La belleza de la santidad o la santidad de la belleza – Parashá de la Semana

1 marzo, 2019 ,

Parashá Vayakhel – Rabino Jonathan Sacks

En esta parashá y en la anterior, encontramos a Betzalel, un personaje inusual que presenta la Biblia Hebrea. Él era el creador, artesano y modelador de la belleza y trabajaba al servicio de Dios. Betzalel junto a Oholiab diseñaron los artículos vinculados al Tabernáculo. El judaísmo, en agudo contraste con la Grecia antigua, no veneraba las artes visuales y la razón está clara.

La prohibición bíblica de las imágenes grabadas estaba asociada con la idolatría. Históricamente, las imágenes, los fetiches, los iconos y las estatuas estaban ligados al mundo antiguo y a sus prácticas paganas. La idea de idolatrar “el producto de manos humanas” era anatema para la fe bíblica.

En síntesis, el judaísmo es una cultura de oído y no de la vista (1). Como religión del Dios invisible, les asigna más santidad a las palabras escuchadas que a los objetos visualizados. De ahí se desprende la actitud generalmente negativa del judaísmo frente al arte visual.

A pesar de este escepticismo frente al arte visual, hay ciertos manuscritos muy conocidos que sí contienen ilustraciones. Un ejemplo es la “Hagadá de la Cabeza de Pájaro” (Bavaria, 1300). En esta obra, los humanos figuran, pero con cabeza de pájaro para evitar la representación real.

Aunque la Torá no prohíbe el arte, sí marca diferencias entre lo que es bi- y tridimensional.

El Rabino Meir de Rothenburg (c. 1215-1293) aclaró en su responsa: “No hay trasgresión (en los libros ilustrados) contra la prohibición bíblica (de ilustrar) ya que son meras manchas de color que carecen de la suficiente materialidad (para constituir una imagen grabada)” (2).

Siguiendo esa línea de pensamiento, si uno veía a las antiguas sinagogas de Israel, podía ver que varias de ellas tenían mosaicos sumamente elaborados en sus paredes. Pero, a pesar de este ejemplo, el judaísmo siempre hizo menos énfasis en el arte que el cristianismo; religión de marcada influencia helénica.
No suelen haber referencias positivas hacia el arte, sin embargo, Maimónides dice lo siguiente:

«Si alguien está afectado por melancolía, para curarse debe escuchar canciones y distintos tipos de melodías, pasear por jardines y bellos edificios, contemplar diseños hermosos y otras cosas que le alegren el alma y hagan desaparecer la melancolía. El objetivo de todo esto es sanar el cuerpo y el objetivo de tener el cuerpo sano es el de poder adquirir conocimientos”.

(Introducción al comentario de la Mishna Abot de Rambam, Ocho capítulos sobre ética, cap. 5. 298)

Aquí, Maimónides no sugiere que el arte por sí mismo tenga valor, sino que deja bien en claro que su finalidad es estrictamente instrumental. Él describe al arte como un medio para aliviar la depresión.

Por otro lado, hay otro sabio que habla del arte, cuya afirmación al respecto es una de las más contundentes que yo alguna vez haya visto. Él es el Rabino Abraham ha-Cohen Kuk y fue el primer Jefe Rabínico de Israel previo a la creación del Estado. El Rabino Kuk describe su estadía en Londres durante la Primer Guerra Mundial:

“Cuando viví en Londres, solía ir a la Galería Nacional, y las obras que más me gustaban eran las de Rembrandt. En mi opinión, Rembrandt era un santo. La primera vez que vi sus obras, me hizo recordar a la afirmación rabínica acerca de la creación de la luz. Cuando Dios creó la luz (en el primer día) era tan intensa y luminosa que se podía ver al planeta Tierra de un extremo al otro. Y Dios temió por el uso que los malvados podrían hacer de semejante luz. ¿Qué hizo entonces? La ocultó para los justos del mundo venidero. Pero, cada tanto, aparecen grandes hombres a los cuales Dios bendice con esa luz oculta. Creo que Rembrandt fue uno de ellos, y la luz de sus obras es la luz que Dios creó el primer día de Génesis”.

(Jewish Chronicle, 9 de Septiembre de 1935)

Es de público conocimiento que Rembrandt tenía una afición especial por los judíos (5). Los visitó en Ámsterdam, su ciudad natal, los retrató y pintó numerosas escenas de la Biblia hebrea. Sin embargo, yo sospecho que esa luz que el Rabino Kuk decía ver en las obras del renombrado artista holandés era más bien la belleza natural del ser humano común, cosa que Rembrandt tan bien plasmaba en sus retratos. Este pintor no hizo mayores intentos (especialmente en sus autorretratos) de embellecer o idealizar a sus sujetos. La luz que emanaba de sus cuadros era, simplemente, la humanidad misma de esas personas que retrataba.

En este debate, incluyo al Rabino Samson Rafael Hirsh, quien diferenció a la antigua Grecia del estado de Israel. Este sabio contrastó la estética y la ética. En su comentario sobre el versículo “Que Dios engrandezca a Iafet y lo deje permanecer en las tiendas de Shem” (Gen. 9:27), observa:

“El tallo de Iafet llegó a su máximo florecer con los griegos más que con los hebreos. En los hebreos se manifiesta Shem. Ellos llevan el nombre (“shem”) de Dios a través del mundo de las naciones…Iafet ha ennoblecido al mundo estéticamente mientras que Shem lo ha hecho espiritual y moralmente”.

(El Pentateuco, traducido con comentarios de Samsom Rafael Hirsh (Gates- head: Judaica Press, 1982), 1:191. (6)

Sin embargo, al analizar el caso de Betzalel, podemos ver que al judaísmo sí le interesa la estética. Según los sabios, el concepto de hidur mitzvá (en español: “hacer bello el precepto”) significa esforzarse para cumplir los preceptos de la forma más bella posible. La vestimenta sacerdotal estaba destinada para “el honor y el adorno” (Ex. 28: 2).

A Betzalel se le atribuyen tres cualidades: sabiduría, entendimiento y conocimiento. Estas son las mismas que en el libro de Proverbios se le atribuyen a Dios, Creador del universo:

La ley y el Señor fundaron la tierra por sabiduría;
Él estableció los cielos por comprensión;
Por Su conocimiento las profundidades estallaron,
Y los cielos destilaron rocío

(Proverbios, 3: 19-20)

Al profundizar sobre Betzalel, hay que analizar su nombre. Betzalel significa “En la sombra de Dios”. Su don era comunicar, a través de sus obras, que el arte es la sombra creada por Dios. A diferencia del arte secular, el arte religioso apunta a algo más allá de “el arte por el arte en sí mismo” (7).

El Tabernáculo era una especie de microcosmos del universo y tenía una particularidad dominante: cuando uno estaba allí, sentía la presencia de algo del más allá. Ese “más allá” es lo que la Torá llama “la gloria de Dios” que “llenaba el Tabernáculo” (Ex. 40: 35).

Mientras que los griegos y gran parte de Occidente heredaron la tradición de creer en la santidad de la belleza (8), los judíos heredaron justamente lo opuesto: hadrat kodesh (en español: la belleza de la santidad).
“Darle a Dios la gloria que corresponde a Su nombre; adorar al Señor en la belleza de la santidad” (Salmos 29:2).

En el judaísmo, el arte siempre tiene una intención espiritual: hacernos tomar conciencia de que el universo es una obra de arte creada por el Artista supremo. Dios mismo.


Fuentes

  1. Para una visión con más matices, ver “The Artless Jew: Medieval and Modern Affirmations and Denials of the Visual” de Kalman Bland (Princeton University Press, 2001).
  2. Ver Tosafot, comentario a Yoma 54a–b, s.v. Keruvim; Responsa Rabbi Meir Mi’Rothenberg (Venecia: 1515), 14–16.
  3. Introducción al comentario de la Mishna Abot de Rambam, Ocho capítulos sobre ética, cap. 5. 298
  4. Jewish Chronicle, 9 de Septiembre de 1935
  5. Ver “Reframing Rembrandt: Jews and the Christian Image in Seventeenth- Century Amsterdam” de Michael Zell (University of California Press, 2002), y “Rembrandt’s Jews” de Steven Nadler (University of Chicago Press, 2003).
  6. El Pentateuco, traducido con comentarios de Samsom Rafael Hirsh (Gates- head: Judaica Press, 1982), 1:191.
  7. Esta frase es atribuida usualmente a Benjamin Constant (1804).
  8. En palabras de John Keats, en su famoso poema “Oda a una urna griega” : “La belleza es verdad, verdadera belleza, eso es todo / Saben en la tierra, y es todo lo que necesitan saber”
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