Las peligrosas amistades de Bibi Netanyahu

Matteo Salvini y Benjamín Netanyahu Foto: GPO Amos Ben Gershom

El auge de la extrema derecha va ligado a un claro discurso ultranacionalista, antiinmigración y a la vieja estrategia del chivo expiatorio. El argumento siempre es el mismo: la crisis, ya sea ésta real o imaginaria, es culpa de un pequeño grupo que ha venido a instalarse en nuestra sociedad y, sin asimilarse a ella, la intenta destruir desde su interior. Así sucedió en los años 30 del siglo pasado y, como si la historia se comportara de manera cíclica, así está sucediendo nuevamente. Es el caso de los partidos populistas de extrema derecha que están emergiendo en varios países de Europa.

Los movimientos de ultraderecha, muchos de los cuales son herederos de partidos políticos de la época de la Shoá, saben que para presentarse ante su nuevo electorado europeo tienen que deshacerse, al menos de forma oficial, de ciertos estigmas históricos como el antisemitismo. En consecuencia, acercarse al Estado de Israel y forjar alianzas con políticos israelíes es una buena manera de realizar ese lavado de imagen. Así lo entendieron Matteo Salvini y Viktor Orbán cuando visitaron Israel en el transcurso del 2018 y fueron recibidos con gran entusiasmo por el primer ministro Bibi Netanyahu.

Pero el discurso racista y xenófobo, a pesar de este intento de recibir legitimidad por parte de Israel o las comunidades judías, sigue estando presente en el lenguaje de la extrema derecha. Solamente han cambiado de chivo expiatorio, sustituyendo el tradicional odio a los judíos por una islamofobia furibunda. Los enemigos de Europa ahora son los inmigrantes, los refugiados y los musulmanes. El acercamiento a Israel es, en este sentido, un movimiento para ellos natural. La extrema derecha ve en el Estado judío un país fuerte, con fronteras seguras, con una mayoría étnica clara y sin complejos a la hora de defenderse militarmente de las amenazas externas. Por su parte, el Gobierno de Bibi Netanyahu se siente muy cómodo al lado de estos populistas europeos porque, aunque solo sea un poco, se parecen.

Este flirteo israelí con los racistas europeos es, además de una inmoralidad, muy arriesgado. Tener memoria implica saber, entre otras cosas, que cuando un político empieza discriminando a los inmigrantes, a los gitanos, a los homosexuales, a los musulmanes, o a cualquier otro colectivo minoritario, terminará, a corto o largo plazo, discriminando también a los judíos. La derecha israelí, con Netanyahu a la cabeza, es capaz de vender su alma a cambio del reconocimiento de los asentamientos judíos en Cisjordania o del traslado de una embajada a Jerusalén. Tendencia peligrosa que tanto los israelíes como los judíos de la diáspora debemos rechazar de forma rotunda y sin contemplaciones. Ojalá volvamos pronto al lado correcto de la historia.

Ariel Kanievsky

Guía en Israel y Polonia, educador y profesor de historia judía

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