La Parashá de la Semana – Rav Yerahmyel Barylka

10 enero, 2020

Parashat Vayejí

En esta parashá, la última de Bereshit, podemos ver de qué manera, Yosef, el hebreo cosmopolita, paradigma de cómo se puede tener éxito en una cultura alienígena, diseña el primer gueto de nuestro pueblo.

Por un lado, aconseja a sus hermanos que tomen para sí una profesión que los egipcios consideran repulsiva, sin intentar acomodarlos en los puestos cercanos al faraón, renunciando a ejercer el nepotismo tan típico de los cercanos al poder. Esta acción por un lado merece todo tipo de reconocimiento, particularmente a la luz de lo que sucede en tantas naciones, y por el otro resulta difícil de ser comprendida. ¿Qué lo motiva a construir un plan que aísla al mismo tiempo a su familia geográfica y socialmente en la nación en la que él mismo, es un triunfador hasta esos momentos?

Quizás encontremos una respuesta, cuando veamos el precio que tuvo que pagar para llegar a la cumbre. Recordemos que ya desde pequeño sufrió la tendencia de acomodar las reglas del juego en beneficio propio; descubriendo así la psicología del poder y la personalidad del prepotente. Por ello pagó el alto precio que lo llevó a Egipto. Ahora le toca revelar que el costo de figurar en las listas del poder, es la pérdida de la propia identidad. Los años en Egipto han pasado factura. En los primeros encuentros con sus hermanos sufrió el Síndrome de Hubris que provoca un creciente desinterés por los sentimientos y el bienestar de los demás, genera un ego desmedido, un enfoque personal exagerado, la aparición de excentricidades y el deprecio hacia las opiniones de los demás. Al grado que cuando reconoce a sus hermanos después de su larga separación, la Torá dice: «que ellos, sus hermanos, no lo habían reconocido a él” (Bereshit 42:8). Yosef había perdido su identidad al grado que era extraño para los más cercanos, incluso para su familia. El poder enajena. Aleja a quien lo ejerce de sus rutinas. Le quita sencillez. Le obliga a hablar otro idioma –muchas veces- el de la mentira y casi siempre la lengua de la lisonja, el requiebro y la adulación, para no perder su porción de poder terrenal. El poder es un aislante que provoca soledad y depresión. Ya lo dijo Abraham Lincoln: “La mayoría de los hombres puede resistir la adversidad; pero si quieren probar el carácter de un hombre, denle poder”.

Cuando Yosef organiza el descenso de su familia a Egipto, hace todo lo posible para garantizar su separación de los egipcios encerrándolos en un gueto. Yosef quizás suponga que para que los miembros de su familia conserven frente a una abrumadora cultura egipcia, su condición de ser simultáneamente «extraños y ciudadanos» como lo fue Abraham, tendrán que vivir separados si desearen conservar su propia identidad.

Los cuidadosos planes de Yosef finalmente se ponen a prueba y fracasan palpablemente y no llegan a su objetivo. Rápidamente los hijos de Israel, “fueron fecundos y aumentaron mucho, y se multiplicaron y llegaron a ser poderosos en gran manera, y el país se llenó de ellos” (Shemot 1:7).

Naftalí Tzvi Yehuda Berlin, más conocido como el Netziv y como Reb Hirsch Leib de Wolozin, aprende de este versículo, que no permanecieron en los confines del gueto sino que se distribuyeron por todo el país, deseando ser como egipcios.

Pese a que se habían asimilado a la cultura y a la sociedad del lugar y pese a sus esfuerzos para integrarse, terminaron siendo odiados y perseguidos por los nativos, tal como sucedió a lo largo de la historia del exilio judío. No en vano muchos de ellos, los que prefirieron la seguridad que da un empleo seguro así sea al precio de ser avasallados, privados de libertad, sometidos, oprimidos y abusados, no quisieron o ya no pudieron, salir de la esclavitud a la que posteriormente fueron sometidos. Se quedaron en Egipto y se borraron del pueblo judío.

Si Yosef quería que sus hermanos no pierdan su identidad debió haberles propuesto que una vez que aseguraron la subsistencia en la época de la sequía y la hambruna, regresen a Canaán, donde podrían haber vivido con sencillez y esfuerzo manteniendo la libertad. Pero, les ofreció seguridad. La elección de la “seguridad” a la larga provoca la pérdida de la libertad y no da seguridad alguna. Lo paradójico es que cuando son esclavizados, son devueltos a la tierra que Yosef les había asignado en Goshén, zona ubicada probablemente en el delta oriental del Nilo, en el bajo Egipto, pero esta vez como siervos explotados y perseguidos en las peores condiciones. Dentro del «gueto» de Goshén los egipcios les provocan permanecer identificables y recluidos. Y desde allí la mayoría que siguió viéndose como parte de los hijos de Israel fue llevada de la mano de Moshé a cruzar el mar para no regresar más a la esclavitud. Prefirieron la inseguridad del Desierto, e ingresar a una tierra ya para ellos desconocida, pero, consiguieron la libertad que nosotros heredamos.

Antes de su muerte, cuando Yosef descubre la futilidad del poder, “Dijo a sus hermanos: Yo voy a morir; mas Dios ciertamente os visitará, y os hará subir de esta tierra a la tierra que juró a Abraham, a Ytzjak y a Yaakov. E hizo jurar Yosef a los hijos de Israel, diciendo: Dios ciertamente os visitará, y haréis llevar de aquí mis huesos” (Bereshit 50:24-25).

Shabat Shalom,

Yerahmiel

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