israel, y también desde otras instancias, se ha venido insistiendo en la necesidad de tomar medidas para elevar la productividad de la economía, que se sitúa en los niveles bajos entre los países de la OECD (para el año 2017, el Producto Interno Bruto por hora trabajada se situaba en 37,7 dólares, comparado con 48,2 dólares como promedio de la OECD, según datos de esa organización). Esa baja productividad, persistente en el tiempo, se vincula de manera directa con deficiencias, persistentes también, en el sistema educativo, denunciadas en múltiples oportunidades pero cuya corrección está lejos de haberse emprendido.
Ahora bien, la baja productividad promedio de la economía contrasta con la alta productividad en las actividades de alta tecnología, aunque éstas ocupen sólo el 8% de la fuerza de trabajo. Esto está promoviendo una economía de la que podría decirse que funciona a dos velocidades, como ya se ha comentado en otras notas, y entre sus consecuencias sociales más agudas está la conformación de grupos elitistas, acentuando diferenciaciones que atentan contra los procesos democráticos. A lo anterior se agregan problemáticas tales como los de la provisión de viviendas -y el difícil acceso a las mismas por parte de los nuevos demandantes, en función del aumento de sus precios-así como las dificultades crecientes para movilizarse que genera la congestión del transporte.
El modelo de prestación de servicios de salud, con su cobertura universal, mantiene aún sus rasgos positivos, pero en su funcionamiento se vienen acumulando deficiencias que ponen en duda su comportamiento futuro. La participación pública en el financiamiento de los servicios de salud para toda la población viene disminuyendo sistemáticamente y se sitúa actualmente en un 63% del gasto total en salud, frente a un 72% como promedio en la OECD; por su parte el gasto en salud en Israel constituye el 7,3% del PIB, que contrasta con un 9% de promedio en la OECD. Como comenta el periódico Globes, “esta tendencia ha conducido a descuidar las inversiones en infraestructura y en personal en el sistema de salud en los años recientes, lo que llevado a un aumento en el uso de la medicina privada. Esto significa que algunos de los logros del sistema de salud en Israel son el resultado del dinero privado, una tendencia que contribuye a ampliar las brechas sociales y socava los fundamentos del sistema público de salud en Israel.”
En los párrafos precedentes se condensan algunos de los importantes desafíos que enfrenta la sociedad israelí, y que un observador que viniera de Marte esperaría que constituyeran el núcleo de las propuestas electorales. Pues no. Parecería que la clase política es incapaz -o quizás no siente la necesidad- de elaborar y presentar un proyecto nacional, entendido éste como el conjunto de acciones y de estrategias multisectoriales y coordinadas, tendientes a mejorar, hacia el futuro, el bienestar de todos los habitantes. La carencia de un proyecto nacional, al menos de un proyecto nacional cuyos rasgos principales pudieran ser consensuados por la sociedad, es reemplazada por políticas caracterizadas por el cortoplacismo y el mantenimiento del estatus quo, con una imagen miope del futuro. Y así, los desafíos centrales que confronta esta sociedad son postergados una y otra vez, porque todo está bien en el mejor de los mundos.■