El poder de la palabra – La Parashá de la Semana

12 abril, 2019 ,

Parashat Metzorá – Rabino Jonathan Sacks

Como pudimos ver en la parashá Tazria, los sabios identificaron a tazra’at – la condición que afecta a la piel humana, las vestimentas y las paredes de las casas – no como enfermedad sino como castigo; y no por cualquier pecado sino por uno específico, lashón hará, el hablar mal de otro.

Esto plantea una pregunta obvia: ¿por qué este pecado y no otro? ¿Por qué hablar mal de otro es peor que, digamos, la violencia física? Hay un viejo dicho inglés que dice: “Palos y piedras me podrán romper los huesos / pero las palabras nunca me dañarán.” Es desagradable oír maldades de uno, pero nunca es más que eso.

Tampoco hay en la Torá una prohibición específica de hablar mal de otro. Sí existe una prohibición contra el chisme: “No debes dar vueltas como chismoso en tu pueblo” (Levítico 19: 16). Lashón hará es parte de este precepto mayor. Maimónides lo define de la siguiente forma: “Hay un pecado mucho mayor que entra dentro de esta prohibición (de chismosear). La ‘mala lengua,’ que se refiere a la persona que habla despectivamente de su semejante, aun cuando lo que dice sea verdad.” (1)

Los sabios van más lejos para enfatizar su gravedad. Es, dicen, como los tres pecados cardinales juntos – la idolatría, el derramamiento de sangre y las relaciones sexuales ilícitas. (2) Cualquiera que emplee la mala lengua, dicen, es como si negara a Dios. (3) Asimismo afirman: está prohibido vivir en la cercanía de los maledicentes, y aún más, sentarse con ellos y escuchar sus palabras. (4) ¿Por qué motivo meras palabras son tratadas tan seriamente en el judaísmo?

La respuesta se conecta con uno de los principios más básicos de la creencia judía. Existen culturas antiguas que adoraban a sus dioses porque veían en ellos los poderes: rayos, truenos, la lluvia, el sol, el mar y el océano que representaban las fuerzas del caos; y a veces animales salvajes que los conectaban con el peligro y el miedo. El judaísmo no era una religión que alabara el poder, a pesar de que Dios es más poderoso que cualquier deidad pagana.

El judaísmo, como otras religiones, tiene lugares sagrados, personas sagradas y rituales consagrados. Sin embargo, lo diferencial del judaísmo es que es de sobremanera una religión de palabras sagradas. Mediante palabras Dios creó el universo: “Y Dios dijo: que se haga…y así fue.” A través de las palabras Él se comunicó con la humanidad. En el judaísmo, el lenguaje en sí es sagrado. Es por eso que lashón hará, el uso del lenguaje para dañar, no es una ofensa menor. Significa tomar algo que es sagrado y utilizarlo con fines no santos. Es una señal de profanación.

Después de crear el universo, el primer regalo de Dios al hombre fue el de poder usar palabras para denominar a los animales, y de ahí el uso del lenguaje para clasificar. Ese fue el comienzo del proceso intelectual que es la señal distintiva del Homo Sapiens. El Targum traduce esta frase: “Y el hombre se transformó en un ser viviente” (Génesis 2: 7) como “espíritu parlante.” Los biólogos evolucionistas consideran que fueron las exigencias del lenguaje y la ventaja que esto les daba a los humanos sobre otras formas de vida, lo que dio lugar a la expansión masiva del cerebro humano. (5)

Cuando Dios buscó frenar el plan de los hombres de Babel de construir la torre que llegara al cielo, simplemente “confundió su lenguaje,” haciendo imposible la comunicación entre ellos. El lenguaje sigue siendo fundamental para la existencia de los grupos humanos. Fue el crecimiento del nacionalismo del siglo XIX lo que llevó a la disminución gradual de los dialectos regionales a favor de un único lenguaje compartido a través de todo el territorio sobre el cual la autoridad política tenía soberanía. Hasta el día de hoy, los diferentes lenguajes que existen en una nación son fuente de fricción social y política, como en el caso de los anglo y francoparlantes en Canadá; los que hablan holandés, francés, alemán y valón en Bélgica; y los que hablan español y vasco (también conocido como Euskadi) en España. Dios creó con palabras el universo natural. Nosotros creamos – y a veces destruimos – con palabras el universo social.

Por lo tanto, el primer principio del lenguaje en el judaísmo es que es creativo. Creamos mundos con palabras. El segundo principio es no menos fundamental. El monoteísmo abrahámico introdujo en el mundo el concepto de un Dios que trasciende el universo, y por lo tanto no puede identificarse con ningún fenómeno dentro del mismo. Dios es invisible. De ahí que los íconos y toda imagen religiosa sean señales de idolatría.

¿Cómo hace entonces un Dios invisible para revelarSe? La revelación no era problema para el politeísmo. Los paganos veían dioses en la panoplia de la naturaleza que nos rodea, haciéndolos sentir insignificantes en su vastedad e impotentes ante su furia. Un Dios que no puede ser visto ni siquiera representado mediante imágenes requiere un tipo de sensibilidad religiosa marcadamente distinto. ¿Dónde puede encontrarse ese Dios?

La respuesta, nuevamente es: en las palabras. Dios habló. Le habló a Adam, Noaj, a Abraham, a Moshé. En la revelación ante el Monte Sinaí, Moshé le recordó a los israelitas: “El Señor les habló desde el fuego. Escucharon el sonido de las palabras pero no había ninguna imagen; sólo una voz” (Deuteronomio 4: 12). En el judaísmo las palabras constituyen el vehículo de la revelación. Profeta es el hombre o la mujer que oye y enuncia la palabra de Dios. Ese era el fenómeno que ni Spinoza ni Einstein pudieron comprender. Podían aceptar la idea de un Dios que creó el cielo y la tierra, la fuerza de las fuerzas y la causa de las causas, El que originó lo que hoy en día llamamos el Big Bang, el Dios arquitecto de la materia y generador del orden. Según la famosa frase de Einstein, “Dios no juega a los dados con el universo.” De hecho, la fe en el universo como producto de una única inteligencia creativa subyace detrás de la mentalidad científica desde sus inicios.

El judaísmo llama a este aspecto de Dios Elokim. Pero nosotros creemos también en otro aspecto de Dios que llamamos Hashem, el Dios de las relaciones – y las relaciones existen en virtud del lenguaje. Porque es éste el que nos permite comunicarnos con otros y compartir con ellos nuestros temores, esperanzas, amores, planes, sentimientos e intenciones. El lenguaje nos permite transmitir nuestra interioridad a otros. Está en el corazón mismo del vínculo humano. Un Dios que haya creado el universo pero que no pueda hablar o escuchar sería un dios impersonal – un dios incapaz de comprender lo que nos hace humanos. Adorar a ese dios es como inclinarse ante el sol o una computadora gigantesca. Podríamos cuidarla pero ella no podría hacer lo mismo con nosotros. Ese no es el Dios de Abraham.

Las palabras también son importantes de otra manera. Podemos usar el lenguaje no solo para describir o afirmar. También podemos usarlo para crear nuevos hechos morales. El filósofo de Oxford J. L. Austin llamó a este uso especial del lenguaje “expresión performativa.” El ejemplo clásico es el de hacer una promesa. Cuando la hago, creo una obligación que hasta ese momento no existía. Nietzsche consideró que la capacidad de hacer una promesa constituye el nacimiento de la moralidad y la responsabilidad humana. (7)

Así arribamos a la idea que está en el corazón del judaísmo: el brit, pacto, que no es otra cosa que una promesa mutuamente vinculante entre Dios y los seres humanos. Lo que define la especial relación entre el pueblo judío y Dios no es que Él los condujo de la esclavitud a la libertad. Hizo eso también con otros pueblos, dice el profeta Amós: “No saqué a Israel de Egipto, a los filisteos de Caftor y a los arameos de Kir?” (Amos 9: 27). El hecho es que en Sinaí Dios e Israel pactaron un juramento mutuo que produjo un vínculo eterno.

Pacto es la palabra que une al cielo con la tierra, la palabra emitida, la palabra escuchada, la palabra aceptada y honrada de buena fe. Por esa razón, los judíos pudieron sobrevivir el exilio. Pueden haber perdido su hogar, su tierra, su poder, su libertad, pero aún tenían la palabra de Dios, la palabra que Él dijo que nunca rescindiría ni dejaría de cumplir. La Torá en el sentido más profundo, es la palabra de Dios, y el judaísmo es la religión de las palabras sagradas.

Se comprende que el mal uso o abuso del lenguaje para sembrar sospecha o disenso no solo es destructivo. Es sacrílego. Es tomar algo sagrado, la capacidad humana de comunicar y de esa forma juntar alma con alma, y usarla con los fines más abyectos, para dividir alma de alma y destruir la confianza de la cual dependen las relaciones no coercitivas.

Según los sabios, ese es el motivo por el cual el autor de lashón hará fue castigado con la lepra y forzado a habitar fuera del campamento. El castigo fue proporcional a la acción:

¿Qué tiene de especial la persona afectada por tzara’at que, según la Torá, debe “vivir solo; debe habitar fuera del campamento” (Levítico 13: 46)? El Santo, Bendito Sea dijo, “Ya que esta persona buscó crear la división entre el hombre y su esposa o entre una persona y su comunidad, (será castigado siendo dividido de la comunidad) que es el motivo por el cual dice “Que viva solo, fuera del campamento.”

 Yalkut Shimoni I:552 (8)

En el judaísmo, el lenguaje es la base de la creación, de la revelación y de la vida moral. Es el aire que respiramos como seres sociales. De ahí la afirmación en Proverbios (18: 21): “El poder de la muerte y la vida está en la lengua.” De la misma manera, en Salmos: “Cualquiera sea el que ame la vida y desee ver muchos días buenos, que guarde su lengua de la maldad y su boca de la mentira” (Salmos 34: 13-14).

El judaísmo emergió como respuesta a una serie de preguntas: ¿Cómo pueden los seres humanos finitos conectarse con un Dios infinito? ¿Cómo pueden conectarse unos con otros? ¿Cómo puede haber cooperación, colaboración, acción colectiva, familias, comunidades y nación sin el uso coercitivo del poder? ¿Cómo podemos construir relaciones de confianza? ¿Cómo podemos redimir al ser humano de su soledad? ¿Cómo podemos crear la libertad colectiva de tal forma que la mía no pueda ser conseguida a costa de la tuya?

La contestación es: mediante las palabras, palabras que comunican, palabras que unen, palabras que honran al Otro Divino y al otro humano. Lashón hará, “hablar mal del otro”, al envenenar el lenguaje destruye la base misma de la visión judaica. Cuando hablamos despectivamente de otros y los disminuimos, nos disminuimos a nosotros mismos y dañamos la ecología misma de la libertad.

Es por eso que los sabios toman tan seriamente a lashón hará, porque lo consideran como el más grave de los pecados, y porque afirman que todo el fenómeno de la tzara’at, lepra en las personas, hongos en las vestimentas y en las casas, era la forma de Dios de hacerlo público y estigmatizarlas.

Nunca tomes livianamente al lenguaje, nos da a entender la Torá. Pues fue a través del lenguaje que creó Dios el mundo natural, y a través del lenguaje creamos y sostenemos nosotros el mundo social. Es tan esencial para nuestra supervivencia como el aire que respiramos.


Fuentes

  1. Maimónides, Mishné Torá, Hiljot Deot 7:2.
  2. Arajin 15b.
  3. Ibid.
  4. Arajin 15a.
  5. Ver Steven Pinker, The Language Instinct (New York: William Morrow, 1994); Robin Dunbar, Grooming, Gossip and the Evolution of Language (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1996); Guy Deutscher, Through the Looking Glass: Why the World Looks Different in Other Languages (New York: Metropolitan/Henry Holt, 2010).
  6. J. L. Austin, How to Do Things with Words (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1962).
  7. Friedrich Nietzsche, ensayo número 2 en On the Genealogy of Morality, ed. Keith Ansell-Pearson, trans. Carol Diethe (Cambridge, UK: Cambridge University Press, 1994).
  8. Yalkut Shimoni I:552.
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