El miedo del pasado devora el futuro de los yazidíes en Sinyar

Refugiados yazidíes en el noreste de Siria Foto: Rachel Unkovic Comité de Rescate Internacional DFID Departamento de Desarrollo Internacional de Reino Unido Wikimedia CC BY 2.0

Los yazidíes que han regresado a Sinyar, en el norte de Irak, no quieren hablar de ello. Han pasado cinco años desde que una columna de vehículos del Estado Islámico (EI) entró en su comarca y comenzó un genocidio horrendo, que hoy siguen reviviendo como una sombra que devora su futuro.

Las tiendas y los mercados abren a medias en Sinyar, la capital de la comarca homónima en la que vive la mayor comunidad de yazidíes. No hay trabajo ni dinero y la ciudad aún está lejos de completar sus trabajos de reconstrucción y de recuperar los servicios básicos.

No es fácil encontrar en Sinyar a alguien que quiera recordar el 3 de agosto de 2014. Una de las pocas es Aishan Haider, una mujer soltera, que nació en Sinyar en 1971 y que convirtió sus últimos años en la historia de una huida, una huida similar a la de muchos vecinos, amigos y familiares.

Su historia acabó felizmente, la de otros muchos, no.

Según un informe publicado esta semana por el departamento de asuntos yazidíes del Gobierno de Kurdistán iraquí, un total de 6.417 miembros de este grupo étnico religioso fueron secuestrados en 2014 por el Estado Islámico, entre ellos 3.548 niñas y mujeres que fueron condenadas a servir como esclavas sexuales.

3.509 personas, entre ellas 1.192 mujeres, lograron escapar.

2.908, entre ellas 1.323 mujeres, siguen desaparecidas.

A cambio de no mostrar su rostro ni ser grabada, Haider recordó el horror que se apoderó de su familia «el día negro».

Junto a su familia de 30 miembros intentó escapar pero los terroristas les terminaron atrapando en uno de los barrios de la ciudad.

Con su madre, sus hermanos y sus sobrinos, Haider fue encarcelada en una casa en Sinyar durante varios días, mientras la ciudad se iba quedando vacía.

Entonces comenzó su travesía. Los terroristas del Estado Islámico les llevaron durante tres meses a varias zonas dentro de Irak antes de trasladarlos a Al Raqa, la capital en Siria del califato declarado en 2014 por los yihadistas hasta que fue recuperada por los kurdos en 2017.

Allí Haider terminó quedándose con su madre en manos de los yihadistas.

A mediados de 2015 fueron llevadas a Alepo, en el norte de Siria, y allí pudieron escapar gracias a la ayuda de una familia siria.

Vestidas con el niqab negro viajaron hasta alcanzar Turquía para continuar su camino hacia el Kurdistán iraquí y volver a casa.

Lo logró, al igual que otros 19 miembros de su familia que han ido volviendo en este tiempo. De los otros nueve no sabe nada.

«Lamentablemente nadie nos ayudó en nuestro necesidad (…) A pesar de nuestro dolor seguimos queriendo seguir en la tierra de nuestros abuelos», destacó Haider.

La historia de Amin Hayi Jadida, de 64 años, y vecino Al Qahtaniya, a unos 25 kilómetros al oeste de Sinyar, también es la de una huida.

El 3 de agosto de 2014 logró escapar al monte de Sinyar junto a los diez miembros de su familia. Allí pasaron hambre y sed durante nueve días. Luego pusieron rumbo al oeste y tras tres días cruzaron a Siria. Hace tres años, Jadida volvió a su pueblo.

Ha trabajado vendiendo alimentos en circunstancias complicadas, explicó y señaló que, cinco años después, el Gobierno apenas ha logrado restablecer la electricidad y repartir arroz, harina y aceite para cocinar.

Pero no hay trabajo y el miedo del pasado se ha convertido en miedo del futuro.

El alcalde de Sinyar, Fahd Hamed, explicó que la población de la ciudad era de 50.000 personas antes de la conquista de los yihadistas y que menos de 20.000 personas han regresado.

Hamed detalló que al menos 1.500 familias volvieron a los pueblos meridionales de Sinyar, mientras en la zona del norte hay unas 1.400 familias.

Además, destacó que alrededor de 2.300 familias se encuentran ahora en campamentos en el monte de Sinyar y no quieren volver a la ciudad.

Sido Hayi, de 44 años, regresó a Sinyar hace ocho días tras cinco años.

Recuerda de la noche del 3 de agosto los enfrentamientos y la huida, y cómo se quedó en la montaña ocho días hasta que logró cruzar junto a su familia a la parte controlada por los kurdos en Siria, que los hospedaron y alimentaron.

Ahora ha vuelto y no tiene nada.

«Somos personas olvidadas, nadie puede escuchar nuestros gritos y sufrimiento y ahora nos convertimos en un producto barato comercializado por los rivales políticos», dijo. EFE

Compartir
Subscribirse
Notificarme de
guest
0 Comentarios
Inline Feedbacks
Ver todos los comentarios