El plan económico de Trump es necesario porque la paz no es posible

Jared Kushner habla durante la cumbre de Bahrein. Foto: Taller de Prosperidad para la Paz / Handout via REUTERS

Fuente: Begin-Sadat Center for Strategic Studies (BESA)

Ninguno de los tres actores en el conflicto israelí-palestino, Hamas, la Autoridad Palestina e Israel, visualiza la paz en el futuro previsible. Es precisamente esta ausencia de perspectiva de paz lo que hace que el plan económico de Trump sea tan oportuno. La generación de bienestar económico no resuelve un conflicto político profundamente arraigado, pero sí contiene la posibilidad de que las diferencias puedan expresarse de manera menos violenta.

Hamas no puede considerar la paz verdadera por razones ideológicas. Significaría reconocer abiertamente que el sueño de Palestina «desde el río hasta el mar» ya no es alcanzable y, al hacerlo, perdería su legitimidad a favor de la Autoridad Palestina (AP), que es reconocida por la comunidad internacional. La pacificación también significaría el fin de la ayuda militar iraní y del apoyo de Turquía y Qatar.

Hamas se vería amenazado por la misma marginación que condenó las, antes fuertes, facciones palestinas, tales como el Frente Popular y el Frente Democrático para la Liberación de Palestina.

Aún menos ansiosa por hacer la paz real está la Autoridad Palestina (AP) de Mahmoud Abbas. La paz real significaría la cancelación de la penetración diaria de las fuerzas de seguridad israelíes que, en estrecha coordinación con las fuerzas de seguridad de la AP, actualmente protegen la Autoridad Palestina de sus enemigos comunes —Hamas y la Yihad Islámica— refrenando la facción dura de sus simpatizantes (70%). Si las FDI se ven obligadas a retirarse, por el bien de la paz, la Autoridad Palestina y su élite política estarán amenazadas por escenarios de pesadilla.

En el mejor de los casos, Hamas y la Yihad Islámica emergerían lo suficientemente fuertes como para involucrarse en una larga guerra civil en áreas controladas actualmente por la Autoridad Palestina. El resultado podría ser una división en una especie de Judea y Samaria palestinas, con la primera controlada por los Khalaileh (hebronitas), que conforman la mayoría en Jerusalén Oriental y Sur, y Hamas, que goza de un apoyo considerable entre palestinos de Judea desde Ramala hacia el norte. Esa área estaría controlada por facciones y caudillos de Fatah, que se dividirían o actuarían al unísono.

En el peor de los casos (desde la perspectiva de la Autoridad Palestina), Hamas y la Yihad Islámica podrían lograr una toma del control completo en línea con lo logrado por el éxito de Hamas en Gaza en 2007.

A diferencia de la élite de la OLP del pasado, que siempre encontró refugio, primero en Amman, luego en Beirut, luego en Túnez y finalmente en Ramallah, la élite política de la Autoridad Palestina de hoy no tiene literalmente a dónde huir.

Ningún país árabe, incluido Jordania, les ofrecerá refugio, lo que significa un futuro sombrío bajo el gobierno de Hamas. Para vislumbrar ese futuro, Abbas y su camarilla solo tienen que ver cómo les va a los partidarios de Fatah en la Gaza del Hamas.

La mayoría de los votantes israelíes tampoco pueden prever la paz en el futuro cercano, por mucho que les gustaría lograrla.

No solo han internalizado las amargas lecciones de Oslo (denominado como un proceso de paz aunque en realidad es un proceso de guerra), que multiplicó por cinco las víctimas israelíes y duplicó las bajas palestinas, sino que solo tienen que contemplar las implicaciones de permitir a Hamas replicar las acciones de la frontera de Gaza durante el año pasado en la Línea Verde entre Israel y la Autoridad Palestina. Considere lo que significarían los incendios, las bombas incendiarias y los ataques diarios o semanales a lo largo de la valla de seguridad entre Afula y Jerusalén.

El impacto probable en dos puntos estratégicos clave: la carretera Rabin (más conocida como Ruta 6, la carretera más larga de Israel, que se extiende a lo largo del epicentro crítico del país en la región de Dan) y el aeropuerto Ben-Gurion, es suficiente para dar razones a más israelíes para no hacer la «paz» en el corto plazo.

Una ocasional descarga de mortero sería suficiente para cerrar la autopista Rabin durante largos periodos, paralizando el tráfico en toda el área metropolitana de Dan (que ya está acosada por atascos de tráfico) y causando pánico.

Bombas y morteros incendiarios lanzados desde lugares como Budrus, un pueblo a seis millas de la pista de Ben-Gurion cerrarían el aeropuerto o impedirían el aterrizaje de aviones.

Esas dos ramificaciones de las actividades «pacíficas» de Hamas convertirían Israel, como el Líbano desde la década de 1970, en un buen lugar para abandonarlo. Es probable que los «expertos en tecnología» y otros miembros de la élite económica de Israel, que viven en un área que se extiende desde el norte de Tel Aviv hasta Ramat Hasharon y que votan abrumadoramente por los partidos que claman por la paz, estén entre los primeros en irse.

Lo bonito, desde el punto de vista de Hamas, es que sería capaz de alcanzar objetivos estratégicos sin causar el número de muertos israelíes en una escala lo suficientemente grande que justifique las represalias israelíes a los ojos de la comunidad internacional.

Es esta ausencia de posibilidades reales de paz lo que hace que el plan económico de Trump sea tan oportuno.

Un artículo escrito por el científico político Alfred Stepan y por Cindy Skach, de la Universidad de Columbia, hace treinta años explica por qué. Ellos mostraron que las sociedades que disfrutan de un PIB per cápita de $8.000 ($16.000 dólares en la actualidad) no se involucran en un comportamiento político violento, ya sea porque tienen mucho que perder o porque se han acostumbrado demasiado al centro comercial con aire acondicionado, o ambas cosas.

El comportamiento árabe israelí durante la guerra terrorista de Arafat (bajo el eufemismo de la «Intifada de al-Aqsa») demuestra la validez de este hallazgo. Los espeluznantes cantos de «Khaybar, Khaybar ya Yahud, Jeish Muhammad sa Ya’ud » (advierte a los judíos que enfrentarán el mismo destino que una vez tuvieron al enfrentar el ejército de Mahoma) y los numerosos casi linchamientos perpetrados contra ciudadanos israelíes que resultaban ser judíos duraron solo diez días, mientras que la guerra de terrorismo duró tres años.

O los árabes israelíes sintieron que tenían demasiado que perder o —como los activistas del partido árabe a menudo se quejan— pasan mucho más tiempo en el centro comercial que en las manifestaciones. Los ciudadanos árabes de Israel no han estado involucrados en violencia generalizada desde entonces.

La generación de bienestar económico no resuelve conflictos políticos profundamente arraigados, pero ofrece la posibilidad de que las diferencias se puedan expresar de manera menos violenta. El plan de Trump podría salvar vidas judías y árabes israelíes por igual, siempre que, por supuesto, no sea seguido por un proceso de paz delirante.

BESA Center Perspectives Papers. No. 1234, 23 de julio de 2019


Esta es una versión editada de un artículo que apareció en el Jerusalem Post el 10 de julio de 2019.  

El Prof. Hillel Frisch es profesor de Estudios políticos y de Medio Oriente en la Universidad de Bar-Ilan y asociado de investigación sénior en el Centro de Estudios Estratégicos Begin-Sadat.

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