La economía en los tiempos que corren

9 septiembre, 2019
Sede central del Fondo Monetario Internacional en Washington, DC. - Wikipedia - Dominio Público

El Fondo Monetario Internacional (FMI), en su último Informe sobre la Economía Mundial, publicado hace un mes, ha revisado una vez más a la baja sus pronósticos sobre el crecimiento económico global para los años 2019 y 2020 (y se trata de la quinta revisión a la baja de los pronósticos de crecimiento por parte del FMI en poco más de un año, desde el Informe fechado en abril del 2018).

Las causas aducidas incluyen los conocidos acontecimientos económicos y financieros que se vienen sucediendo últimamente, tales como la guerra comercial entre los EEUU y China, la volátil política comercial internacional de los EEUU en los últimos años (bajo la conducción del Presidente Trump), que afecta a socios comerciales tan cercanos como Canadá, México y la Unión Europea, las caídas en el ritmo de crecimiento de la economía china, la espada pendiente del Brexit en las relaciones comerciales entre el Reino Unido y el resto de Europa (y que pueden afectar al resto de la comunidad económica internacional), la volatilidad de las políticas monetarias en varios países centrales, dubitativos entre aumentar, mantener o disminuir las tasas de interés, etc., etc.

Estos acontecimientos y eventos constituyen el telón de fondo que ha llevado a varias otras organizaciones internacionales, tales como la OECD o la Organización de las Naciones Unidas para el Comercio Internacional (UNCTAD) a aconsejar cautela frente a expectativas de tiempos borrascosos para las economías y para las sociedades. E instituciones privadas tan arraigadas en el establishment, como Deloitte o como The Economist, advierten sobre los probables riesgos de una cercana recesión, enumerando en sus más recientes análisis las circunstancias que a su juicio, y tal como están desarrollándose, podrían conducir a ella. En este sentido, es preciso tomar en consideración que de las cuatro mayores economías europeas, tres de ellas -Alemania, el Reino Unido e Italia- han mostrado tasas de crecimiento cero o negativas en el segundo trimestre de este año (y recuérdese que se estima que una economía entra en recesión cuando los resultados de dos trimestres consecutivos son negativos).

En alguna medida, las consideraciones anteriores forman parte del marco de referencia de la situación económica internacional. Aunque no es inevitable que el mundo vaya en lo inmediato a recaer en una recesión, la volatilidad que se experimenta en el comercio internacional -asociada a la inestabilidad presente en los mercados financieros- obliga a considerar seriamente la probabilidad de fuertes impactos en el comportamiento de las principales variables económicas y de sus eventuales consecuencias sobre el bienestar material de las poblaciones afectadas.

Pero lo anterior no parece preocupar a Israel; es como si viviéramos en otro planeta, o en otra dimensión. Todo, al menos en lo que atañe a lo material, se desarrolla en el mejor de los mundos: las tasas de crecimiento son positivas, el desempleo es bajo, la moneda se fortalece, las vacaciones registran salidas record al exterior, el consumo privado continúa creciendo, etc., etc. Y el convencimiento de que eso es así -y de que continuará siendo así- lleva a aceptar que los planteamientos partidarios frente a las próximas elecciones ignoren olímpicamente el tema económico…y la situación social.

Sin embargo, Israel está inserto en la globalización, y su destino económico está indisolublemente ligado al resto del mundo. El mantenimiento y la elevación del nivel de vida del israelí, habitante de un país pequeño y con escasos recursos naturales, depende sensiblemente de la capacidad de importar lo que se requiere. Y para mantener y aumentar esa capacidad, necesita mantener y aumentar sus exportaciones, con las que en última instancia ha de pagar lo que importa del exterior. Es decir, lejos de vivir en otra dimensión, Israel es altamente dependiente de lo que sucede en este mundo conflictivo, aunque a veces le cueste reconocerlo. Y uno de los efectos de una recesión global, si ésta llegara a concretarse, es la disminución del comercio internacional, que para Israel podría llevar a una caída de sus exportaciones, con el consiguiente efecto sobre su capacidad de importar.

De hecho, el lento crecimiento económico mundial es ya responsable, en parte, del virtual estancamiento de las exportaciones de bienes de Israel (entre el 2015 y el 2018 éstas crecieron a un ritmo promedio anual de 1,6%, mientras que las importaciones crecieron en el mismo período un 8,4% en promedio anual). El déficit resultante se ha venido compensando con el fuerte crecimiento (11.3% en promedio anual entre el 2015 y el 2018) de las exportaciones de servicios (entre las cuales destacan los servicios de alta tecnología), y que representan ya casi el 50% de las exportaciones totales. Pero las exportaciones de servicios de alta tecnología, que en gran medida corresponden a empresas transnacionales, se verían también afectadas a la baja por una eventual recesión económica global, cuya inminencia no es predecible pero para la cual es preciso estar preparados.

No se trata de ser agorero, ni de exhibir demasiado pesimismo, sino más bien de ser realista. Los indicadores macroeconómicos positivos -una moneda fuerte, una cuenta corriente superavitaria, una muy baja inflación- están al servicio de los inversionistas, pero no significan gran cosa para más de las dos terceras partes de una fuerza de trabajo, cuyo salario está por debajo del salario promedio nacional (lo que dice bastante sobre la mala distribución del ingreso). Y la dinámica del crecimiento económico israelí se sustenta en altísima medida en la generación y exportación de bienes y servicios de alta tecnología, producidos por una fracción menor de la fuerza de trabajo (menos del 10% del total). Ello, junto con un sistema educativo fragmentado, perpetúa un modelo de funcionamiento económico y social que, lejos de ser inclusivo, tiende a generar unas elites cada vez más distanciadas del resto de la población. Los resultados del PISA -un Programa de la OECD para la Evaluación Internacional de los Estudiantes, que se lleva a cabo cada tres años- sitúan sistemáticamente a Israel (a sus estudiantes) por debajo del promedio de puntaje de la OECD, al mismo tiempo que señalan grandes desigualdades en los resultados entre los propios estudiantes israelíes, atribuidas en gran medida a diferencias sociales en los hogares de origen. De continuar esto así, las brechas sociales no dejarán de ampliarse.

Ciertamente, Israel tiene preocupaciones reales de otra índole, en el campo político y de la seguridad, que absorben la atención -y las energías- de la población. Pero esas preocupaciones se mantienen estrictamente separadas del ámbito económico y social, pese a que la existencia de los problemas políticos y de seguridad no debería ser pretexto -como tantas veces lo ha sido- para dejar de centrar la atención en las formas de incluir a las grandes mayorías en los beneficios del crecimiento. ¿Podrá esta sociedad recapacitar, y aceptar que la seguridad no es incompatible con la solidaridad? ■

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