Las manifestaciones masivas en el Líbano: ¿qué presagian?

Protestas antigubernamentales en Tiro, Líbano Foto: REUTERS/Aziz Taher

Las manifestaciones  a lo largo del Líbano durante la última semana estallaron espontáneamente y se observó el espectro completo de la población participando y llamando a los líderes de todas las comunidades a formar un nuevo gobierno y transformar el orden actual. El desencadenante inmediato de la protesta fue la decisión de imponer un impuesto a las llamadas de WhatsApp; sin embargo, en el centro de las manifestaciones está el empeoramiento de la situación económica y la parálisis de un «gobierno de unidad» que tiene grandes dificultades para avanzar hacia soluciones que puedan mejorar la situación. La protesta masiva refleja la desesperación y la exasperación con un liderazgo corrupto. Por otro lado, hay indicios de que todos los componentes de la dirigencia, incluido Hezbollah, no están interesados ​​en cambiar el sistema actual y, por lo tanto, respaldaron un «plan de recuperación» que fue redactado rápidamente por el Gabinete. El plan exige colocar la carga tributaria sobre los niveles socioeconómicos más fuertes, pero se espera que su implementación sea difícil. Claramente, el público, que continúa con las protestas, tiene poca fe en el plan. Es difícil evaluar si la protesta disminuirá pronto o conducirá a la renuncia del Gabinete o incluso a la anarquía. Parece que la salvación del Líbano solo puede lograrse con una generosa ayuda extranjera, preferiblemente de Occidente y de los países del Golfo, para evitar que Hezbollah y su patrón, Irán, asuman el control total del país.

Una protesta popular estalló en el Líbano el 17 de octubre de 2019 a una escala sin precedentes en los últimos años. Las manifestaciones masivas se hicieron cada vez más fuertes en los días sucesivos, y hasta ahora se han contado entre decenas de miles y cientos de miles de participantes a medida que se extendían desde Beirut a otras ciudades principales del país. Por ahora, las protestas continúan. El desencadenante de las manifestaciones, en el sentido de «la gota que colmó el vaso», fue una decisión inusual (rescindida inmediatamente, un día después de que estallara la protesta) para gravar las llamadas mediante la aplicación de WhatsApp. Este impuesto estaba destinado a servir como un componente en una red de nuevos impuestos en el marco del presupuesto 2020 que el Gabinete está tratando de avanzar, debido a que se esfuerza por satisfacer las demandas internacionales de reforma para que el Líbano sea elegible para recibir once mil millones de dólares en préstamos para inversión en proyectos nacionales que fueron prometidos en una conferencia en abril de 2018 en París y que aún no han sido concedidos.

La protesta actual es muy distinta en su aparición como en su efusión espontánea desprovista del sabor sectario que ha atraído a ciudadanos de todas las partes de la sociedad, y de todas las religiones y sectores, en un llamado compartido instando a la renuncia del Gabinete y un cambio del orden actual. Significativamente, los manifestantes han dirigido sus reclamos contra todas las caras de la dirigencia: el presidente cristiano, Michel Aoun; el presidente del parlamento chií, Nabih Berri; y el primer ministro musulmán, Saad al Hariri. También ha habido reclamos dirigidos contra Hezbollah.

Esta protesta masiva refleja la desesperación del público libanés ante una situación económica difícil y los bajos niveles de vida; exasperación con una dirigencia corrupta que comprende a las antiguas élites de todos los grupos confesionales que se preocupan solamente por sus propios intereses; y la falta de confianza en la capacidad del gobierno actual para idear soluciones para mejorar la situación. Los eventos de la protesta no han estado exentos de violencia, tanto por parte de los manifestantes (con la quema de neumáticos y la interrupción de la vida cotidiana) como de las fuerzas de seguridad (con el uso de gases lacrimógenos y el arresto de manifestantes), pero a medida que la escala de participación se ha ampliado, las calles se han inundado de multitudes que ondean banderas libanesas. La protesta se ha convertido en una celebración nacional que muestra la esperanza por una vida mejor. La esencia de la protesta fue capturada por una pancarta agitada por uno de los participantes: «Lucho por vivir».

Las razones principales de la protesta

Durante la última década, los ciudadanos del Líbano han sufrido un deterioro en el nivel de vida debido al empeoramiento de la situación económica. El Líbano se encuentra en una profunda crisis económica: su deuda externa es de aproximadamente 85 mil millones de dólares y está al borde de la bancarrota (Fitch recientemente rebajó la calificación crediticia del Líbano a CCC). El desempleo libanés es alto (los jóvenes representan alrededor del 36 por ciento de los desocupados); las infraestructuras nacionales están deterioradas y hay una grave escasez de electricidad y agua; y las instituciones nacionales, incluidos el sistema de justicia y el aparato de seguridad, están contaminados por la corrupción crónica. El Líbano también ha sufrido las consecuencias de la guerra civil en Siria, principalmente la carga de acoger a unos 1,5 millones de refugiados sirios, que junto con los refugiados palestinos «establecidos» representan alrededor de una cuarta parte de la población.

Paralelamente, el aparato del gobierno no funciona. Hariri, el primer ministro sunita, pudo haber logrado formar un «gobierno de unidad» a principios de 2019 después de una prolongada crisis política postelectoral (de ocho meses de duración), pero tiene dificultades para funcionar y avanzar decisiones debido a la composición del gabinete actual, que incluye un bloque opositor formado por sus rivales: Aoun, que unió fuerzas con representantes chiís del movimiento Amal y la organización Hezbollah. Otro factor que ha contribuido ha sido la fortaleza continua de Hezbollah dentro del sistema político libanés y la capacidad de esta organización para influir y paralizar el proceso de toma de decisiones en correspondencia con sus intereses. La incorporación de Hezbollah en el gobierno también ha tenido ramificaciones económicas. Por un lado, le permite a Hezbollah desviar los presupuestos de los ministerios del gobierno bajo su control para sus necesidades, con la población general asumiendo el costo y; por otro lado, el impacto de las sanciones en su contra, que se han ampliado significativamente a lo largo del año pasado, también se filtra a la economía libanesa. Sin embargo, los manifestantes son reacios a culpar a la organización, que hoy en día constituye una fuerza semi-militar en el país.

La respuesta de la dirigencia

El estallido espontáneo de la protesta provocó una rápida respuesta de la dirigencia, que parece haberse asustado por las posibles consecuencias de los eventos. Las declaraciones preliminares de los representantes de las diversas partes sugieren que los líderes actuales están ansiosos por preservar el orden existente para no dañar sus activos. El primer ministro Hariri fue el primero en responder públicamente: el 18 de octubre, un día después del estallido, pidió a sus socios gubernamentales que le permitieran arreglar la situación, mientras insinuaba su posible renuncia dentro de las 72 horas si no cooperaban. Nasrallah, por su parte, optó por aparecer como un estadista e instó a los manifestantes en un discurso del 19 de octubre a actuar de manera responsable. Nasrallah explicó que una renuncia del Gabinete empeoraría la situación en lugar de resolver los problemas del Líbano, y llamó a reparar la difícil situación económica. En esta etapa, ha evitado enviar a sus agentes a las calles para aplastar las manifestaciones (a excepción de una muestra aislada de fuerza por parte de hombres de Hezbollah que se enfrentaron con efectivos de seguridad libaneses el 21 de octubre). Por su parte, el ministro de Relaciones Exteriores, Gebran Bassil (yerno del presidente Aoun) argumentó que el sistema actual representa un consenso político y que cualquier cambio conduciría a la anarquía.

Esta convergencia de intereses para preservar el sistema existente permitió al primer ministro Hariri asegurar la rápida aprobación del Gabinete, el 20 de octubre, de un «plan de recuperación» de gran alcance que demuestra la atención del gobierno a las demandas de los manifestantes. El plan depende de trasladar la carga tributaria de las capas más débiles de la sociedad a las más establecidas y pasos avanzados para mejorar el bienestar de la población. El plan incluye un recorte del 50 por ciento de los salarios de las figuras principales, incluidos los ministros y legisladores pasados ​​y presentes; un arancel del 25 por ciento sobre los ingresos de los bancos y las compañías de seguros; tres mil millones de dólares de los bancos destinados a proyectos de beneficio público; desmantelamiento de ministerios gubernamentales innecesarios; mejoramiento de la red eléctrica; cancelación de impuestos planificados para la población desfavorecida; y promoción de un plan de ingresos garantizados para los ancianos. Hariri calificó el plan como una «revolución económica», pero aunque es un plan ambicioso, se puede esperar que el gobierno tenga dificultades para implementarlo.

¿Qué es lo que nos espera?

En esta etapa, con la continuación de las manifestaciones, es difícil evaluar si las promesas del gobierno de una reforma profunda enfriarán los temperamentos, o si esto mostrará ser un caso de «muy poco, demasiado tarde», con protestas persistentes que obliguen al Gabinete renunciar. La renuncia del Gabinete presumiblemente no auguraría un cambio de fondo, sino que, una vez más, conduciría a un punto muerto e inestabilidad dentro del sistema político. Una visión más pesimista argumenta que el Líbano podría caer incluso en un estado de anarquía. La posibilidad de desarrollos a lo largo de este vector presenta a Hezbollah, que está ansioso por preservar la situación actual que le permite, como representante de Irán, focalizarse en conducir la «resistencia» contra Israel, con el dilema de si recurrir a la fuerza para frenar las manifestaciones, un movimiento susceptible de enredarlo en problemas dentro de la esfera libanesa y que presumiblemente quiere evitar por completo. Aparentemente, el Líbano solo puede salvarse si obtiene una generosa ayuda extranjera para estabilizar su economía, que preferiblemente provendría de los países del Occidente y del Golfo para evitar que Hezbollah y su patrón, Irán, asuman el control total sobre el país. En lo que respecta a Israel, se puede esperar que Hezbollah se preocupe por los problemas internos libaneses en el corto plazo y, por lo tanto, tenga menos libertad para emprender acciones su contra. Pero a largo plazo, un debilitamiento de la estabilidad interna en el Líbano creará riesgos para Israel, especialmente si Hezbollah continúa ganando fuerza.

Fuente: INSS Insituto de Estudios de Seguridad Nacional

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