Apaciguamiento y Disuasión (o Entre malo y peor)

13 enero, 2020 , , ,
Foto: Wikipedia - CC BY-SA 3.0

Desde siempre los conflictos entre rivales se han dilucidado mediante dos mecanismos complementarios.  La disuasión y el apaciguamiento. Ello es cierto entre personas, entre países, entre imperios.

Los rivales que se temen mutuamente, y saben que pueden ser objeto de daños de parte de su contrincante, optan por apaciguarlo. Es decir, ceden ante las pretensiones enemigas, lo complacen, le siguen la corriente, se hacen los locos.  La idea es evitar el enfrentamiento, porque se estima que es mejor no llegar a la violencia.  Si el apaciguado es inteligente, o si queda satisfecho con las concesiones de su rival, esto puede quedar bien.

En el caso que uno de los rivales sienta que tiene mucha fuerza, superioridad manifiesta y también disposición a ejercerla, se recurre a la disuasión.  Es decir, la amenaza sobre el rival hace que este último entre en razón, se rinda virtualmente, cese en sus pretensiones porque sencillamente el enemigo lo puede arropar.

En el siglo XX vivimos mucho de disuasión mutua. Lo vivimos hoy en día.  Enemigos que pueden destruirse uno a otro, se disuaden mutuamente porque entienden que la agresión de uno a otro sería correspondida, y el resultado, sería la destrucción de ambos.

Para que estos mecanismos funcionen, se requiere precisamente que se “entre en razón”.  Que los rivales estén conscientes de sus capacidades y más aún, de sus limitaciones.  Que la lógica de ambos sea común. Que, en principio, no quieran su propia destrucción, ni consideren su eventual martirio como una bendición.

Cuando uno de los rivales resulta de intenciones encontradas, probablemente el apaciguamiento no funcione.  Fue el caso antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando Chamberlain pensó que apaciguaría a Hitler con sus concesiones, y sólo logró darle tiempo y munición para que siguiera con su plan de conquistar Europa y matar gente.

La disuasión parece más arriesgada, sobre todo, si al ejercerla no se llega a las últimas consecuencias, es decir, no se procede a cumplir con lo prometido.  Es quizás el caso del presidente Obama, quien manifestó a Siria que el uso de armas químicas sería la línea roja que no podría cruzarse en la sangrienta guerra civil de ese país, y cuando se cruzó, no se ejecutaron las amenazas anunciadas.

Estados Unidos e Irán están jugando peligrosamente a esto de apaciguamiento y disuasión.  Apaciguar a Teherán parece un camino más transitable y menos violento a corto plazo, pero muchas veces Irán se excede en sus declaraciones y acciones, y en vez de apaciguamiento, pareciera una combinación de victoria de uno y derrota del otro.  Disuadirlo es complicado, porque requiere de acciones ciertamente muy violentas, de gran escala y con múltiples daños colaterales en escenarios diferentes.

Lo ocurrido en los primeros días de enero de 2020 es un ejemplo clásico. Disuasión, respuesta, apaciguamiento, presunto respeto mutuo… y un avión, sin nada que ver con el asunto, derribado por un “error humano”.

Para que la combinación de apaciguamiento y disuasión funcione, es necesaria una buena dosis de sentido común y un mínimo de radicalismo.  Es fundamental el deseo y voluntad de vivir y sobrevivir, antes que morir matando al enemigo por la causa declarada.  Si esto no se cumple, la disuasión ha de pasar de la palabra a la acción.  Esta última ha de ser muy lamentable, pero algo menos que la del apaciguamiento no logrado.

Ojalá que prive la sensatez, la bondad y el temor a ser consumidos por la propia arrogancia.  De lo contrario, ni apaciguados ni disuadidos.  Entre lo malo y lo peor, se elegirá lo malo… que ya es suficientemente lamentable.

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