Ante un incierto futuro

1 julio, 2020 , ,
Animación de un virión representativo de Orthocoronavirinae, la sección transversal indica los componentes y proteínas que pueden ser parte de su estructura. Foto: Wikipedia - CC BY-SA 4.0

¿Cómo podría definirse o al menos intentar explicarse el clima social actual en Israel?  La pandemia parece estar retomando fuerzas nuevamente en el país, como una segunda ola que aún está lejos de mostrar su potencial. El desempleo, entendido como una forzosa inactividad acompañada de carencia de ingresos salariales, compensados parcial y temporalmente por subsidios de desempleo que no cubren a todos los inactivos, supera largamente los peores valores que esta economía haya experimentado hasta ahora, aunque no se dispone de cifras sólidas para establecer su verdadera magnitud. La economía está en recesión, lo que significa que está produciendo menos bienes y servicios que los que producía el año anterior; y eso es notorio en la caída de las exportaciones, en la casi nula actividad de las áreas vinculadas con el turismo, por ejemplo, y en general en el comportamiento del consumo privado, que en el primer trimestre del 2020 mostró una caída del 4,8% con respecto al último trimestre del 2019.

Naturalmente, en estas circunstancias una parte mayoritaria de la población está experimentando en carne propia los efectos económicos de la pandemia, generados a partir de las disposiciones de clausuras de actividades productivas y de instituciones educativas, así como del virtual cierre de las comunicaciones aéreas. Parecería sin embargo que, del punto de vista material, aunque gran parte de la población habría sufrido hasta ahora, mayoritariamente, estrecheces o carencias significativas, éstas no habrían alcanzado -por ahora- dimensiones dramáticas. Lo que habría sucedido hasta el momento es un ajuste presupuestal al nivel de los hogares frente a las nuevas circunstancias, así como un aumento de los niveles de pobreza, inducido por el cese de ingresos -salariales y de otra índole- y compensados parcial y temporalmente por el ingreso sustitutivo de subsidios por desempleo y otros subsidios. Esto habría permitido hasta ahora capear de alguna manera la evidente crisis económica (sin desconocer situaciones puntuales -y abundantes- que merecerían más atención y descontando por supuesto las múltiples tensiones, violencias y problemas derivados de una obligada reclusión).

Un ejercicio reciente llevado a cabo en el seno del Seguro Nacional  o Bituaj Leumi (“El impacto de la recesión sobre el estandar de vida, la pobreza y la desigualdad, como consecuencia del Coronavirus”, por Miri Endeweld, Oren Heler y Lahav Karadi , Mayo 2020), sobre la base de simulaciones de los efectos de situaciones reales, concluye que hasta el momento del estudio podría estimarse que los niveles de pobreza, por ejemplo, habrían sido afectados en un 3% por sobre los promedios de los últimos dos años, aunque su impacto habría sido mayor sin los apoyos económicos (especialmente para los nuevos desempleados) otorgados en su momento. Quizás una primera conclusión a extraer de estos resultados y de estas reflexiones es que la sociedad israelí, llevada a convivir ya antes de la pandemia con altos niveles de pobreza y de desigualdad, no resentiría demasiado (hasta ahora) el agravamiento resultante de la crisis económica que acompaña a esta crisis sanitaria. Para ello sería preciso tener en cuenta las medidas tomadas en términos de subsidios de desempleo y de otra naturaleza que, de alguna manera, habrían permitido hasta ahora mantener un cierto nivel de demanda, sin desconocer la realidad de aquellos sectores de la población más afectados en su capacidad de ingresos por la pandemia:  los auto-empleados, los hogares con más de un asalariado, los hogares monoparentales y las familias de jóvenes, como lo destaca el ejercicio arriba mencionado.

Sin embargo, los subsidios distribuidos hasta ahora son temporales -y están por vencer- mientras que la pandemia continúa presente y aún está por mostrar su poder destructivo, durante una segunda vuelta ya en camino. Su resultado podría ser un probable agravamiento de la situación económica. Pese a ello, la necesaria aprobación de un presupuesto público adecuado para esta emergencia continúa siendo un tema de discusión aun no resuelto (¿no nos aseguró Gantz que lo importante era constituir un gobierno de emergencia para enfrentar esta pandemia?). Por otra parte, se constata un alto grado de reticencia de las autoridades económicas para continuar con los subsidios de desempleo, alegando que su mantenimiento constituiría un incentivo para no trabajar o para no buscar oportunidades de trabajo -¡cómo si la economía, en las actuales circunstancias, estuviera en condiciones de absorber inmediatamente a todos los desempleados!- Es así que la sociedad se prepara (¿estará preparada?) para una segunda vuelta de esta crisis sanitaria, cuyos efectos económicos y sociales podrían largamente exceder los actuales.  ¿Podría ello conducir en el futuro próximo a manifestaciones masivas de protesta?

Pero todo esto no parece preocupar demasiado al actual gobierno. Su atención está centrada en las acciones que se prometiera a si mismo llevar a cabo a partir de este 1º de julio para aplicar la soberanía israelí (anexión) a una parte no especificada de los territorios ocupados; mejor dicho, sus acciones están orientadas a centrar obsesivamente la atención de la opinión pública   -nacional e internacional- en el tema de la anexión. Y esa obsesión, que fuera consagrada en un lugar prominente en los acuerdos de la actual coalición gobernante, aparece sabiamente manipulada por el Primer Ministro Netanyahu y aceptada de hecho por los líderes del partido Kajol Lavan (Azul y Blanco), agregando así un agravio más a los que vienen sufriendo aquellos que ingenuamente los votaran en las últimas elecciones.

Al escribir estas líneas no se sabe aún a ciencia cierta lo que sucederá con las amenazas de anexión. Pero lo que sí está claro es que no existen matices en esto. No se trata de especular sobre si la anexión abarcaría 30% de los territorios ocupados o sólo un 7,5% (o cualquier cifra que se maneje); este juego hace recordar demasiado el cuento de la puntita. Porque la sola acción de proceder a alguna forma de anexión compromete todo el futuro de Israel y de la región, y hace trizas las escasas esperanzas de que algún cambio en la sociedad israelí pudiera reconducir a negociaciones de paz y a la instalación de dos Estados separados. Y aparentemente, las innumerables reacciones internacionales no estarían haciendo mella en la decisión del gobierno de Netaniahu, que sólo espera el visto bueno del gobierno de Trump.

Mientras tanto, como para añadir el insulto a la ofensa, la Knéset se permite dedicar parte de su tiempo a aprobar las peticiones del entorno del Primer Ministro para financiar sus gastos e impuestos, sin un asomo de vergüenza. Por el contrario, las justificaciones que sus portavoces ensayan resultan descaradamente ridículas; pese a ello, los incondicionales están satisfechos. En este marco, comienzan a cobrar presencia las manifestaciones de protesta reclamando contra este gobierno y demandando respetar y rescatar una democracia que se está desvaneciendo: pero nos espera aún un largo camino a recorrer para revertir los procesos que estamos viviendo, aun después que se supere la actual pandemia.  En estas circunstancias, la paciencia necesita triunfar sobre el desaliento; bien dicen que las horas más obscuras son las que preceden el amanecer. ■

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