El futuro del pasado – La Parashá de la Semana por Rab Jonathan Sacks

21 diciembre, 2018 , ,
Foto: Haim Zach / GPO

Parashat Vayejí – Rab Jonathan Sacks

La escena con la que concluye el libro de Génesis es altamente significativa. Los hermanos de Iosef tenían terror de que, después de la muerte de su padre Yaakov, Iosef se vengaría de ellos por haberlo vendido como esclavo. Años atrás había dicho que los perdonaría: “Ahora, no se preocupen ni se sientan culpables por haberme vendido. Miren: Dios me ha enviado antes que ustedes para poder salvar vidas” (Gén. 45:5). Sin embargo, evidentemente solo le creyeron a medias.

Su temor estaba basado en el hecho de que, como quedó claramente establecido por la historia de Esav, los hijos no estaban autorizados a vengarse de sus hermanos mientras el padre estuviera vivo. Esav había dicho: “Los días de duelo por mi padre vendrán próximamente. Entonces podré matar a mi hermano Yaakov” (Gén. 27: 41). En ese momento, ese era el temor de los hermanos: que Iosef, en realidad, no los había perdonado sino que simplemente estaba esperando que muriera Yaakov.

Es por eso que, después de la muerte de Yaakov, los hermanos mandaron un mensaje a Iosef diciendo: “Vuestro padre dejó estas instrucciones antes de morir: esto es lo que le deben decir a Iosef: te pido que perdones los pecados de tus hermanos y los actos que han cometido al tratarte tan mal. (1) Ahora por favor perdona los pecados de los sirvientes de Dios de tu padre” (Gén. 50: 16).

Por lo tanto Iosef debió repetir que los perdonaba.

“No teman” dijo Iosef. “¿Acaso tomé yo el lugar de Dios? Ustedes intentaron perjudicarme pero Dios hizo que fuera para bien, para lograr lo que ahora ha ocurrido, salvar muchas vidas.” (Gén. 50: 19-20)

El episodio en sí es movilizador pero, además, resuelve una de las cuestiones centrales del libro de Génesis: la rivalidad entre hermanos. Caín y Abel, Itzjak e Ishmael, Yaakov y Esav, Iosef y sus hermanos. ¿Pueden vivir los hermanos en paz unos con otros? La pregunta es fundamental para el drama bíblico de la redención, pues si los hermanos no pueden vivir juntos, ¿cómo lo podrán hacer las naciones? Y si las naciones no lo logran, ¿cómo podrá sobrevivir el mundo de los humanos?

Solo ahora, con la reconciliación de Iosef con sus hermanos, puede avanzar la historia hacia el nacimiento de Israel como nación, pasando de la esclavitud a la libertad.

Estas palabras de Iosef, sin embargo, nos dicen algo más. He argumentado anteriormente que todo el drama al que sometió Iosef a sus hermanos cuando fueron a Egipto a comprar alimentos – acusándolos de ser espías, etc. – era para comprobar si habían hecho teshuvá. Se habían dado cuenta de la maldad que hicieron al vender a Iosef, y como consecuencia, ¿habían cambiado realmente? En el momento culminante del drama, cuando Yehuda se ofreció a quedar como esclavo para que su hermano Benjamín pudiera salir en libertad, Iosef reveló su verdadera identidad y los perdonó. Yehuda, que fue el que propuso venderlo como esclavo, había cambiado completamente. Había hecho teshuvá. Era ahora otra persona.

Pero se ha revelado algo más aún en esta última conversación entre Iosef y sus hermanos. Concierne a una de las manifestaciones rabínicas más paradójicas acerca de la teshuvá. Se refiere a uno de los más grandes baalé teshuvá, penitentes del Talmud, el sabio del siglo III conocido como Reish Lakish. Originariamente asaltante de caminos, fue persuadido por Rabbi Iojanan de abandonar sus fechorías y acompañarlo en su casa de estudio. Reish Lakish se arrepintió y se transformó en el discípulo y colega de Rabbi Iojanan (además de su cuñado, ya que se casó con la hermana del Rabbi).

Quizás hablando desde su propia experiencia, dijo: Grande es el arrepentimiento, pues a través de él, los pecados intencionales pueden ser tomados como méritos, como está dicho: “Cuando el hombre malvado abandona su maldad y practicare la equidad y la justicia, por ellas vivirá” (Ezequiel 33: 19). Está afirmación es casi incomprensible. ¿Cómo podemos cambiar el pasado? ¿Cómo pueden pecados deliberados transformarse en lo opuesto – en méritos, en buenas acciones?

La cita de Ezequiel no confirma la cuestión. Si algo hace es confirmar lo opuesto. El profeta se está refiriendo a una persona que habiendo hecho teshuvá, ahora hace el bien en lugar del mal – y es debido a sus buenas acciones y no a las anteriores malvadas, que “vivirá.” El versículo dice que buenas acciones pueden superar la anterior historia de maldades. No dice que puede transformar lo malo en bueno, pecados deliberados en méritos.

La afirmación de Reish Lakish solo se comprende a la luz de las palabras de Iosef a sus hermanos después de la muerte del padre: “Ustedes intentaron dañarme pero la intención de Dios fue que fuera para el bien.” Los hermanos habían cometido un pecado intencional vendiendo a Iosef como esclavo. Luego, hicieron teshuvá. El resultado, dice Iosef, es que – a través de la divina providencia (“fue la intención de Dios”) – su acción es ahora considerada como “buena.”

No es solamente este el origen del principio de Reish Lakish: también nos permite comprender lo que significa. Cualquier acto que cometemos tiene múltiples consecuencias, algunas buenas, otras malas. Cuando la maldad es intencional, las consecuencias malas nos son atribuidas porque era eso lo que intentamos. Las buenas consecuencias no lo son: son meros resultados inesperados.

Por eso, en el caso de Iosef muchas cosas positivas ocurrieron desde su llegada a Egipto. Eventualmente se transformó en el segundo al mando de Egipto, responsable de su economía, y el hombre que salvó al país de la ruina durante los años de hambruna. Ninguna de estas consecuencias puede ser atribuida a sus hermanos, aunque no habrían ocurrido si ellos no hubieran hecho lo que hicieron. Esto se debe a que los hermanos no previeron ni tuvieron la intención de estos acontecimientos. Ellos quisieron vender a Iosef como esclavo, y fue lo que hicieron.

Sin embargo, una vez que los hermanos llegaron al arrepentimiento absoluto, su intención original fue cancelada. Era posible ahora ver las buenas así como las malas consecuencias de su acto – y atribuirles las primeras a ellos.

Parafraseando al Marco Antonio de Shakespeare, lo bueno que hicieron perdurará más allá de sus vidas, lo malo será enterrado con el pasado (Julio César, acto III, escena 2). Así es como, a través del arrepentimiento, los pecados deliberados pueden ser tomados como méritos, o como lo expresó Iosef: “Intentaron dañarme, pero Dios quiso que fuera bueno”. Esta es una idea inmensamente significativa, pues indica que con un cambio profundo de corazón podemos redimir el pasado.

Esto todavía suena paradojal. Con certeza el tiempo es asimétrico. Podemos cambiar el futuro, pero no el pasado. Podemos elegir lo que vendrá, pero, en boca de los sabios, “Lo que fue, fue” (2) y no lo podemos modificar.

Ahora vemos, a través de las palabras de Iosef y de Reish Lakish, una idea revolucionaria. Hay dos conceptos del pasado. El primero es lo que ocurrió. Eso es algo que no se puede cambiar. Lo segundo es el sentido, el significado de lo que pasó. Eso es algo que podemos cambiar.

La gran verdad acerca del rol del tiempo en nuestras vidas es que nosotros vivimos la vida hacia adelante, pero solo podemos comprenderla mirando hacia atrás. Tomemos una autobiografía. Leyendo la historia de una vida, vemos cómo una infancia con privaciones llevó a la mujer a ser una adulta con ambiciones férreas, o cómo la pérdida de un padre moviliza al hombre a perseguir la fama en sus últimos años en busca del amor perdido.

Podría haber resultado de otra forma. La niñez con privaciones o la pérdida de un progenitor podría haber llevado a una vida dominada por una sensación de derrota y de inadecuación. Lo que finalmente resultamos ser depende de nuestras elecciones y, con frecuencia, tenemos la libertad de elegir hacia un lado o hacia el otro. Pero, en lo que nos convertimos, modela la historia de nuestra vida, y solo cuando miramos retrospectivamente es que vemos el pasado en su contexto, como parte de una historia cuyo final conocemos ahora. Si la vida fuera como una narrativa, los eventos ulteriores cambian el significado de los anteriores, eso es lo que la historia de Iosef y sus hermanos nos está diciendo, según Reish Lakish.

Iosef le estaba diciendo a sus hermanos: por vuestro arrepentimiento ustedes han escrito un nuevo capítulo de la historia de la que forman parte. El daño que me intentaron hacer terminó conduciendo a algo bueno. Mientras estaban preparados para vender a un hermano como esclavo, nada de lo bueno se les podía atribuir, pero habiéndose transformado por medio de la teshuvá, también han transformado la historia de vuestras vidas. Por su cambio de corazón se han ganado el derecho a ser incluidos en la narrativa cuyo resultado final fue benigno. No podemos cambiar el pasado, pero podemos cambiar la historia que la gente contará acerca de ese pasado. Pero, eso solo ocurre cuando nosotros mismos cambiamos.

Solo podemos cambiar el mundo si cambiamos nosotros. Es por eso que el libro de Génesis termina con la historia de Iosef y sus hermanos. Nos cuenta a nivel individual lo que el libro de Éxodo nos relata a nivel nacional. Israel está cargado con la tarea de transformar la visión moral de la humanidad, pero solo lo puede hacer si los judíos a nivel individual, de los cuales los hijos de Yaakov son los precursores, son ellos mismos capaces de cambiar.

La teshuvá es la afirmación máxima de la libertad. El tiempo entonces se convierte en el espacio de cambio en el cual el futuro redime el pasado y nace un nuevo concepto – la idea que llamamos esperanza.


(1) Yoma 86b

(2) Pesachim 108a

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