El testigo y su testimonio desde el ojo del huracán

4 abril, 2020 ,
Irene Nemirovsky - Foto: Wikipedia - Dominio Público

No hay vida ni historia de vida aseguradas. Nada hizo que se garantizara el devenir de la época y que ésta fluyera de manera plácida. Ni el dinero, ni la cultura, ni el prestigio del nombre propio ni la asimilación. Y ésta es otra de las cuestiones que nos dio a ver la irrupción de ese Mal, llamado nazismo, que no fue del orden de lo imprevisto cual un fenómeno de la naturaleza, sino que se fue aproximando lentamente, un lento torbellino que algunos supieron leer sus indicios, otros lo negaron. Uno de ellos fue Walter Benjamín que vio sus signos, o la escritora Irene Nemirovsky que lo asentó en su libro Suite francesa. Ella nace en Kiev el 11 de febrero de 1903 en el seno de una familia judía acaudalada y que a la edad de 17 años emigra a Francia. Educada por una aya francesa, maneja así ese idioma a la perfección junto al ruso, el inglés y otros idiomas más.

Después de la Revolución de 1917, la familia Nemirovsky comienza a trasladarse de San Petesburgo a Moscú, de allí a Suecia hasta llegar finalmente a París en 1920.

En esa ciudad Irene obtiene la Licenciatura en Letras con mención. Comienza a escribir sus primeras novelas y en 1926, a la edad de 23 años, se casa con Michel Epstein, ingeniero en física y electricidad.

De ese matrimonio nacerán dos hijas: Denise en 1926 y Elizabeth en 1937.

A pesar del dinero y su posición de escritora reconocida, no conseguirá la nacionalidad francesa pasando a ser así una apátrida más.

Ya dentro del contexto de un clima de pre-guerra, Francia recrudece su antisemitismo y su xenofobia, pensando que los extranjeros judíos son invasores dañinos, belicosos, promotores de guerras a la vez que comunistas peligrosos y revolucionarios. Entonces, en ese clima poco acogedor en cuanto a los judíos, la familia Epstein decide convertirse al catolicismo, y es Monseñor Ghika quien bautiza a los cuatro integrantes de esa familia.

El 3 de octubre de 1940 Francia asigna a los judíos una “condición social y jurídica inferior que los convierte en parias”, del libro Suite francesa. Y bajo esa legalización el Estado francés, bajo el régimen de Vichy, se toma el permiso del arresto domiciliario y luego la internación de dichos “parias” en los campos de concentración franceses para finalmente ser deportados a los campos de exterminio alemanes en Polonia.

Lo que se quiere destacar es que ni el dinero, ni el bautismo ni la popularidad del nombre sirvieron a infinidad de judíos europeos a escapar de la discriminación y luego de la muerte. Irene Nemirovsky y su esposo Michel fueron parte de aquellos que engrosaron las filas de los deportados a Auschwitz recibiendo la muerte allí.

Ella ve de manera anticipada, intuitiva y sin ambages, la proximidad de su final. Debido a ello cuida el destino de sus hijas otorgando un poder a la aya de las niñas y disponiendo para su cuidado del patrimonio que logró resguardar.

Irene no se hace ninguna ilusión sobre la actitud de la masa “aborrecible” de los franceses con respecto a la derrota y el colaboracionismo, ni sobre su propio destino.

Ella muere en Auschwitz ni bien llega, enferma y debilitada es enviada a la Revier, la enfermería, y de allí directo a las cámaras de gas. Muere el 17 de agosto de 1942.

Su esposo Michel, muy ingenuamente, creyendo aún en el derecho, las leyes y su eficacia, escribe una carta al Mariscal Pétin apelando por el paradero de su mujer deportada. La respuesta no se hizo esperar: será arrestado en octubre de 1942, internado en el Creusot y luego en el campo de Drancy para ser finalmente deportado a Auschwitz el 6 de noviembre de 1942 y ejecutado ni bien llega, pues teniendo 45 años ya es considerado un viejo para trabajos forzados.

¿Qué nos deja esta historia? Quizás una enseñanza, que cuando la pulsión de muerte asoma su rostro sin velámenes, todo es posible, cunde la barbarie, es el triunfo del canalla y todos los órdenes, hasta ese momento conocidos, son subvertidos, quedan sin efecto, y un nuevo régimen acontece: la maldad extrema donde se banaliza el sufrimiento no propio y un Big Brother que nos mira sin pudor, regocijándose de ese horror, espectáculo insolente para una nueva casta que asoma, llamada por Hanna Arendt: la chusma obscena.

La pregunta que se nos impone, pasados ya más de 75 años de finalizada la guerra, el mundo ha aprendido algo, ¿qué consecuencias han dejado en los sujetos el efecto de tal masacre y discriminación? Creo que ninguna, y hoy lo vemos acontecer, donde todos estamos hacinados frente a este nuevo Mal mundial llamado coronavirus, y que no falta el nuevo antisemita que adjudica la irrupción de dicho virus a los judíos, al igual que los nazis los llamaban bacilos, ratas e infrahumanos. Que enseñanza nos habrá de dejar este encierro, no sólo físico, sino esa reclusión con uno mismo, la oportunidad de una introspección, de descubrir quienes somos, cuanto valemos, cuán solidarios somos, o no, y damos a ver nuevamente las más ominosas miserias humanas, esas que se supieron velar tras las máscaras sociales y políticamente correctas.   Borges nos dona en esa sensible escritura que lo ha dotado una frase categórica que recita “la muerte nos libera de esa triste monotonía de tener que ser alguien”, pero mientras estamos a la espera de ella, este reclutamiento que nos sirva para honrar la vida, tanto la de cada uno como la de una humanidad que padece, y que ahora, todos, ricos, pobres, judíos, católicos, buenos y malos, estamos a la espera en el mismo barco, entonces no perdamos la oportunidad de reflexionar el camino a seguir y poder dar vuelta la página y poder reconstruir un mundo mejor.

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