Destructivo y autodestructivo – La Parashá de la Semana

22 marzo, 2019 , ,

Parashat Tzav – Rabino Jonathan Sacks

Está parashá, hablando de los sacrificios, prohíbe la ingestión de sangre.

Donde sea que vivas, no debes ingerir sangre de cualquier ave o animal. Cualquiera que ingiera sangre debe ser separado de su pueblo. (Levítico 7:26-27)

Esta no es una prohibición más entre otras. La prohibición de ingerir sangre es un tema fundamental en la Torá. Por ejemplo, ocupa un lugar central en el pacto que Dios hace con Noaj – y a través de él, con toda la humanidad – después del Diluvio:

“Pero no debes comer la carne que aún guarda su sangre vital” (Génesis 9:4)

Asimismo Moshé vuelve sobre el tema en su gran discurso de despedida en el libro de Deuteronomio:

Pero ten la certeza de no ingerir sangre, porque la sangre es vida y no debes comer la vida junto con la carne. No debes ingerir la sangre; debes verterla sobre la tierra como el agua. No la comas, para que te pueda ir bien a ti y a tus hijos después de ti, porque estarás haciendo lo que es bueno en los ojos del Señor. (Deuteronomio 12: 23-25)

¿Qué tiene de malo ingerir sangre? Maimónides y Najmánides presentan interpretaciones dispares. Para Maimónides – consistente con su programa expuesto en la Guía de los perplejos – está prohibido como parte de la extensa batalla de la Torá contra la idolatría. Señala que la Torá utiliza un lenguaje idéntico para referirse a la idolatría y a la ingesta de sangre:

Voy a poner Mi rostro contra la persona que ingiera sangre y la separaré de su pueblo. (Levítico 17: 10)

Voy a poner Mi rostro contra el hombre (que participe en la adoración de Moloj) y su familia, y lo separaré de su pueblo. (Levítico 20:5)

Salvo en el de la sangre y la idolatría, en ningún otro contexto aparece la expresión “pondré Mi rostro contra.” Los idólatras, dice Maimónides, creían que la sangre era el alimento de los espíritus, y que al ingerirla tendrían algo en común con ellos. Alimentarse con sangre está prohibido por su asociación con la idolatría. (1)
Najmánides, por el contrario, afirma que la prohibición tiene que ver con la naturaleza humana. Resultamos afectados por lo que comemos:

Si uno comiera la vida de toda carne, y entonces se adhiriera ésta a la sangre propia y se uniera en el corazón, el resultado sería el engrosamiento y la aspereza del alma humana, que se aproximaría a la naturaleza del alma animal en el que reside lo que comió…

Ingerir sangre, implica Najmánides, nos hace ser crueles, bestiales, como animales. (2)

¿Cuál explicación es la correcta? En la actualidad tenemos abundante evidencia, a través de la arqueología y la antropología de que ambas lo son. Maimónides estaba en lo correcto al afirmar que la ingestión de sangre era un rito idolátrico. El sacrificio humano estaba generalizado en el mundo antiguo. Para los griegos, por ejemplo, el dios Kronos requería víctimas humanas. Se atribuía a las Ménades, adoradoras de Dionisos, el despedazar víctimas humanas con sus manos e ingerirlas. En América del Sur, los aztecas practicaban sacrificios humanos en gran escala, creyendo que sin la cuota de sangre humana el sol se moriría: “Convencidos de que para evitar el cataclismo final era necesario fortificar al sol, tomaron para sí la misión de proveerle la energía vital encontrada solamente en el líquido precioso que mantiene vivo al hombre.”

Barbara Ehrenreich, de cuyo libro Blood Rites: Origins and History of the Passions of War (Ritos de sangre: origen e historia de las pasiones de la guerra) (3) provienen estos datos, argumenta que una de las experiencias más formativas de los primeros seres humanos debe haber sido el terror de ser atacado por un animal depredador. Sabían que la mayor probabilidad era que un integrante del grupo, generalmente un extraño, un inválido, un niño o quizás un animal, sería la presa, dándole a los demás la oportunidad para escapar. Era esta experiencia insertada en la memoria la que sirvió de base para el rito de los sacrificios humanos.

La tesis de Ehrenreich es que “el ritual del sacrificio imita de muchas maneras la crisis del ataque del depredador. Un animal o quizás un miembro del grupo era señalado para la matanza, con frecuencia de manera especialmente sangrienta.” Comer a la víctima incluyendo su sangre ocupa durante un tiempo al depredador, permitiendo al resto del grupo ponerse a salvo.

Es por eso que se ofrecía la sangre a los dioses. Como señaló Mircea Eliade, “Las divinidades que forman parte de las ceremonias de iniciación generalmente son imaginadas en África como bestias depredadoras – leones y leopardos (animales de iniciación de preferencia), jaguares en Sudamérica, cocodrilos y monstruos marinos en Oceanía.” (4) Los sacrificios de sangre aparecen cuando los seres humanos están lo suficientemente organizados en grupos para hacer la transición de presa a depredador. Entonces reviven sus temores de ser atacados y comidos.

Pero Ehrenreich, sin embargo, no termina aquí. Su postura es que esta reacción emocional – temor y culpa – sobrevive hasta el presente como parte de nuestra herencia genética de los tiempos primitivos. Nos deja dos legados: uno, la tendencia humana de congregarse frente a una amenaza externa; y el otro, la voluntad del autosacrificio por el bien del grupo. Estos sentimientos aparecen en tiempos de guerra. No constituyen la causa de la guerra, pero la invisten de “sentimientos profundos – temor, asombro y la voluntad de sacrificarse – que lo hace ‘sagrado’ para nosotros. Esto explica por qué es tan fácil movilizar a la gente conjurando el espectro de un enemigo externo.

La guerra es una actividad destructiva y autodestructiva. Entonces, ¿por qué persiste? La percepción de Ehrenreich sugiere una respuesta. Es la supervivencia disfuncional de los instintos, profundamente necesaria en la época de los cazadores-recolectores, en una era en que esas respuestas ya no son necesarias. Los seres humanos aún se entusiasman con la perspectiva de verter sangre.

Maimónides tenía razón en considerar a los sacrificios de sangre como una práctica central de la idolatría. Najmánides también estaba en lo cierto en verlo como síntoma de la crueldad humana. Ahora vislumbramos la profunda sabiduría de la ley que prohíbe ingerir sangre. Sólo así podrían los seres humanos curarse del instinto insertado profundamente, derivado de un mundo de presas y depredadores en el cual la elección determinante es matar o ser matado.

La psicología evolutiva nos enseñó acerca de esos residuos genéticos de tiempos primarios que – al no ser racionales – no pueden ser curados solamente por la razón, sino por el ritual, la prohibición estricta y la transformación en hábito. El mundo contemporáneo continúa con cicatrices debido a la violencia y el terror. Lamentablemente, la prohibición de los sacrificios de sangre es aún relevante. El instinto contra el cual protesta – sacrificar la vida para exorcizar el miedo – aún persiste.

Donde hay miedo es fácil volverse en contra del que vemos como “el otro” y aprender a odiarlo. Que es el motivo por el cual cada uno de nosotros, especialmente nosotros, los líderes, debemos adoptar la postura de enfrentar el instinto del miedo y el poder corrosivo del odio. Todo lo que requiere el mal para florecer es que la gente buena no haga nada.


Fuentes

  1. Maimónides, Guía de los Perplejos, III:46.
  2. Najmánides, comentario a Levítico 17:13
  3. Barbara Ehrenreich, Blood Rites: Origins and History of the Passions of War (New York: Metropolitan, 1997).
  4. Mircea Eliade, Rites and Symbols of Initiation: The Mysteries of Birth and Rebirth (Dallas: Spring Publications, 1994). Roy F. Baumeister, Kathleen D. Vohs, Jennifer Aaker, and Emily N.Garbinsky, ‘Algunas diferencias clave entre una vida feliz y una vida con sentido’, Journal of Positive Psychology 2013, Volumen 8, Número 6, Páginas 505-516.
  5. Emily Smith, “Existe algo más en la vida que ser feliz”, The Atlantic, 9 de Enero de 2013.
  6. Viktor Frankl, “El doctor y el alma: de la psicoterapia a la logoterapia”, New York: A.A. Knopf, 1965, 13.
  7. Comentario de Rashi a Vaikrá 1:1.
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