De derechas e izquierdas

Si hay algo que resalta con fuerza en el actual proceso electoral en Israel es la insistente utilización -casi hipnótica- de la distinción entre derechas e izquierdas, con un evidente sesgo a favor de las primeras y un claro matiz despreciativo hacia estas últimas. Es en estas elecciones que aparecen dos partidos que se declaran de derecha en sus denominaciones (La Nueva Derecha, encabezada por Naftalí Bennet y La Unión de Partidos de Derecha, encabezada por Rafi Perez), mientras que el Likud, el partido del actual primer ministro Benjamín Netanyahu, llama abiertamente a formar un fuerte gobierno de derecha.

Es así que tildar en Israel a una persona, a un movimiento o a un partido político como de izquierdas se ha convertido, en el mejor de los casos, en una forma de descalificación y tiende cada vez más a utilizarse como un insulto. No cabe duda de que estas actitudes están dejando huellas en la sociedad israelí: el partido Kajol Laván (Azul y Blanco), con Benny Gantz y Iair Lapid a la cabeza, que aparece en las encuestas actuales con una buena chance para disputar el primer lugar en estas elecciones, se cuida muy bien de ser visto como de izquierda y se autocalifica como partido de Centro en el ámbito político, cuando la andanada de epítetos de Benjamín Netanyahu y de sus seguidores insiste en ubicarlo -despectivamente, claro está- en la izquierda y, peor aún, como socio de los árabes.

Mientras tanto, nadie aclara que significa eso de izquierdas y derechas en Israel; todos parecen dar por sentado aquí que conocen la distinción entre ambos conceptos, aun cuando éstos -cuando se utilizan en Israel- resulten alejados de las definiciones generalmente aceptadas. En efecto, los significados de izquierda y derecha han evolucionado mucho desde los tiempos de la Revolución Francesa, cuando por primera vez se usaron esos términos (entonces los diputados representantes de la gran burguesía se sentaban a la derecha, mientras que los jacobinos, representantes de la pequeña burguesía y del pueblo llano, lo hacían a la izquierda). Con el correr del tiempo y en una presentación esquemática que seguramente traiciona las complejidades y los matices de estas definiciones (y que además se refiere a la aplicación de esos términos en ambientes y condiciones de democracia) podría decirse que el término “izquierda” se asocia generalmente a las opciones políticas que propugnan el cambio político y social en procura de una mayor igualdad, mientras que el de “derecha” se vincula con las que procuran la estabilidad frente al cambio y priorizan la libertad por sobre la igualdad.

Pero en Israel los términos de izquierda y derecha, lejos de estar referidos a esas definiciones, apuntan a las posiciones mantenidas por personas, movimientos y/o partidos políticos, con respecto a la necesidad o no de negociaciones con los palestinos, al mantenimiento de la ocupación, al establecimiento de dos estados para dos naciones y a la caracterización del Estado de Israel como un estado judío y democrático. Estas suelen ser el tipo de respuestas más comunes de un israelí a la pregunta de qué diferencia en Israel a la derecha de la izquierda; y en todas esas respuestas se habrá de encontrar, indefectiblemente, una referencia a los imperativos de seguridad, que dominan todo el panorama y que constituyen un argumento de autoridad para acabar con toda discusión (o al menos, así se lo ve en la práctica diaria).

De esta manera, lo que parece haberse impuesto en estas elecciones (aunque no exclusivamente en ellas) es la noción de que la sociedad gira alrededor de dos bloques contrapuestos -la izquierda y la derecha tal como se caracterizan en Israel. Con esto se hace caso omiso de otros planos de divergencia presentes con mucha fuerza en la población, tales como religión y laicismo, ashkenazim y mizrajim, democracia y judaísmo, riqueza y pobreza, mayorías judías y minorías árabes. Dar la espalda a estos conflictos y reducir los enfrentamientos a un esquema simplista, que recurre a angustias ancestrales y las manipula sabiamente (¿cómo explicar sinó las constantes referencias a las amenazas existenciales al mismo tiempo que se festeja la calificación de Israel como octava potencia mundial?) parece un insulto a la inteligencia.

Porque esta sociedad, capaz como es de situarse en los primeros niveles cuando se trata de desarrollos científicos y tecnológicos, acepta sin embargo acudir a la contienda electoral sin un mínimo de exigencia a los partidos políticos participantes para que expliciten sus propuestas políticas, económicas y sociales (si las tienen) y sus compromisos con el futuro. Parecería más bien que en ese ámbito, la sociedad israelí habría retrocedido hacia los tiempos en que los pueblos eran conducidos por líderes mesiánicos… y así les iba.

Sin embargo, es preciso reconocer que en las circunstancias presentes y en lo inmediato, las opciones electorales se reducen a volver a formar un gobierno encabezado por el actual Primer Ministro o lograr armar una coalición con los partidos y movimientos que se encuentran actualmente en la oposición. En el primer escenario es factible prever la continuación del actual status quo, tanto en el plano político como en el económico y el social; y en el plano político, implica el mantenimiento de la ocupación en los territorios, así como la noción de que “Israel no es un país de todos sus ciudadanos” como manifestara hace pocos días el primer ministro Benjamín Netanyahu, a lo que agregaba que “…de acuerdo con la Ley de Estado-Nación que aprobamos, Israel es el estado-nación de la nación judía y de ella sólo”. Mientras tanto, en el segundo escenario podría esperarse que el cambio de personalidades al frente del gobierno pudiera, quizás, conducir a un proceso de cambios en el plano político, aunque no resulte clara la eventual orientación y magnitud de esos cambios.

No es de descartar, empero, la posibilidad de un tercer escenario, como consecuencia de un eventual empate electoral, que conduzca al establecimiento de un gobierno de coalición con partidos de ambos lados del actual espectro político, argumentando la necesidad de la formación de un gobierno de unidad nacional (aunque no se explicite qué motivaciones lleven a ello, salvo que se continúe agitando el fantasma de las amenazas existenciales, aunque lo que se busque en realidad es la permanencia cerca de las fuente del poder).

En todo caso, lo que resulta claro en estos ejercicios es una falta de participación real del pueblo soberano en todos estos procesos. Y es necesario señalar que esa falta de participación no es producto de limitaciones impuestas desde el gobierno o de cualquier otra institución; la libertad de expresión sigue teniendo vigencia en esta sociedad. Lo que parece existir es un cierto escepticismo, una sensación de que no vale la pena participar porque de todas maneras la política -y los políticos- manejarán la situación a su antojo. Y así la credibilidad en las instituciones públicas y en los partidos políticos es muy baja, como lo constatan todas las encuestas, con excepción de las que atañen a las fuerzas armadas. Y esto se vincula, de manera natural, con la preocupación por la seguridad.

Quizás sean éstos algunos de los rasgos de la sociedad israelí que explican el desinterés por reclamar mayores detalles de lo que se propone hacer cada partido, quizás porque la experiencia señale que esas propuestas, aún detalladas, se desvanecen pasados los comicios. Y sin embargo, y a pesar de todos los interrogantes, puede que en estas elecciones se esté jugando el futuro de este país. No porque se produzcan resultados espectaculares en lo inmediato; pero sí porque se abren esperanzas de que ahora sí podremos… Y entre esas esperanzas, está el de que esta sociedad decida tomar su destino en sus manos y llamar a cuentas a sus gobernantes, en la construcción de un futuro mejor.■

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