Décadas después de los acuerdos de Oslo, entre Israel y la OLP de Yasser Arafat, y tras ofertas generosas -y sumamente arriesgadas- de los ex gobernantes Barak en 2001 y Olmert en 2008, el público y los líderes israelíes han concluido que no hay acuerdo posible con el liderazgo palestino.
El dictador Abu Mazen, desde su capital en Ramallah, ha endurecido sus posiciones al máximo. Los pagos millonarios a las familias de terroristas -asesinos de civiles- han aumentado, los homenajes a estos criminales son permanentes -cada nueva plazoleta lleva sus nombres-, la educación se basa en la vieja propaganda nazi, y para colmo se dan el lujo de no dialogar directamente con EE.UU. Se mantiene cierta cooperación en materia de seguridad, pues de lo contrario el régimen de Ramallah hubiera sido derrocado por Hamás, como ocurrió en Gaza en 2007.
La protesta palestina por la instalación de las embajadas americana y guatemalteca en Jerusalén no tiene el menor sentido. Si la posición oficial árabe consiste en reclamar la zona oriental de la ciudad, no debería molestarles que las naciones se instalen en el oeste. Allí estuvieron numerosas embajadas latinoamericanas, entre ellas las de países que supieron ser aliados de Israel, como Uruguay y Costa Rica, y allí están retornando lentamente diversos países. No aún el Uruguay, lamentablemente, que todavía no ha aceptado calificar a Hamás y Hezbollah como “organizaciones terroristas”, y que incluso criticó la decisión de los países que trasladaron sus misiones a Jerusalén, olvidando la mejor tradición uruguaya iniciada por Luis Batlle y su embajador Enrique Rodríguez Fabregat, y continuada por Presidentes democráticos como Julio Ma. Sanguinetti, Luis Alberto Lacalle, Jorge Batlle e incluso Tabaré Vázquez a comienzos de su actual mandato. Pero abandonada vergonzosamente por José Mujica (2010-15), que tuvo el atrevimiento de llamar “genocidio” la lucha contra los terroristas que oprimen Gaza desde 2007, y bombardean sin provocación el lado israelí. Fue en 2014, el peor momento en la historia de la relación entre ambos países, aprovechado incluso por los antisemitas ocultos para hacerse notar. Y desde 2018 las diferencias han sido varias y serias, al mismo tiempo que se fortalecieron las relaciones con Argentina, Paraguay, Brasil, Colombia, Honduras y Chile.
El tema de Cisjordania es complejo. Ocupada por Jordania desde 1948 hasta 1967, este reino renunció a su soberanía en favor de la OLP palestina en 1970. Actualmente y tras los acuerdos de 1993 esta región de 5.640 km2 se divide en tres zonas.
La zona A de color amarillo claro, la zona B de color rosado y la zona C de color blanco.
La zona A bajo control total de la Autoridad Palestina (AP), la zona B bajo control parcial de la misma, y la zona C bajo control israelí.
En las dos primeras vive el 90% de la población árabe -unos 2.5 millones-, mientras en la C hay unos 50 mil musulmanes y casi 400 mil judíos. Pero el tema no es sólo demográfico; la zona C incluye el estratégico valle del Jordán que marca el límite con Jordania y que ningún partido político está dispuesto a entregar. Por otra parte, las zonas A y B están “cortadas” por numerosas rutas bajo control israelí, lo cual complica su autonomía.
El dilema es claro: ni Israel desea gobernar a los palestinos de la región, ni puede retirarse de las áreas estratégicas de la zona C. Y solución negociada no existe ni ahora ni antes, pues el objetivo real palestino es un solo estado árabe que incluya a Israel. O sea, la desaparición del estado hebreo. La solución planteada, y que cobra cada día más fuerza, es por tanto la fijación unilateral de fronteras.
El primero en plantearlo fue un líder laborista, Amram Mitzna, quien fue alcalde de Haifa y candidato a Premier en 2013. No debe hacerse de cualquier modo, sino cuidadosamente, para que sea aceptable en la práctica para israelíes y palestinos. Israel por motivos de seguridad conservará el valle del Jordán -en este punto están de acuerdo Gantz y Netanyahu-, así como la ciudad amurallada de Jerusalén y los llamados “bloques de asentamientos” israelíes, que se encuentran todos en el área C. Los palestinos deben recibir las zonas A y B, más algunos territorios de la zona C, para lograr una continuidad territorial imprescindible, sea para un estado o una confederación con Jordania.
La conexión con Gaza es un tema de futuro más lejano, para cuando dicha franja costera no esté ya oprimida por Hamás y deje de ser la base de sus ataques. Se ha propuesto asimismo el intercambio de ciertos territorios, poblados mayoritariamente por musulmanes radicales, que pasarían a control palestino, como la ciudad de Um El Fajem.
El tema es difícil, pero peor aún es mantenerse en el actual callejón sin salida, que no le sirve a ninguno de ambos pueblos. Y la zona oriental de Jerusalén, exceptuando la ciudad amurallada, donde viven únicamente musulmanes, en realidad los israelíes están dispuestos a entregarla envuelta para regalo.