Los daños colaterales de la guerra entre Netanyahu y Liberman

Benjamín Netanyahu y Avigdor Liberman Foto: Kneset vía Facebook

El borrador del acuerdo en las negociaciones de coalición entre el partido Likud, del primer ministro, Benjamín Netanyahu, y la agrupación ultraortodoxa Judaísmo Unido de la Torá (Iahadut Hatorá), facilitando la segregación de género en los sitios públicos,  filtrado por el canal estatal Kan, le cayó como un regalo del cielo al ex ministro de Defensa, Avigdor Liberman. Liberman, un experimentado político, rechazó incorporar su partido nacionalista secular Israel Beitenu (Israel Nuestro Hogar), con cinco diputados, al Gobierno que trató infructuosamente de armar Netanyahu. En respuesta, el primer ministro promovió la disolución de la Knéset (Parlamento), forzando a repetir las elecciones.

Furioso por su fracaso, Netanyahu salió rápidamente a acusar a Liberman de “derrocador serial de los gobiernos de derecha”. “Liberman es izquierda”, acusó visiblemente ofuscado el primer ministro.

Sin embargo, es muy probable que las nuevas elecciones no giren en torno la disputa entre Israel y los palestinos; ya que parece haberse afianzado en la sociedad israelí el consenso de que entre los factores de poder en la calle palestina no hay intenciones verdaderas de llegar a una solución al conflicto, al menos en el corto plazo.  Una consecuencia directa de esto podría ser la frenética implosión que está sufriendo el Partido Laborista, una agrupación política, que estuvo fuertemente identificada con el proceso de paz.

Tampoco el tópico de la corrupción alcance tal vez el primer plano, en tanto que los comicios programados para el 17 septiembre no le darían tiempo a Netanyahu para promover en el Parlamento una legislación que le garantice la inmunidad antes de la audiencia prevista para el 2 octubre de cara una posible imputación por tres casos pendientes de corrupción.

Aparentemente, Liberman identificó acertadamente que el eje de las próximas elecciones girará en gran medida en torno a las cuestiones de Estado y religión.

A los partidos ultraortodoxos ashkenazi Iahadut Hatorá y sefaradí Shas, que alcanzaron en los últimos comicios generales el importante logro de 16 escaños, ocho cada uno respectivamente (de los 120 asientos en la Knéset), añadidos a los cinco diputados de la alianza nacionalista religiosa Unión de Partidos de Derecha, se suma la transformación interna de la agrupación política gobernante Likud, cada vez más tradicionalista (religiosa) y menos liberal.

De cualquier manera, es fácil coincidir con que las enormes pérdidas económicas y los perjuicios diplomáticos que está padeciendo el Estado de Israel, por la repetición de las elecciones, es el daño colateral de la enconada guerra política entre Netanyahu y Liberman.

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