Hacia donde ir

6 abril, 2020 , ,
Donald Trump y Benjamín Netanyahu Foto: Casa Blanca Joyce N. Boghosian vía Flickr Dominio Público

En una muy reciente nota (del 25 de marzo) reflexionaba acerca de la necesidad de comenzar a discutir cómo implementar las acciones y políticas que un creciente número de intelectuales están proponiendo poner en práctica cuando se vaya superando la catastrófica epidemia que nos aflige, y cuando sea necesario -y posible- enfrentar y componer las brutales consecuencias económicas y sociales de esta catástrofe. Continúo pensando que reflexiones de este tipo son necesarias en estos momentos, para mantener en alto la calidad del pensamiento humano, como ejercicio intelectual que contribuye a mantener la agilidad de la mente y como aportes -por minúsculos que sean- a futuros e ineludibles debates.

Creo también, sin embargo, que es preciso tener una saludable (en todo sentido) percepción de que lo que el futuro nos depare deberá ser también conquistado, porque aún en estos tiempos de crisis una parte de la humanidad continúa pensando y actuando de acuerdo a los viejos moldes. Y sobre todo es preciso tener en cuenta que en tiempos como estos lo más aconsejable es la prudencia por parte de los intelectuales, porque frente a lo que está sucediendo, nuestra capacidad para otear el futuro es en gran medida una ilusión, como muy acertadamente lo ha señalado el Shlomo Sand (profesor emérito de historia en la Universidad de Tel Aviv, conocido   por sus continuas posiciones antiestablishment) en un artículo publicado el 2 de Abril en la edición en inglés del periódico Haaretz con el sugestivo título de “Quiet now, intellectuals”.

Ciertamente, voces bien calificadas especulan con que a partir de esta catástrofe y cuando ésta comience a superarse, el colapso de los mercados que la está acompañando y el papel finalmente asumido por los gobiernos en todos los países para enfrentarla, estarían señalando el fin del neoliberalismo como modelo de funcionamiento económico y social. Y en alguna medida, aunque no exista demasiada claridad al respecto, se sostiene que el fin de ese modelo iría acompañado de cambios significativos en el funcionamiento de la globalización (la cancelación lisa y llana de la globalización no parecería plantearse, aunque sería la oportunidad para orientarla en un sentido más democrático y solidario; se me antoja pensar, por ejemplo, en propuestas como la de Dani Rodrik en “La paradoja de la globalización”).

Pero otras voces denuncian la persistencia, aún en medio de esta pandemia, de políticas que procuran utilizar esta crisis para perpetuarse en el poder, o al menos sacarle el máximo provecho personal. Así, en los EEUU el Presidente Trump anunció que no respetará las disposiciones que el Congreso ha impuesto para controlar la correcta utilización del mayor fondo de rescate de la historia (2,2 trillones de dólares); la situación en Hungría es notoria, donde se ha logrado que el Primer Ministro gobierne por decreto, sin balances ni contrapesos.

Y aquí en Israel, en paralelo con la lucha contra la epidemia -que se está tomando muy en serio, preciso es reconocerlo y apoyarlo, pese a las dificultades que presentan los ultraortodoxos- se desarrollan sin embargo opacas negociaciones políticas para la conformación de una nueva coalición de gobierno, bajo la consigna de proteger al actual Primer Ministro, no sólo de las acusaciones que enfrenta sino de la ínfima posibilidad de que quede fuera del juego político (de acuerdo a lo que se sabe, Netanyahu mantendría el puesto de Primer Ministro durante el primer año y medio del nuevo gobierno, éste estaría conformado por ¡34! ministros y se discute, entre otras cosas, la posibilidad de que se declare la anexión de parte de los territorios ocupados).

Es decir, por un lado, se espera y se confía que esta catástrofe sirva al menos para despertar la conciencia de la gente sobre la necesidad de la solidaridad y de la cooperación para conservar nuestro espacio vital y eso abarca no sólo un nuevo modelo social y económico sino también una mayor comprensión de los riesgos que corre el medio ambiente; pero por el otro se prepara un futuro post-pandemia que mantenga y expanda los privilegios adquiridos.

Es preciso reconocer nuestra ignorancia sobre cuáles de esos escenarios extremos -y sus posibles variantes- se harán realidad mañana. Y, sin embargo, es posible y necesario prepararse para enfrentar ciertas situaciones que se pueden, de alguna manera, prever desde ya. Un ejemplo de ello es la importancia y el papel central que en todos los países han asumido sus respectivos gobiernos para combatir esta pandemia, importancia y papel que se justifican en gran medida frente a la crisis que se vive (la de coronavirus pero también la económica). Pero es preciso especular sobre idea de que, una vez superada esta crisis, resulte atractivo a muchos de los actuales gobernantes el continuar con los poderes que le fueran otorgados -o que de alguna manera se arrogaron- en desmedro de valores democráticos y de respeto a los derechos humanos.

Frente a esta eventualidad, altamente probable, es crucial aprender -o reaprender- cómo utilizar los poderes del Estado para el bienestar personal sin mengua de los derechos individuales, entre los que destaca la libertad (libertad de expresión, de circulación, de culto, etc., etc). Para ello, nada mejor que rodear y fortalecer todo tipo de instituciones civiles, actuando de manera vigilante frente a los poderes burocráticos y también enfrentando intereses de grupos que inevitablemente buscan y buscarán sus propios beneficios.

Y a título de ejemplo, es posible pensar en instituciones como los sindicatos, que respondieron en su momento a la necesidad de defender a los trabajadores en su lucha por mejores condiciones de vida, pero que han ido perdiendo importancia y protagonismo.  Ciertamente, las circunstancias son y serán diferentes, y sería inútil pretender revivirlos de acuerdo a los antiguos moldes; pero la reconstrucción económica será testigo de un enorme esfuerzo de reubicaciones laborales, y podrían -deberían- ser nuevas y frescas organizaciones de empleados, asalariados y cuentapropistas, las que aportaran una voz colectiva para facilitar y acelerar ese proceso, cuidando al mismo tiempo el precioso patrimonio de la libertad.

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