Pleno de la Knéset Foto: Knéset

Desde el primer Ejecutivo electo, en 1949, los partidos en Israel se han visto obligados a gobernar en coalición, con pactos y concesiones, por la división social y el sistema de representación en el Parlamento (Kneset), que impide lograr mayorías absolutas.

Históricamente, los gobiernos no llegan a cumplir los cuatro años y las elecciones siempre son anticipadas, aunque a veces por pocos meses. Las tensiones entre las diferentes voluntades políticas, sin embargo, no impiden gobiernos estables de entre tres y cuatro años de duración, como han sido los tres últimos.

«Hay una población fragmentada, con sectores sociales separados en segmentos de voto. Y tenemos representación proporcional pura. Por esto, se ha desarrollado una cultura política multipartidista. Nunca hemos tenido bipartidismo», explica la analista política Dahlia Schindlin, que recuerda que en los comicios de abril se presentaron 41 formaciones.

El problema es «la falta de estabilidad, y que los partidos pequeños tienen demasiado poder».

«Cuando un partido grande depende de cuatro o cinco partidos pequeños, si estos salen de la coalición, aunque representen el 4% de la población, pueden tumbar el Ejecutivo. Ha ocurrido muchas veces. De hecho, es la historia de Israel», asegura.

La Cámara tiene 120 escaños y en la última década ha estado muy atomizada, con partidos mayoritarios que no superan los cuarenta diputados.

El Likud de Benjamín Netanyahu tiene hoy 35 escaños, igual que su principal rival, Azul y Blanco. A partir de ahí, el resto se reparte en nueve partidos, con entre 4 y 8 escaños cada uno, lo que obliga a difíciles negociaciones y amplias coaliciones de al menos cinco grupos si no hay pacto entre los dos principales.

Por primera vez en la historia del país, en abril fracasaron las negociaciones de coalición y abocaron al país a elecciones en septiembre.

«Hay dos asuntos en el centro de la negociación: el reparto de bienes, es decir, de ministerios, viceministros, puestos importantes en la Kneset. Y el segundo, lograr puntos de encuentro comunes en términos ideológicos en las políticas previstas», explica Ofer Kenig, analista del Instituto de Democracia de Israel (IDI).

En 2015, por ejemplo, los partidos ultraortodoxos condicionaron su apoyo a la abolición de la ley que les obligaba a hacer el servicio militar obligatorio. En 2019, su férrea oposición al enrolamiento militar y la posición en contra de otro necesario socio gubernamental, Avigdor Liberman, impidió a Netanyahu formar gobierno.

Pero hasta ahora, de alguna u otra manera, los partidos lograban acuerdos que abrían la puerta a varios de ellos a dirigir el destino del país.

«Se elabora un documento general, llamado el Marco de la Coalición de Gobierno, y se hacen acuerdos separados entre el partido mayoritario y los distintos socios», en los que a veces se llegan a detallar cantidades del presupuesto para determinadas cuestiones, detalla Kenig.

Amram Mitzna, ex líder laborista con experiencia en estas lides, afirma que en las negociaciones «todo está encima de la mesa. Lo importante es si hay grupos que cambien el equilibrio, como hizo Liberman en la última elección».

«Hace muchos años, cuando teníamos dos grandes partidos, podías tener una coalición de dos o tres formaciones. Ahora necesitas cinco o seis, y cada uno de los pequeños partidos se convierte en un pivote: si no les das lo que quieren, no se unirán», añade.

En 2003 Mitzna negoció con Ariel Sharón (sin llegar a buen puerto) y «lo principal fue el reparto de ministros y jefes de comités de la Kneset», aunque también se buscó acuerdo en elementos ideológicos

«Una vez que tienes un gobierno, la coalición debe votar junta en todas las leyes. Algunos partidos, como los religiosos demandan tener independencia cuando se votan leyes que afecten a temas religiosos. Un partido de derecha, por ejemplo, puede exigir no evacuar ningún asentamiento sin acuerdo de la Kneset», valora.

«Cuando yo negocié, dije que podía unirme a la coalición solo si se aceptaba comenzar a evacuar asentamientos de Gaza», ejemplifica, aunque reflexiona que «los acuerdos de coalición son más para el público, para que vean que apoyaste uno u otro tema».

Y recuerda que estos pactos se basan en el respeto y la confianza política, porque no tienen peso legal y no se puede recurrir su incumplimiento en los tribunales.

Generalmente, «los partidos que apoyan al ejecutivo reciben ministerios» dice Schindlin, un reparto que se hace normalmente «siguiendo el principio de proporcionalidad», añade IDI.

Esto ha llevado a inflar el número de ministros, de 12 en 1949 hasta los 30 de 2009, que obligaron a ampliar la bancada en la Kneset.

En 2014, la Cámara puso fin al engorde de los ejecutivos, cifrando un máximo de 18 ministros, pero los diputados revirtieron esta medida un año más tarde: les hacen falta cartas para negociar. EFE

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